¿Qué libro arruinó para siempre tu capacidad de disfrutar literatura «ligera»?
Hojas de hierba, de un peludo de Long Island, llamado Walter Whitman. Una edición bilingüe de Galaxia Gutenberg que me regaló mi pareja, a finales de 2019, año en que nos conocimos y se conmemoraba, también, el bicentenario del autor.
Yo había leído poco así de cohesionado y bárbaro, en términos de arquitectura o revolución verbal. Hojas de hierba fue el parteaguas entre lo sublime y lo que –por hipocresía de estilo– debo llamar ligereza, pero es algo más prosaico que la ligereza. Todas mis lecturas anteriores, de poemarios considerados «referentes» descendieron, de golpe y porrazo, aunque la teoría literaria moderna los mantenga sobre un lecho de azafrán.
¿Qué autor/a te gustaría invitar a cenar, solo para llevarle la contraria durante tres horas?
T.S. Eliot. Sería una cena difícil, compleja para ambos. Como lectora de traducciones, atacaría aquellos enfoques, la tendencia de inyectar liturgias y letanías indomables en el verso llano, la deriva de la extensión inoperante, el hermetismo, la ambigüedad, la oscuridad entre dos entes bellísimos, pero desmedidos, con mucho de lo que, a mi modo de ver, le hizo daño a la poesía posterior, a la poesía laica, a los falsos imitadores y a la lectura.
¿Qué libro fingiste haber leído con más convicción?
Residencia en la Tierra, de Pablo Neruda. Vestía bien darlo por leído en los círculos con los que alterné en una época. El olfato de una mujer que lee suele ser más fino que el de sus homólogos de otros géneros y cuando esa pulsión femenina se atasca con una obra y muestra una resistencia honesta, hay que respetarla.
¿Qué personaje literario matarías tú misma?
Juan con Todo, del poema Tengo, del cubano Nicolás Guillén, heredero y muestra de una caterva de poéticas análogas (con himnos a Stalin, a Lenin, a Hitler, a Fidel Castro…), de autores varios con piezas dadas a una obediencia de subcultura. Juan con Todo es un tipo exagerado y ridículo, que transita de la Nada capitalista a la Nada socialista, fingiendo que lo tiene todo, despeñándose en la extravagancia de cada verso mal pensado y peor escrito.
Siendo obra de un poeta que estimé por su trascendencia rítmica, Juan con Todo es el epítome de un uso equivocado, por adulón, de la poesía. Con más frecuencia que la prosa, lo poético asume roles de foca condescendiente con los canallas y sus procesos. En estos casos, una rápida eutanasia poética es la alternativa más justa y misericordiosa.
¿Qué libro «clásico» consideras un castigo de lectura y aun así lo defiendes en público?
El Cantar de los Cantares, de Salomón. Lo defiendo en público y en privado. Como crimen y como castigo. En un rescate que lo pone a salvo, también, de mí misma.
¿Cuál es tu placer culpable literario, ese que escondes detrás de una falsa copia de Proust?
Las obras completas de Miguel Hernández, recicladas, reflotadas siempre.
¿Qué libro tratas como objeto sagrado, pero cuya primera página sigue más virgen que tu Kindle nuevo?
Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa.
¿Con qué autor intercambiarías vidas, aunque sea solo para tener una beca en la Sorbona?
Fernando Pessoa, concretamente con Álvaro de Campos.
¿Cuál es la librería que más dinero te ha robado con tu consentimiento?
La de vendedores ambulantes en Wallapop (plataforma de compraventa de productos de segunda mano entre particulares, muy popular en España) y, por supuesto, de Amazon.
¿Qué libros has empezado más de tres veces sin pasar de la página 40?
La belleza del marido, de Anne Carson.
¿Qué frase en latín usas para sonar profunda, aunque ni sepas bien qué significa?
Verba volant, scripta manent; carmina volant et manent.
¿A qué personaje literario querrías como terapeuta, sabiendo que te arruinaría emocionalmente?
Al Cristo en la cruz, de Borges. Aunque el poema –en general– es bastante malo. Pero el personaje es magnífico.
¿Cuál es la edición más absurda que compraste solo por estética?
Jamás compré nada por estética. Ni las cremas de la cara. Existe una utilidad en todo lo que compro, porque fui pobre de niña y me enseñaron a apreciar el dinero. En relación con un salario mínimo, los libros en España son caros. Suelo quererlos por sus tripas, sus digestiones y no por cómo lucen, para adquirirlos.
¿Qué género literario finges despreciar porque tus amigos intelectuales lo hacen?
Los temas de Manuel Alejandro, el compositor español de baladas. Me encantan. Detrás de mi fachada, los escucho con frecuencia.
¿Qué autor contemporáneo por el que finges desinterés pero que desearías secretamente haber escrito sus libros?
Envidio mucho dos poemas de un mismo autor contemporáneo. El enamorado y MacDonald’s, de Manuel Vilas. No sé si están en el mismo libro, porque no leo a Manuel Vilas. Pero ambos cumplen el axioma del círculo mágico perfecto: cada uno es un libro exprés.
¿Cuántos libros tienes pendientes de leer y cuántos sigues comprando igual al mes?
Miles. Con un promedio de medio libro al mes.
¿Qué escena literaria te hizo cerrar el libro y mirar al techo como si hubieras vivido algo?
Tropecientas escenas, descarnadas, encuerísimas, halladas en los poemas de Dylan Thomas, Gonzalo Rojas, Mary Oliver, Derek Walcott, Wisława Szymborska, Louise Glück, Adonis, Rainer Maria Rilke, Paul Celan, Leopoldo María Panero, Hermann Hesse y de todos los demás autores nombrados a lo largo de mis respuestas. Escenas en las que no se suele pensar enseguida que se habla de literatura y en las que hay que pensar cuando se habla de la educación pública y sentimental de las naciones, los hogares y las cocinas.
Pienso, también, en las escenas brillantes de muchos autores emergentes que se detienen un momento, escriben -como quien sale del paso- un verso con una música interior, un sentido del significado y una precisión lingüística fabulosos y después no vuelven a escribir nada más ni mejor en sus vidas.
¿Qué libro regalarías solo para poner a prueba si alguien es digno de ti?
La poética, de Aristóteles, acabada de posar sobre lo poético, sin restricciones.
¿Cuál es el crimen literario más atroz? ¿Doblar las páginas, subrayar los libros, o no leer?
No subrayar los versos (con un buen marcador amarillo, naranja o verde tenues…) es casi como no leer.
¿Lees la solapa del autor antes de empezar un libro, o prefieres arruinarte la experiencia después?
La leo siempre, por supuesto. Aunque es lo de menos. Es tan poco que, a menudo, verso y autor no comparten sarcófago. Y se salvan o se queman por separado.
¿Qué biblioteca ficticia mereces según tu nivel de neurosis literaria?
Mi mayor éxito personal es haberme conservado libre de neurosis literarias. No necesito sino bibliotecas reales. Puesta a elegir, me pido cualquier biblioteca (interconectada) de cualquier universidad.
¿Has robado un libro alguna vez? ¿Cuál(es)?
No. Jamás.
¿Cuál es tu mayor logro como lector: sobrevivir a Ulises o terminar El Quijote?
Soy más de otros cantares, como la Odisea… o hasta el Mío Cid.
¿Qué libro te habría gustado escribir solo para poder firmarlo y presumirlo?
Distintos modos de cavar un túnel, de Juan Carlos Flores.
¿A qué edad te diste cuenta de que leer no te hacía mejor persona, solo más insoportable?
Leer me hace mejor persona. No he podido verificar lo contrario.
¿Qué personaje secundario merecía más protagonismo que el principal?
Clitemnestra, que se abre camino sola. No por gusto han sido las autoras y la prosa poética (desde Marina Tsvetáieva, hasta Margaret Atwood, pasando por Margarite Yourcernar) quienes han puesto el foco sobre su figura polémica e inmarcesible.
¿Cuántos marcapáginas posees, y cuántos usas realmente (más allá del ticket de lotería que, por supuesto, no ganaste)?
Compro tantos marcapáginas como libros. En España los hacen bellísimos. Las librerías son fábricas de marcapáginas customizados. De tanta belleza, al final, los pierdo todos y termino con el ticket del propio libro como referencia.
¿Qué autor te parece brillante, pero preferirías no tener cerca en una cena?
Homero.
¿Qué frase usas para justificar que no terminas los libros que empiezas?
Afuera también hay música.
Si tu vida fuera un libro, ¿en qué estante de la librería la encontraríamos: «drama innecesario», «ficción pretenciosa», o «ensayo sobre la decepción»?
Inauguraría una nueva sección, no contemplada en las anteriores: Líricas sabrosas.