Berliozianas: ‘Gymnopédies’ (1888)

Las Gymnopédies son piezas para piano que suenan como si la música hubiera decidido suspender el argumento y quedarse flotando, como un pensamiento a medio formar. Lentas, ceremoniales, sin apuro ni clímax. Pasos sonoros a ninguna parte.

El título ya es una broma privada. “Gymnopédies”, en referencia a unas danzas espartanas ejecutadas por jóvenes desnudos —aunque, tratándose de Erik Satie, puede que también lo haya inventado mientras se reía entre sorbos de vino barato. Porque lo suyo siempre fue una especie de ironía neoclásica, belleza sin intención de seducir, emoción sin exhibicionismo. “Vine al mundo muy joven, en una época muy vieja”, lo dijo él, y lo compuso también.

Escucharlas es entrar a una galería vacía donde hay una sola pintura colgada, la cual jamás sabrás si es arte o minimalismo con complejo de superioridad. Las armonías se mueven con una lentitud casi clínica, como si cada acorde estuviera tomando té antes de decidir si modula o no. Ni urgente ni resolutiva, escuchamos en ellas una música que tiene prisa por demostrar nada. Como él mismo confesó: “Antes de escribir una obra, le doy varias vueltas, acompañado de mí mismo”.

La Gymnopédie No. 1 se ha convertido en la más famosa: un vals a cámara lenta que suena como si la nostalgia se hubiera vuelto francesa y hubiera aprendido a fumar. Tristeza en voz baja, lloros que visten bien.

Las otras dos Gymnopédies, menos famosas, pero igual de imperturbables, continúan el desfile con la misma cadencia anestesiada. La No. 2 es casi una sombra de la primera, más sombría, más cerrada en sí misma, como si dudara de su propia necesidad de existir. La No. 3, en cambio, roza una ternura peligrosamente cercana a la sinceridad, pero sin perder la compostura: una melancolía que se disculpa por adelantado. Juntas forman un tríptico de indiferencia refinada.

Fue un parodista disfrazado de místico, y así solía presentarse: “Me llamo Erik Satie, como todo el mundo”. Mientras otros componían para redimir el alma, él lo hacía para exhibir el estilo que subyace a ciertos desencantos. Nada en lasGymnopédies busca conmover, porque todo en ellas resuena como si el silencio hubiera aprendido a hablar con acento parisino.

1 comentario en “Berliozianas: ‘Gymnopédies’ (1888)”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio