Nueva apoteosis de Mañach

En el ámbito de la cultura cubana, el culto a figuras como Jorge Mañach es más que recurrencia, un lugar común; que vicia su innegable importancia histórica con la banalidad del trascendentalismo, sin actualizarlo. No se trata por tanto de que falten las referencias a su figura, sino que estas suelen ser inefectivas y banales; como asidero para intelectuales que necesitan mostrar su inteligencia, más que organizar una comprensión.

Este es el defecto que trata de corregir la editorial Casa Vacía, con esta compilación de ensayos sobre Mañach; en una edición que dista de ser crítica, pero alcanza dignidad suficiente para ofrecer un producto interesante. No es una edición crítica en rigor, porque no ofrece los suficientes criterios sobre su obra general, sino que lo recrea; que es en lo que resulta interesante, como una actualización parcial, que muestra su pertinencia en la cultura.

Por supuesto, no se trata de llenar un vacío, en un gesto que ya han intentado muchos, pero sin esta eficacia; pues aunque con resultado desigual, nos acerca al que probablemente sea la personalidad más atractiva del ámbito cubano. Eso es sumamente atrevido, si Mañach crece en una época en que los intelectuales eran interesantes como principio; pero a diferencia de todos los otros, este sostuvo en su dignidad la decadencia que el resto ignoraba.

El resultado es desigual, porque aunque denso el libro no mantiene la frescura del prólogo, y deviene convencional; cuando uno de sus aciertos —o su suerte— es la frescura del compilador, por el tipo de referencias que maneja. En este sentido, el prólogo se vale de todas las claves del afrancesado esteticismo contemporáneo cubano; con lo que remueve la vetustez de nuestra tradición crítica, con gestos elegantes y eficientes en el amaneramiento.

No será hasta el primer tercio que el libro vuelva a hacerse amable, por el gracejo estilístico de Alfredo Triff; pero entre uno y otro, consiguen la tensión suficiente para hacer digerible todo ese convencionalismo. Con esto, el libro se salta la barrera que impide la transmisión de la cultura, en el egocentrismo de sus promotores; deviniendo en un raro objeto de culto en sí mismo, por su valor propio, más allá del objeto al que se dedica.

El juego estilístico de Triff es sin embargo descompensado en el amaneramiento, por la espontaneidad de Prat Sariol; que en el exceso desplaza a la figura central con la suya propia, al mapear la crisis de la cultura como actualidad. El error no es nuevo, y recuerda la apropiación de la catarsis martiana, en el simplismo de una ideología del centenario; que en este caso no atiende a las recurrencias sino a una continuidad, que es imposible en tanto cultural y no histórica. Eso por supuesto es criterio y perspectiva, pero añade el problema de esa falta de una hermenéutica mañachista; que cede su objetividad a la subjetividad que lo investiga, como si no fuera él lo importante sino el criterio que lo lastra.

También, como defecto, casi todos los ensayos se enfocan mayormente en La crisis de la alta cultura cubana: que siendo un ensayo capital, no es ni con mucho la mejor sistematización del pensamiento de Mañach. Incluso en él es importante la sobriedad del estilo —como lo toca Pérez Firmat— que sobrepasa lo periodístico en la sutileza; al punto de la preocupación, que refleja una cosmología organizada y existencial, más que una convicción.

Por todo eso, quizás el título de la compilación no sea exacto, en su alusión a la patria, que es política más que cultural; no importa si en esta bivalencia los términos no son separables, porque lo son como prioridad del análisis. De ahí la importancia de trabajos como el de Triff, que empuja una sistematización incluso técnica de su pensamiento; como queriendo dirigir a los exploradores, más allá del lugar común —que en verdad es recurrente— de su crítica. Por eso no hay que equivocarse, el resto del libro bien vale una misa que valió París, sólo que más calma en lo reverente; y alcanza hasta un atisbo de exégesis, a estas alturas ya necesaria por el distanciamiento con la cultura de origen.

También, el libro pone su peso en el trabajo mismo de Mañach, compensando cualquier deficiencia del acercamiento; porque permite al lector establecer su propia relación con el autor, sobre todo en el marco perfecto de su desarrollo. Especialmente importante en este libro, el dosier que aporta la perspectiva del momento, resaltando la de la época; sobre todo la cuestión del Minorismo, con esa bivalencia política que caracteriza a lo cubano en su cultura.

El libro se presenta así como un momento de singular madurez para la cultura cubana, que se proyecta en el exilio; en una comprensión exhaustiva —aún si incompleta— de la cultura nacional, en el bullicio con que se actualiza. Aquí hay que recordar que Mañach era un hombre de su tiempo, participando del decadentismo que criticaba; ya desde su misma fe en la especialización intelectual, y que desconocía el problema de su elitismo como especialización.

Téngase en cuenta que ese elitismo de Mañach no es amanerado (¿manierista?), sino serio y amonestador en la crítica; reteniendo aún la gracia y nobleza de su autenticidad, pero como una virtud personal, suya y no de clase. Es por eso que Mañach deviene en referente, que permite el pesaje de lo nacional, en ese contexto de lo occidental; cobrando especial importancia ahora, que las predicciones parecen cumplirse, sin comprender aún lo que diagnosticaban.

2 comentarios en “Nueva apoteosis de Mañach”

  1. Jose F Prats-Sariol

    Tantos hermosos recuerdos del novelista («Adire y el tiempo roto») Manuel Granados y de la poeta Georgina Herrera… Ambos para siempre en mi memoria afectiva. Por cierto, un tema polémico que tocó Gastón Baquero: Mañach y el racismo en Cuba. Ignoro si alguien más lo ha tratado. Involucra también a Fernando Ortiz.

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