Trampa emocional con nombre de poema, no hay pieza más peligrosamente hermosa en el repertorio del piano que Clair de Lune. Claude Debussy, tan reacio al sentimentalismo explícito, escribió aquí algo que suena como si el impresionismo hubiera decidido llorar en voz baja, pero en do bemol mayor.
Debussy, que aborrecía la pompa romántica y los excesos wagnerianos, escribió aquí un engaño exquisito. Clair de Lune parece inofensiva, pero es pura manipulación atmosférica. La pieza, basada en un poema de Verlaine, logró algo más letal: ser música que sugiere lo que no se dice y se emociona por lo que no pasó.
El detalle más irónico, casi perverso, es la propia historia de la pieza. Debussy la compuso joven, en 1890, y acto seguido la escondió. La Suite bergamasque durmió quince años en un cajón. Se dice que el compositor, que ya exploraba caminos armónicos mucho más áridos, solo la publicó en 1905 por deudas. He ahí el gesto de un traficante soltando su producto más adictivo al mundo, sabiendo el daño que haría. Creó el arma perfecta contra su propia estética.
La otra trampa es su aparente sencillez. Es el test definitivo del pianissimo. Le pide virtuosismo a un alma sin dedos. Pide tocar las notas como si se estuvieran recordando, en lugar de ejecutando una partitura. Por eso fracasa tanto en manos equivocadas: la tocan demasiado fuerte, demasiado clara, queriendo explicarla.
Sus primeros compases son caricias, pero de esas que se dan cuando ya es demasiado tarde. Los acordes suspendidos, las frases sin peso, la métrica que se desdibuja como recuerdo borroso… Así, todo en Clair de Lune parece pedir perdón sin decir por qué. Música que no te consuela, que te da la razón en tu melancolía, lo que resulta aún más peligroso.
Tocarla es sentarse al piano y declararse emocionalmente disponible para uno mismo. Por eso la han tocado tantos amantes no correspondidos, tantos adolescentes con peinado de Chopin, tantas películas que querían sonar más profundas de lo que eran. Banda sonora del amor platónico, del arrepentimiento sin destinatario, de esa hora precisa en que uno finge que no está revisando recuerdos ajenos, Clair de Lune suena —justo ahora— en el ringtone de mi iPhone 17.




