‘Laberinto de Fortuna’: Una arquitectura del poder

El Laberinto de Fortuna, compuesto hacia 1444 por Juan de Mena (1411-1456), representa uno de los intentos más sistemáticos en la literatura castellana del Prerrenacimiento por construir una lengua poética culta, de ascendencia latina, apta para la expresión alegórica y moralizante. Bajo la forma de un extenso poema alegórico de más de trescientas coplas de arte mayor, la obra despliega una estructura que combina elementos del topos medieval del viaje visionario con una reinterpretación humanista del tiempo histórico.

El argumento se articula en torno a un viaje simbólico guiado por la diosa Providencia a través de la Rueda de la Fortuna, que se fusiona con una peculiar representación del tiempo como tres ruedas simultáneas: pasado, presente y futuro. A través de esta visión, el narrador reflexiona sobre las virtudes y vicios de los personajes históricos de la Península y plantea una exhortación al rey Juan II para que asuma un papel activo en la regeneración moral y política del reino. La alegoría, en este contexto, no es solo un recurso formal sino un dispositivo estructurante de pensamiento histórico. En este punto, el influjo de Dante Alighieri es visible: la figura del guía sobrenatural, la organización alegórica del viaje y la finalidad ética remiten de manera indirecta a la Divina Comedia, aunque en Mena la dimensión escatológica es sustituida por una perspectiva política centrada en la historia castellana reciente.

El estilo se caracteriza por su voluntad de ennoblecer la lengua castellana, sometiéndola a una disciplina retórica que emula los modelos latinos. El uso del arte mayor (estrofa de versos dodecasílabos con rima consonante en pares) responde a esa búsqueda de una musicalidad grave y elevada. Mena introduce una sintaxis latinizante, léxico culto y estructuras paralelísticas que refuerzan el tono oracular del poema. Esta operación estética lo distancia de la tradición trovadoresca y lo inscribe en un programa de renovación poética afín al ideario del humanismo cortesano.

El impacto del Laberinto  en la literatura posterior fue considerable, sobre todo como modelo de ambición formal y de alegoría política. Aunque su prestigio declinó en los siglos siguientes frente a formas más dinámicas o claras, autores barrocos como Quevedo y Gracián retomaron indirectamente su proyecto de alta densidad conceptual y uso emblemático del lenguaje. La construcción de una lengua literaria que no reproduce lo común, sino que se eleva mediante la dificultad, encuentra en Mena un antecedente deliberado.

La edición a cargo de Luis Gómez Canseco permite una relectura crítica del texto, subrayando tanto sus procedimientos como sus tensiones internas. Al margen de su función dentro del marco cortesano de Juan II, el poema se constituye como una pieza central en el tránsito de la poesía medieval a las formas preclásicas, estableciendo una genealogía que será reactualizada en clave distinta durante el Siglo de Oro.

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