Uno de los libros más íntimos de Sigrid Nunez es Siempre Susan (Errata Naturae, 2013, traducción de Mercedes Cebrián), donde narra su larga y sinuosa relación de amistad con Susan Sontag.
Sigrid llegó al apartamento 340 de la Riverside Drive en la primavera de 1976, cuando Susan superaba un cáncer de seno, tenía 43 años, y necesitaba ayuda para organizar documentos, contestar cartas y regresar a la vida literaria:
“Algo chocante: cuando la vi por primera vez parecía mayor de lo que luego resultaría al ir conociéndola. A medida que recuperaba la salud parecía cada vez más joven”.
En poco tiempo pasó de asistenta a interlocutora, amiga, inquilina y a tener una relación amorosa con David, el hijo de Susan. La cercanía les permitió a ambas desarrollar una dispar correspondencia, donde Susan fue mentora, conviviente demandante, comunicativa, descomedida sobre la privacidad de la relación de su hijo.
Y Sigrid, aprendiz de todo, enamorada, paseante, oyente y testigo de conversaciones con Joseph Brodsky y Edward Said, sobre todo conoció de cerca a una de las figuras literarias estadounidenses más interesantes y polémicas de los finales del siglo XX y principios del XXI. Esta proximidad queda reflejada en el libro de forma natural, incluso en las etapas de alejamiento que ambas tuvieron en casi treinta años, hasta la muerte de Susan en 2004.
Sigrid consiguió un retrato particular de la autora de Ante el dolor de los demás. De ella escribió:
“Después de su pelo, el rasgo de Susan que más sorprendía a la gente era su preciosa gran sonrisa”.
Y también pudo esbozarla así:
“A pesar de todas sus pasiones, su inmenso apetito por la belleza y el placer, su famosa avidez, y el infatigable ritmo de una vida intensa que podía despertar la envidia, estaba mortalmente insatisfecha, y la suya no era una inquietud que pudiera curarse por más que viajase. Y a pesar de sus innegables logros, todos los honores obtenidos con esfuerzo y los elogios bien merecidos, la sensación de fracaso se aferraba a ella como el luto de una viuda”.




