El retorno del yin en la formación política de China

Cuando el imperio Qin se alzó sobre las ruinas de los Reinos Combatientes, lo hizo en un gesto de purificación; la eliminación de todo aquello que mediara, suavizara o dispersara la autoridad, que debía ser absoluta. El estado se concibió como una máquina sin ambigüedades, y su violencia radical consistió en vaciar el espacio Yin; la reina viuda Zhao fue el último residuo de ese principio, de lo femenino como mediación entre lo celeste y lo terrestre.

La caída de la reina madre marcó el cierre simbólico de ese ciclo de lo femenino en la política china arcaica; y con Qin Shi Huang, el Imperio se convierte en un cuerpo masculino total, sin madre ni esposa, sin sombra, Yang. Pero ese mismo gesto —la supresión del reverso— inaugura en el exceso el vacío, que hará colapsar al sistema; el poder devino rígido sin mediación, incapaz de absorber la presión que él mismo genera en ese exceso.

El fin de los Qin fue, antes que una derrota militar, la implosión estructural, un yang sin yin que lo reabsorba; y la rebelión que produjo ese colapso no tuvo programa ni doctrina, como resultado natural de ese exceso. Toda la potencia expulsada por esa violencia Yang encontró en Liu Bang su punto de convergencia; pero el fundador de los Han no era un noble sino un pícaro sin linaje, que hizo de esta carencia un principio de movilidad.

El poder de Liu Bang no residía en la ley, sino en la resonancia, en su capacidad de articular energías heterogéneas; y ante el despotismo cristalizado de los Qin, su picardía era un poder de atracción más que una jerarquía. Con él, el imperio vuelve a ser posible, pero no por coerción sino por esa circulación que propicia de la energía; que si no se formaliza, al final se disuelve en sí misma, que es donde irrumpe Lü Zhi, la primera emperatriz de Han.

El poder de Lü Zhi no proviene del Mandato del Cielo, el ejército o el linaje, sino que es ilegítimo por definición; en un orden patriarcal, que se había reorganizado en el exceso Yang de Qin Shi Huang, el arquetipo masculino. Sin embargo, esa ilegitimidad es precisamente la fuente de su potencia, como espacio de condensación; al carecer de lugar propio, que atrae así al caos fundacional, coagulándose en ella como en la picardía de Liu Bang.

La ferocidad que se le atribuye —esa fama de implacable— no es un rasgo moral, sino una mecánica estructural; por la que actúa como una fuerza gravitacional, absorbiendo en sí misma todo residuo de indeterminación. Si Liu Bang había sido la expansión, ella es la contracción; si él generaba turbulencia, ella produce simetría; porque el poder del yin aquí no es suavidad, sino precisión, la inteligencia del equilibrio, inestable pero persistente.

Lü Zhi no usurpa el poder masculino, reintroduce a la madre, ya no como cuerpo, sino principio de forma; es el dispositivo de reabsorción de las fuerzas disueltas, del que nace el estado de Han en una resurrección; no en la victoria del yang sobre el caos sino en el retorno del yin, como órgano de condensación. La historia de la dinastía Han mostrará que ese principio no desaparece, sino que se refina, se sutiliza.

Son tres las figuras que marcan las etapas de esta transformación, que es siempre del Yin como naturaleza: Lü Zhi como coagulación, en que este se estructura como potencia, de la que emerge el miedo al caos como femenino. Después está la emperatriz Dou, en la organización de ese principio, que afila silenciosa sus uñas de tigre; y Wu Zetian, que lo proyecta institucionalmente, devolviéndose como fuente de legitimidad en sí misma.

Si se pone el proceso en perspectiva, la dinastía Han no sólo sucede a la Qin, sino que la corrige estructuralmente; Qin había instaurado un estado absoluto, y Lü Zhi y sus herederas reinstauran la maternidad como principio formal. La función femenina deja de ser anatómica y deviene política, en su poder para absorber el exceso de la ley; y en ese sentido, lo femenino reaparece siempre que la energía necesita ser reintroducida en la forma.

Del Yin escandaloso de Zhao Ji al reflexivo de Wu Zetian, se despliega la formalización progresiva del reverso; primero como peligro, porque muestra la permeabilidad del orden, y luego como guardián de esa permeabilidad. El poder de Lü Zhi —tan temido y denigrado— es el momento que consuma ese tránsito, del yin expulsado al constituyente; haciendo que el estado nazca dos veces, del relámpago de Liu Bang, y la gravedad de Lü Zhi, que le da forma.

 


Imagen: Lady Dai y sus damas de compañía (detalle), Estandarte funerario de Lady Dai (Xin Zhui), siglo II a. C.

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