En este viaje hacia el morir

Yo no quiero morirme ni mañana ni nunca./ Solo quiero volverme el fruto de otra estrella.
Y ahora caigo en la cuenta de que no he hecho en la vida otra cosa que preguntar,
y reproducir después lo que me ha parecido ser la respuesta.
Gastón Baquero

 

La obra poética, ensayística y hasta periodística de Gastón Baquero (1914-1997) está repleta de alternativas temáticas, donde el lector parte, tropieza y continúa porque aprende como cuando inicia, acompañado, un viaje. Sí, el viaje es la constante que irradia el orbe reconstruido del niño de Banes, del ingeniero agrónomo, del jefe de redacción del Diario de la Marina [1], del primero en elogiar por escrito y, en diferentes momentos, a los también jóvenes José Lezama Lima y Gabriel García Márquez, del transterrado en España, de quien, con frecuencia, asoció el acto poético con la siembra de una planta o con el nacimiento de una flor. El viaje como la peregrinación emocional de una vida que testimonia imaginando para modificar el mundo, ya en la distancia o la cercanía de la muerte: «Hablar de lo que no se ha visto es crear. Intentar describir lo visto es una utopía, porque lo real es inapresable por la palabra y aun por la mirada».

La muerte en la obra poética de Baquero cuando no se nombra, anda disimulada una y otra vez en la pérdida de la inocencia y en el acontecer personal, en el supuesto anacronismo de los contextos, en las transfiguraciones o «en las sucesivas mudanzas de nombres» [i]. «El yo retórico atravesando el tiempo en un himno a la imaginación que le permite traspasar los límites» [ii]. ¿Además de una aproximación de la soledad con la muerte y la atmósfera que ella crea, por la carencia del bullicio, de qué va ese poema que escribe Baquero sobre el parque del pueblo de su niñez?

El parque de mi pueblo tiene/cuatro laureles y el busto de un patriota. // Cuando la tarde es hecha de una lumbre tranquila, /arriban silenciosas las ancianas.// La tarde es lo más bello de este pueblo, / y son tristes sus noches, // cuando el parque se queda desolado, / con sus cuatro laureles y el busto de un patriota [iii].

Con trece años compone también en Banes una elegía por y para una amiga fallecida del aula. Uno no sabe cuánto hay de verdad o añadido al hecho. Ello no importa. Aunque negó muchos de sus poemas iniciales, Baquero siempre quiso a un lector que dejara a un lado lo anecdótico, autobiográfico y argumental del poema a fin de que se adentrara en su tono o sonoridad peculiares.

En Cómo un cirio dulcemente encendido, el libro realizado en Cuba que comprende la poesía completa de Baquero, uno aprecia las referencias directas y sutiles sobre el tema de la muerte. Desde «Qué pasa, qué está pasando…», sin olvidar, poemas tan conocidos como «Saúl sobre su espada», «Testamento del pez», hasta llegar a «La primavera», la muerte contempla y es contemplada. Aun cuando no necesita mencionarla, la sugiere como en «Palabras escritas en la arena por un inocente» o en «Memorial de un testigo». En ambos poemas concurre una cantidad de personajes históricos y literarios (Darío, Aristóteles, Juliano el Apóstata…, Napoleón, Bach, Whitman, Rafael, la Reina Cristina…), que  uno termina comprendiendo por qué el poeta los ha llamado más que para recrear una sincronía cultural, una «rememoración histórica» [iv] o una multitud deseada frente a la soledad imperiosa.

Baquero (…) opta por abrirse a la apropiación y el reordenamiento de una memoria que le permita una reflexión no sobre, sino desde la simultaneidad de los tiempos, nunca para sobrecargar u ocultar, sino para hechizar y revelar. Baquero se nos presenta como el espectador que testimonia una herencia que integra y reordena, amplifica y subvierte, pero que, sobre todo, es resistencia a la muerte y a su corolario, el olvido [v].

Jorge Luis Arcos, se apoya sobre todo en «Saúl sobre su espada»‚ y en «El caballero, el diablo y la muerte». Así generaliza una poética que atiende la condición del sueño. Mas, ¿de cuál sueño? Pues del sueño fisiológico y también del que permite —conciencia y ojos atentos mediante— esperar la llegada de la muerte. «De ahí que en su poesía se aprecie una intensa vivencia de lo desconocido y una visión de la muerte como fluencia onírica dentro de la vida, es decir, se asume a la muerte como una presencia dentro de la vida» [vi].

¿Cuáles son los conceptos de Baquero en torno a la muerte? Más que conceptos, búsquense tanto en su poesía como en sus ensayos y artículos, apreciaciones acerca de la muerte en tanto presencia cercana y como coartada para recapitular vidas. Si en «Jorge Manrique en América», por ejemplo, dice: «Cantar se puede a la muerte de tal modo, que quede del cantar vida siempre» [vii], es «Monólogo con don Quijote» uno de los textos donde se encuentran varias y llamativas reflexiones sobre el tema de la muerte. Nos encontramos frente a una ráfaga de dudas que él, con notorio desconcierto, prueba responder.

¿Quién me dice a mí que esta de que la muerte es una forma de la vida es cosa cierta? Distinta, muy distinta, es la experiencia diaria e histórica de ello. ¿Es que vive la muerte su estar muerta, que es su vida? O, como todos sentimos, ¿no es que la muerte muere a la vida y esta se queda muerta, que esto es muerte? Ese de morir es el hecho que con llevarnos —o dejarnos— ante la gran duda, no deja lugar a duda ninguna. Ignorancia mía será, o insuficiencia de penetración cósmica —llamado sea como se quiera llamarlo— pero no entiendo, no, doctrina ninguna que quiera explicarme la muerte desde el punto de vista de la propia muerte. Yo estoy vivo, o lo que llamamos así, o lo que sea. Y mientras estamos vivos no podemos hacer otra cosa que sentirnos vivos y nunca muertos [viii].

Qué es «Monólogo con don Quijote» sino una invocación de una dual figura literaria (don Quijote/don Miguel de Unamuno) que no puede morir en las páginas de un libro una vez que el lector la conoce y decide llevarla con él. Semblanza extensa su monólogo que bien merece leerse si del tema de la muerte nos convida este poeta/ensayista/periodista: «Volver la cabeza hacia las estrellas cuando el barro nos gana ya el corazón, es nuestra gloriosa ventaja sobre las bestias». ¡Qué bella esa imagen sobre el cuerpo exánime!

La curiosidad de Baquero en la biografía de muchas personalidades evidencia su regusto por reconocer —para reconocerse— al hombre que deviene creador, al creador que, por vivir, sufre su cotidianidad y, por cuenta o a pesar de ella, propone obra hasta morir: «(…) los hombres no tenemos historia sino biografía tan solo».

Si bien existen otros textos de consideración en su obra, muy relacionados con la “última” partida o con lo íntimo y circunstancial que representa el par ausencia/presencia, no puede soslayar el lector «Horacio Quiroga: una respuesta a la muerte». Aquí se califica al escritor uruguayo como un mensajero del destino que vino, no a incitarnos a morir, ni siquiera a enseñarnos el momento precipitado para, por nuestra cuenta, irnos de este mundo. Quiroga anduvo también para narrar una despedida a destiempo que, por supuesto, no alcanzaría a apreciar del todo. ¿Cómo alguien pone a competir de esa forma su vida con su arte? ¿Temor a la existencia? ¿Descontrol de la medida vital? Acaso los demonios internos del escritor suramericano le susurraron: «tu caída final puede ser más estética que todas tus dudosas conquistas. Recuerda cuanto has vivido para ver morir».

A la implacable presencia de la Muerte, Quiroga opone, constantemente, la implacable presencia del reconocimiento. Una poderosa intuición —diríase que un mensaje de la vida— le señaló que no hay camino más perfecto para evadir el terror que sumirse, cara a cara, en las ondas del terror [ix].

Viajero que contempla; peregrino tenaz porque sueña e imagina. Testigo incansable que recrea el «supremo pasar para quedarse que es la Muerte…», Gastón Baquero parece recordarnos una declaración de principios que supone, a tiempo, un testamento inspirador y esa su defensa del poeta y el hombre inconformes —Baquero y la muerte daría para todo un libro—: «Lo único que me ha interesado en este viaje hacia el morir que es estar vivo, es inventar, fabular, imaginarle a una realidad cualquiera la parte –el completo– que creía le faltaba. No ignoro la soberbia que hay en esto, pero la soberbia es también un instinto indomable».

 


[1] Fue en el Diario de la Marina (1832-1960) —célebre no solo por su tendencia conservadora y reaccionaria, sino por las grandes plumas que acogió en sus páginas tanto cubanas como extranjeras—, donde se entregaría al periodismo de forma concienzuda y cuantitativa, ya que publicó más de mil artículos. A consecuencia de la criticada preferencia e ideología política del autodenominado «decano de la prensa cubana», se ha tendido a desestimar sus grandes contenidos culturales, de los que Baquero fue un contribuidor indiscutible, amén de haber sido uno de sus encumbrados jefes de redacción. Cualquier tesoro, esté donde esté, merece buscarse y más. Pues no es el afán de búsqueda —la supuesta condición más primordial y vital si se quiere—, lo que procura que el tesoro importe. Este vale y valdrá, una vez que a su encuentro sentimos la necesidad de apropiárnoslo.
[i] Antonio José Ponte: “Baquero en el árbol de la poesía cubana”, en revista Proposiciones, Año 1/Edición No 1/1994, p.62.
[ii] Carlos Barbáchano: “El hombre que ansiaba las estrellas”, en revista Cuadernos Hispanoamericanos. Enero 2015, No 775, Madrid, p.27.
[iii] Ibídem, p.11.
[iv] A propósito de la poesía de Gastón Baquero escribió María Zambrano: «Pues el tiempo pasando por el cielo es la primera lección de historia y quien no haya visto cabalgar a Alejandro, agonizar los Imperios y las mil muertes gozosas de los mártires, en las nubes que marchan lentas hacia el horizonte, no podrá nunca tener conocimiento de lo histórico. Lo “humano» hay que «figurárselo», según el ancestral método de mis filósofos andaluces que veo alentar en esta poesía cubana de la contra-angustia». (María Zambrano: “La Cuba secreta”, en Orígenes, Año V, La Habana, 1948, p.6).
[v] Gastón Baquero: Como un cirio dulcemente encendido. Poesía completa (Compilación y prólogo Pío E. Serrano/Epílogo Manuel García Verdecia)‚ Ediciones La Luz, Holguín, 2015, pp.15-16.
[vi] Jorge Luis Arcos: “Gastón Baquero o la poesía en el jardín de la muerte”, en revista Proposiciones, Año 1/Edición No 3/1995, p.56.
[vii] Gastón Baquero: Una señal menuda sobre el pecho del astro. Ensayos (Selección, prólogo y cronología Remigio Ricardo Pavón). Ediciones La Luz, Holguín, 2014, p.335.
[viii] Ibídem, p.331.
[ix] Ibídem, p.256.

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