1
El barroco se afana en incorporar las cosas a su sustancia bárbara. Atenta contra la percepción y, por lo tanto, contra la ética. Corrompe la realidad. Busca que uno se bañe de una vez en todos los ríos del mundo. El barroco no es solo un asunto de exageración. (Solo es exagerada la realidad, que nos sobrepasa: alguna vez nos quitaron varios ojos, cuando podíamos mirar con sobreabundancia). Si mi ojo instantáneo dice: “allí un árbol, allá un soliloquio de tablillas de boj, en aquel rincón un caballo apostado en el esplendor”, la escritura barroca se las ingenia para tejer los topoi en un mismo tejido. Entonces uno reconoce el poder de los signos que emulan con la materia.
La experiencia del escritor barroco es semejante a la del alquimista: intenta petrificar sucesivas sorpresas. Solo lo posible en revelación continua da lugar a las “diez mil cosas de la realidad”.
Prosa barroca: delirio del escritor que avanza en la maraña verbal, la noche que va penetrando. El rostro lívido con que emerge portando un caracol que dicta su ópera en sus escarceos con el viento, la ropa raída, (con)fundiendo el camino de vuelta con la pupila helada en la boca del túnel.
2
Creo que nuestra prosa (por el momento) no podrá ser barroca, totalmente barroca. Ni de la pétrea fijeza carpentierana, ni del torrente de Lezama que rezuma aguas del Ganges. Creo que en cierta exaltación de Martí está la llave: en las elipsis finales de su Diario y de su muerte, en sintaxis cerrada. O en el salto de Calvert Casey desde un edificio de Roma, respirado por su prosa.
3
“El lenguaje destruido por la negación irracional se pierde en el delirio verbal; sometido a la ideología determinista, se resume en la contraseña. Entre ambos se halla el arte” (Camus).
Delirio verbal: afanes del mago o del loco en la oscuridad.
Ideología determinista: aquello que clarifica el paso de los hombres sobre la tierra, con sus enseres y dominios.
La contraseña: la tensión del lenguaje por hacerse particular, la historia de esta empresa, secreta, solitaria, fallida (pero siempre recomenzada).
4
F. me dijo una vez: “Hay algo en la insularidad de Cuba que huele a campamento”. Supuse, de las palabras de F.: “En un campamento impera el tráfico. El pensamiento se suple con el intercambio. No hemos tenido metafísica de verdad, ni, por supuesto, una prosa pensamental, sino las oficinas y los puertos listos, y un escaso comercio de la palabra. Además, a falta de mitos, hemos ejercido el patriotismo y el carnaval. Quizás por esto hemos tenido por lo general cronistas de campamentos en vez de prosistas de verdades en devenir”.
5
Estoy de acuerdo con Glissant (Breve filosofía del Barroco) en que vivimos la diversidad/unidad del mundo. Pero no estoy de acuerdo en que exista una “naturalización” del barroco.
Glissant confunde el espejeo de los diferentes lenguajes entre sí con lo que pudiera sugerirse como “ciclos de entropía”. Se alternan el orden y el desorden.
Que yo me levante y me vea constituido en un monstruoso insecto, aseveraría que los procesos entrópicos están acelerados de mala manera. Si me levanto y me afeito y creo ser más o menos el mismo, sé que la entropía marcha bien. Esto último suele ser lo común (excepto para un amigo mío que me aseguró haberse levantado un día Conde y con cabeza de perro, en una mañana de mala entropía para él). La alternancia de entropías —la natural y la degenerada— serían maneras de ser-en-el-mundo, no por extensión, sino en cada “particular”.
6
Para Lezama, la espacialidad novelesca parte de la dialéctica visible/invisible erigida desde Dios y sus aproximaciones heréticas. Los nuevos prosistas tendrán que especificar a cada paso lo visible/invisible con fuerzas prometeicas (como en un esfuerzo que se pierde en el alba del paganismo, donde uno entraba a la muerte coceando, añorando un Dios vago, oscuro, o entrando como perro invocando a algún Perro…).
Algunos objetivos de esta prosa “heroica”:
avistar al teomúnculo;
conseguir el aparato medidor de “diosidad” en las cosas terrenas.
7
Según Descartes, el lugar de un cuerpo se conoce de acuerdo a su situación respecto a los cuerpos más cercanos. Este razonamiento parte de la confianza que le ofrece la geometría. (Tal confianza no la obtuvo Pascal: le aterraban los espacios infinitos porque no percibía “su” situación respecto a esos espacios.) Para el poeta prima el pensamiento no causal en sus diferentes actitudes.
8
(visión del tokonoma)
Se arrastra. Las calles de Praga manchan de nieve el capote gris. Sigue arrastrándose y deja atrás la sinagoga. El de Praga se arrastra y escribe en la nieve, sus uñas heladas van quebrando el papel del mundo. Escribe: “Yo solo tengo un miedo terrible del dolor”. El otro, inmenso, torpe, se recorre la solapa de hielo y dice: “No espero a nadie e insisto en que alguien tiene que llegar”, y su uña raspa, raspa. Aquél borra los signos en la nieve, sigue arrastrándose, su cuerpo deja una larga huella, como sauce llevado por coletazos de perro. El otro, en la herida del rasgueo, raspando, sorprende una arista del Paseo del Prado de La Habana: niño/ cielo/ gato: súbitos parciales. Aquel, rodeado de bachilleres con estandartes de nieve, hurga, va creando un vacío infinito, el bosque congelado; mientras el de La Habana, entre mesas con libros amontonados, araña en la pared con la uña, la cal va cayendo como si fuese un pedazo de la concha de la tortuga celeste, sigue arañando, ve que el otro, allá en Praga, se arrastra rozando su duro caparazón de insecto la nieve del cielo, aullando, los dos aullando…
Rolando ha aprendido a encajar árboles en todo abismo… Sí, Cuba ha tenido, tiene ahora mismo, mejores artistas y escritores que políticos.