Con arrobamiento a la seducción

Tal vez haya tres o, mejor, cuatro disposiciones creativas y protectoras que resaltan la vida de Roger Martin du Gard (1881-1958): ser lector constante de Guerra y paz de León Tolstói; ser reivindicado por Albert Camus cuando la crítica lo menospreció tras ganar el Premio Nobel en 1937; ser archivero-paleógrafo —esto suena raro—; y ser amigo de André Gide. Todo lo demás, desde haber sido soldado en la Primera Guerra Mundial hasta tratar el caso Dreyfus o escribir la saga de Los Thibault, se asienta sobre estas insistencias vitales.

Una amistad literaria, que no necesita afianzarse en cartas ni prólogos —como asegurara Ortega y Gasset—, debe testimoniarse en la fragmentación imaginativa de diarios o apuntes. Un du Gard de 32 años y un Gide de 44 comenzaron su amistad por cercanía política. Aunque du Gard ya admiraba El inmoralista, la relación literaria se consolidó con el tiempo. La publicación de Jean Barois le granjeó al joven la amistad del atractivo y reconocido Gide.

Con traducción de Armando Pinto y edición de Pablo de Cuba Soria, la Editorial Casa Vacía legitima el amor por los libros al publicar Notas sobre André Gide (2025), de Roger Martin du Gard. Este volumen, afín y sorprendente, llega precedido por la reedición de Cyril Connolly como coleccionista de libros de Anthony Hobson. Casa Vacía nos recuerda lo presuntuoso de nuestra aspiración bibliófila: no podemos leer todo, ni siquiera abrir muchos libros. Consultar es un privilegio. Pero Notas sobre André Gide debe leerse completo.

Estos comentarios sobre Gide, Nobel de Literatura en 1947, trascienden lo epocal. Du Gard describe un variado retrato grupal hasta llegar al primer contacto con Gide, de manera puntillosa, plástica y cinematográfica. Ha experimentado, como Gide, una sala de cine. Su testimonio emula los apuntes de un guion:

Y, de repente, se endereza, apoya un codo sobre la rodilla, su mentón sobre la mano flácidamente doblada, y comienza a hablar en abundancia. La voz se suelta, fluye; admirablemente timbrada, cálida, baja y grave, confidencial a voluntad, y zalamera, y susurrante, con modulaciones matizadas, y, por momentos, un brusco grito, cuando pronuncia un adjetivo raro, algún término elegido, cargado de sentido: parece entonces lanzar triunfalmente la palabra al aire con el objeto de que despliegue de pronto su resonancia, como uno eleva un diapasón para permitir el máximo de vibración. No sé qué pensar, aún menos qué decir. Por el fondo, por la forma, todas esas ideas que él desarrolla y matiza en este arranque de improvisación, son enteramente nuevas para mí. Su resplandor me deslumbra. Nadie jamás, en la conversación, me ha dado esta impresión de fuerza natural, de genio…

Du Gard logra ser tan concreto como Gide. Sus notas, asentadas en anécdotas, ofrecen consideraciones literarias y consejos sobre la creación. Gide es citado junto a Montaigne, Poe, Stendhal, Tolstói, Dostoievski, Ibsen, Wilde, Copeau, Heredia… Pero du Gard no está deslumbrado por la amistad. Su sinceridad le permite criticar lo que Gide le muestra sin publicar: «Sigue una larga y franca discusión. Yo le ruego que retome algunos pasajes, y le hago notar, por el tono de su relato, la permanencia de una suerte de reprobación sobrentendida, muy convencional, sin duda de origen protestante». Gide reflexiona y responde: «Perdona que me haya callado así… ¡Pero todo lo que acabamos de hablar es tan importante, querido! Ya puedo ver lo que es necesario cambiar… ¡No puedo pensar en nada más!».

Más adelante, Gide explica sus diferencias estéticas sobre la novela: «¡Te privas de recursos preciosos!… Piensa en Rembrandt, en sus toques de luz, luego en la profundidad secreta de sus sombras. Hay una ciencia sutil de las iluminaciones, variarlas al infinito es todo un arte».

Sus psicologías no se desafían bruscamente. El joven du Gard, reconociendo la modestia de Gide, “macula”. Por encima de las excentricidades del «fluido, evasivo y sin cesar fugitivo» Gide, saben escucharse, hacer concesiones, malcriarse sin distinción. «No lo convenzo en todas las cosas; sin embargo, mi sinceridad nunca le es inútil: cuando no lo persuade, le sirve cuando menos para internarse deliberadamente en su razón». Han aprendido a gestionar quién lleva un día la batuta: «Él volverá a sentarse, para expresar finalmente lo que tiene que decir: ¡no ha venido más que para eso!», confiesa du Gard. Sus comentarios sobre Cuverville, el tren o el matrimonio de Gide amenizan la mesura de algunas páginas, mientras su retrato de la mansión de Gide suena a crítica de pintura.

Las notas saltan de diciembre de 1924 a junio de 1926. ¿Se perdieron, las arrancó du Gard o tomó un descanso de Gide en 1925? Ese año, Gide exigía mejores condiciones para los criminales y escribió Los monederos falsos. Otros saltos cronológicos ocurren hasta que las notas se estabilizan entre 1931 y 1934, continuando en 1937-1938, 1943, 1945, 1947-1949, hasta un día después de la muerte de Gide, el 19 de febrero de 1951. Du Gard moriría siete años después. Las mejores páginas, quizás, están en 1937, cuando Du Gard recibe el Nobel y el interés por Gide decae. Du Gard critica su «cortina de gravedad»: «Para Gide no es más que un medio para ponerse fuera del juego, sin contrariar a nadie y sin correr el riesgo de decir banalidades». Pero lo defiende como escritor:

Poco capaces, a la distancia, de hacer equitativamente la distinción entre lo que es complacencia, coquetería, y lo que es verídico, es de temer que los futuros historiadores de la literatura den crédito a los testimonios rencorosos de quienes no han reconocido a Gide, o lo han calumniado; y rechacen en bloque la imagen de él que él ha propuesto, para sustituirla por una representación diferente, legendaria, y probablemente menos exacta.

De Gaston Gallimard a Maurice Maeterlinck, Notas sobre André Gide entrecruza opiniones y sentimientos. Es como asistir a una conversación en un recinto de puertas abiertas. No es un mero relevo de yoes ni lugares. Mientras se diserta, uno pudiera salir a andar. La compañía impera, y los silencios consienten una voz en off que evoca hechos pasados, pero cercanos. Son imágenes superpuestas, complementarias y vivificantes. Con apenas cien páginas, el libro se siente como una novela río. Es como si Gide y Du Gard han estado siempre en nuestras vidas. Una aventura intelectual de reconocimiento. ¿Cómo no habernos sumado antes a este viaje?

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