Cuestionario Jonathan Edax: Joaquín Badajoz

¿Cuál fue el libro que destruyó tu inocencia literaria y te dejó emocionalmente disponible solo para personajes ficticios?

Pendu-leo entre La broma, de Milán Kundera, Las cabezas trocadas de Thomas Mann o El ángel azul (Professor Unrat) de Heinrich Mann. Fueron lecturas perturbadoras, cada una a su manera, también en el buen sentido del término.

¿Qué autor/a te gustaría besar o abrazar y luego golpear con una edición de 800 páginas por arruinarte emocionalmente?

Yukio Mishima o Reinaldo Arenas. Por razones más emocionales, alguno de mis amigos suicidas (Juan Francisco Pulido, Heriberto Hernández).

¿Cuál es el libro que dices que “te marcó”, pero en realidad solo leíste por presión estética?

Todavía lo estoy leyendo.

¿Qué personaje literario querrías como pareja, aunque sabes que terminarías llorando en una librería con jazz de fondo?

Helena de Troya, Lisbeth Salander, Holly Golightly, Scheherezade. Por supuesto, no todas las mismo tiempo.

¿Qué libro consideras “un clásico necesario” pero solo porque te da ansiedad admitir que te aburrió como misa en latín?

No creo en los clásicos “necesarios”, cada autor debe construirse su propio canon, al margen de los convenios escolásticos. Este es un debate amistoso que sostuve varias veces con Heriberto Hernández, que se inclinaba por las lecturas iniciáticas “que todo escritor debía tener”. Homero no leyó a Borges, le respondía. Pero, si me viera obligado a escoger alguno, creo que me inclinaría por el Ulysses de Joyce.

¿Cuál es tu lectura secreta de vergüenza?

Cualquiera de las series de Enid Blyton —It’s my comfy reading. Me desintoxica de lecturas y actitudes pretenciosas. Es el puré de malanga con caldo de frijoles negros de la literatura.

¿Qué autor moderno te resulta tan brillante que lo detestas como se detesta un/a ex?

László Krasznahorkai.

¿En qué momento de tu vida descubriste que subrayar frases no significa que las entiendas?

Debe haber sido muy temprano porque nunca lo he hecho (ni siquiera los libros de texto). Pero estoy de acuerdo, subrayamos (resaltamos) lo que nos sorprende o nos cuesta entender.

¿Cuál es la palabra más pretenciosa que has usado para hablar de un libro y así sonar más intelectual?

Seminal.

¿Qué edición de un libro compraste solo porque tenía cantos dorados y parecía un objeto de brujería victoriana?

He perdidos varias bibliotecas entre exilios y mudanzas, por lo que aparqué esas veleidades en el pasado. Me inclino ahora más por la biblioteca bonsái, que quepa en un minúsculo apartamento de Manhattan. Lo cual es un desafío porque no leo libros digitales.

¿Qué personaje literario usarías para que le diga verdades a tu ego?

Holden Caulfield, de The Catcher in the Rye, o Hamlet, según tenga el día.

¿Qué libro te obligaron a leer en la escuela y ahora finges que amas por trauma y costumbre?

Todo José Martí. Cuando soy honesto solo admiro su periodismo, sus cuadernos de apuntes y su diario de campaña.

¿Qué librería física es tu ruina financiera y tu capilla emocional?

Las de usos y raros —aunque a menudo husmeo y no compro nada. Encuentro un raro placer en negarme caprichos y resistirme a cualquier tentación.

¿Cuál fue la última frase literaria que te hizo decir: “maldito genio”?

No recuerdo, pero hay dos que por simples me parecen sublimes. Una está en ese pasaje en el que Mr. Raymond (To Kill a Mockingbird) describe el olor de la Coca-Cola (cuero, caballos y semillas de algodón) —desde entonces, las pocas veces que la tomo, no me sabe a otra cosa. También hay un pasaje de Javier Marías al final de una de sus novelas que no he podido olvidar (aunque no recuerdo cual y no tengo sus libros a mano) en que alguien llama por el telefonillo y cuando le responden solo dice “soy yo” —para concebir un momento así, suspendido por una frase tan ordinaria, y a la vez sicológicamente tan elocuente, cuyo sofisticado propósito puede pasar desapercibido para muchos lectores, hay que ser un genio muy caprichoso. Disfruto esos escritores que te exigen como lector, que esconden capas de interpretación.

¿Has tenido una relación que terminó por diferencias librescas irreconciliables?

No, pero no descarto que pueda suceder.

¿Cuál es tu lugar favorito para leer como si fueras un personaje de Murakami? ¿Café hípster, ventana lluviosa, cama existencialista? ¿Algún otro?

Tumbado en la cama, cubierto por una frazada ligera que era de mi hija, mientras afuera nieva o cae una lluvia torrencial.

¿Cuál es el libro que usas para impresionar a gente culta y que jamás has terminado?

Tengo muchos, aunque solo los uso para ponerle zancadillas a esos cultos petulantes y eruditos a la violeta que gozan arrastrando a su interlocutor a la pileta en la que dan pie. ¡Que gente más monotemática y aburrida! La mayoría los he terminado, pero si no causa el efecto esperado he llegado a inventar títulos y autores.

¿A qué personaje literario le confiarías tu diario?

Si lo tuviera, a Kate, la protagonista de La amante de Wittgenstein de David Markson.

¿Qué autor muerto invitarías a tu funeral solo para que lea algo devastador y elegante sobre tu mediocridad redimida por el amor a los libros?

Borges, por supuesto.

¿Cuál fue la peor traición literaria que sufriste? ¿Un mal final, una adaptación atroz, o que tu autor favorito profesara una ideología incompatible con tus principios?

Leo con expectativas bastante bajas. Sé lo que cuesta producir unas onzas de buena literatura y que las posibilidades de que algo te seduzca son sumamente raras. Me basta con que se me quede una idea, una frase, un verso, una insinuación. Hay, eso sí, autores que con el paso del tiempo empequeñecen y uno siente como que muere un amor viejo, que traiciona las viejas pasiones de su juventud. Esa es quizás la peor “traición” literaria. A los libros en los que fuiste feliz alguna vez no debieras volver jamás, diríamos parodiando a Félix Grande.

¿Cuál es el insulto más refinado que has pensado hacia alguien que dice “no me gusta leer”?

A mí tampoco.

Tienes una pila de libros por leer tan alta que si se cae podría matarte. Aun así, ¿cuál(es) compraste ayer?

Tratado de geometría, de Tana Oshima y la edición de Impedimenta de Theodoros, de Mircea Cărtărescu, traducida por Marian Ochoa de Eribe. Estuve indeciso entre esta y la de Sean Cotter al inglés —su traducción de Solenoid ganó el Dublin Literary Award 2024 y fue preseleccionada para el Booker Prize de este año, aunque no pasó a finalista —y como una cosa conduce a otra, hay varias de las novelas finalistas que me gustaría leer (fingers crossed).

¿Qué libro “profundo” te pareció un fraude elegante lleno de humo, citas sueltas y pseudomística de librería hípster?

Cualquiera de Paulo Coelho, pero debo confesar que los tres que he leído (El Alquimista, El vencedor está solo y Brida) terminan atrapando al lector.

¿Cuál es la última vez que leíste algo tan hermoso que reveló algo de ti mismo y quisiste arrancarte los ojos como Edipo?

Conozco ese sentimiento que se parece tanto a la envidia y que nos deja una suave nostalgia por lo que nos hubiera gustado escribir, como cuando el viento te vuela tu gorro favorito en un acantilado islandés, pero como escribir es ante todo venerar la lectura, terminamos reverenciando la escritura. El episodio más reciente que recuerdo es, precisamente, una de las Estampitas para santos menores de Pablo de Cuba: la dedicada a los dibujos “refinadamente explícitos” de Édouard-Henri Avril con sus “escenas (que) jadeaban en latín”.

¿Cuál es tu edición de “libro fetiche”, esa que no prestas, aunque la otra persona te prometa su alma?

Solía ser La estructura ausente, de Umberto Eco, que era una rareza en la Cuba del trueque, la escasez y las lecturas promiscuas y endogámicas. Todavía tengo algunos libros fetiche que releo como acicate mientras escribo y a veces me acompañan en viajes largos: Tractatus Logico-Philosophicus, de Wittgenstein y Poetry, Language, Thought, de Martin Heidegger, por ejemplo. Son ediciones modestas, pulpa, tapa blanda, sin ningún valor bibliofílico. No los presto por su importancia práctica y emocional: son gimnasia mental y no son contagiosos.

¿Qué autor invocarías en una sesión espiritista para preguntarle por qué te dejó con ese final?

Fiódor Dostoyevski (Los hermanos Karamazov).

¿Cuál es tu ritual de lectura secreto que te hace sentir que el mundo tiene sentido, aunque sea por diez páginas?

Espero a que todos duerman —no solo en mi casa, en la ciudad, en esta parte del mundo—entonces, con las luces apagadas y solo la lámpara enfocada sobre el libro, avanzo en la lectura mientras penetro en la noche, siento que avanzo entre sus ruidos (alguna alarma que se dispara, un claxon) amortiguados, distantes, mientras me desvelo por la intensidad de la trama o me hundo lentamente en el sopor de la duermevela.

¿Qué frase literaria usas para justificar tu adicción a leer en lugar de resolver tus problemas reales?

“La existencia tiene un orden propio que ninguna mente humana puede comprender” —Cormac McCarthy, Meridiano de sangre. O la frase final de Scarlett O’Hara en Gone With the Wind: “After all, tomorrow is another day”.

¿Qué libro quema lentamente tu conciencia porque nunca lo terminaste y aun así opinas de él como si fueras crítico del Paris Review?

Me queman la consciencia varios postergados, ninguno inconcluso —los termino con disciplina estoica leyendo con cuatro motores fuera de borda. Ni las malas películas dejo inconclusas: las termino acelerando la velocidad de reproducción. Tengo esa ingenua fe en el hombre que me dice, esto en algún momento se pondrá mejor. ¿Qué puede impulsar a alguien sin talento a un sacrificio tan descomunal y poco remunerado?

Si fueras un libro olvidado en una estantería polvorienta, ¿qué frase pondrías en tu contratapa para que alguien, por fin, te elija?

“Este es el libro perdido de las retribuciones instantáneas que tu vecino exitoso ha escondido de ti. Aquí hallarás lo que necesitas saber para alcanzar fama y fortuna en un santiamén. Sigue de largo y te perseguirán la pobreza y las calamidades”. O algo por el estilo, sacado del manual de las estafas y resumido en menos de 280 caracteres. Claro que a mí no me interesaría ese tipo de lector.

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