Otra posibilidad de la ficción

Hace algún tiempo circuló en las redes una foto de Rimbaud que no es «real». Había sido creada mediante inteligencia artificial. Hay quienes la han compartido creyendo que es auténtica mientras otros se mofan de quienes la consideran «real».

La imagen es extraordinaria por su belleza y, como decía Keats, «la belleza es verdad, la verdad es belleza». Hace tiempo que aceptamos la manipulación del archivo fotográfico, pero solo ahora estamos realmente dispuestos a admitir que las imágenes producidas por la llamada inteligencia artificial pueden hablarnos, hallar asiento entre nosotros e integrarse al ejercicio transformador del arte y del archivo.

No debería haber problema con ello, ni juicio moral ni, mucho menos, ético en la reformulación de la galería de imágenes. Quienes pasamos horas buscando imágenes de escritores en Google advertimos ciertas carencias. El caso de Rimbaud, como el de Baudelaire o César Vallejo, es proverbial: revolucionaron la escritura poética, pero nos dejaron apenas un puñado de imágenes para reconocerlos físicamente. ¿Estamos abiertos a ese «borrado de lo real», a ese «empaquetado» del vacío?

Empaquetado, en el sentido de que cualquiera, al usar estas herramientas, puede producir imágenes extrañas a la «realidad», ajenas al archivo: Borges de la mano de Virginia Woolf, Ezra Pound bebiendo sake con Yukio Mishima, José Martí y Whitman en un bar de Manhattan, Faulkner y Heidegger montando a caballo por la Selva Negra, o Freud tomando baños de sauna con Jung. 

La inteligencia artificial puede funcionar además como una herramienta para, con cierto sentido estético, mejorar imágenes que el tiempo dañó o nunca tuvieron buena calidad. Pero también ayudará a cubrir ciertos vacíos. En el caso particular de la literatura cubana, las ausencias son abismales.  ¿Ha visto alguien alguna foto de calidad de Julián del Casal, Lamar Schweyer, José Antonio Ramos, Miguel de Marcos, Carlos Loveira o José Manuel Poveda?

No es más que volver sobre otra posibilidad de la ficción. Damos por sentado que siempre habrá otra inteligencia que nos alerte de la broma.

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