Los Chibás y Cuba

Considero que sería altamente positivo constituir un gobierno revolucionario presidido por Raúl Chibás, pero, después de los primeros tanteos, considero muy difícil vencer sus escrúpulos personales, ante el temor de que en ese caso interpretasen su viaje a la Sierra como movido por un interés personal. Los mejores argumentos se estrellan contra ese sentimiento suyo.
Carta de Fidel Castro a Celia Sánchez, 5 de julio 1957

 

Una visita a Eduardo y MariCris se me antojó inoportuna. Me había fallado Kairós. Eduardo lucía triste, deprimido.

El saludo se transformó en ¿qué sucede?

—Murió Alejandro.

Sentí que yo sobraba, que interrumpía un luto recién estrenado, y solo atiné el apresurado lo siento.

Aunque entrecortada, un repente de la conversación aclaró que el tal Alejandro era Alejandro Magno, quien acababa de morir en el libro que Eduardo estaba leyendo.

Mi pésame, anacrónico por más de dos mil años, se convirtió en carcajadas. Eduardo también tuvo que reír su intenso luto.

Desde ese día él, MariCris y yo nos moríamos de risa con la anécdota. Y sin embargo, esa risa no pudo disimular lo que se revelaba. Asomaba el fervor de Eduardo por Wagner, señalando como origen el culto a los héroes, culto comprensible, pues él los tenía en la familia. Entre ellos, Eddy, su tío, esperanza malograda de tantos cubanos, y Raúl, su padre, héroe mío también, que fue como un padre para mí.

En estas líneas que sumo como a pentagramas aludo a hechos de una sangre que desde hace siglos dice Cuba.

Detenido durante la dictadura de Machado siendo menor de edad, Raúl oculta sus pocos años al ser interrogado para poder permanecer tras las rejas junto a los compañeros. Temprana manifestación de dignidad y valentía que marcará su vida. No extraña que a través de su abuela materna, Luisa Agramonte y Piña, comparta genes nada menos que con Ignacio Agramonte y Loynaz. Tampoco extraña, pese a la humildad que lo caracterizaba, que al aludir a los “valientes que murieron para legarnos una nación independiente” mencione primero a su sangre: “Los Agramonte, Céspedes, hermanos Maceo, José Martí…”. Lo hace en su carta de Raúl a Fidel, así, sin apellidos, el 14 de julio de 1991, entregada a Castro personalmente por la nunciatura apostólica; carta inédita que pretendía ser otro último aldabonazo.

Raúl trataba de despertar la conciencia ajena a punto de cumplirse el cuadragésimo aniversario del balazo suicida de su hermano, del 5 de agosto de 1951. La única diferencia entre estos esfuerzos por reconducir una historia empeñada en su imperdonable impuntualidad era el destinatario del mensaje: el pueblo, esa entelequia, en 1951, y Fidel Castro, su soberbia más que soberana encarnación, en el 91. En estricta intimidad se registra la diferencia entre un hombre de palabras y un hombre de palabra.

Tema de conversación frecuente entre nosotros era la difícil continuidad de la historia cubana desde principios del siglo XIX hasta nuestro interminable ahora. Asomaban entonces como en un retrovisor las corrientes que dentro y fuera de Cuba nos separaban, aislando a la isla —sí, con pleonasmo— de suficiente acuerdo para sumarse, por ejemplo, a la fallida conspiración Soles y Rayos de Bolívar en el primer tercio del XIX, donde participaba el poeta José María Heredia, pionero de nuestros exilios, fallecido en México en 1839.

Los integristas aspiraban a formar parte de España; los autonomistas querían un vínculo menos arraigado de la siempre fiel isla de Cuba con la madre patria; los anexionistas apostaban a una provechosa unión con los Estados Unidos; y para los independentistas el único destino posible era la soberanía.

El temor a otra Haití implicaba inconvenientes para la independencia; dado el monocultivo del azúcar, la economía no podía prescindir de la esclavitud y del consecuente alto porcentaje de población negra. De ahí la añoranza anexionista por sumarse al norte como un estado más de los que allá también dependían de un monocultivo. Los negros estaban condenados a cosechar blancura, en caña o algodón.

El anexionismo desaparece cuando la Confederación pierde la guerra civil en 1865. Desde entonces el independentismo incorpora a los negros, comenzando con la liberación de los esclavos otorgada por Céspedes en octubre del 68 y luego con sucesivas exigencias para la abolición de la esclavitud; logros que mitigaban pero no eliminaban la discriminación racial, que lamentablemente se mantuvo demasiado vigente en las fracasadas repúblicas de 1902 y del 40, y en las no menos fracasadas revoluciones del 33 y del 59.

Inconcebible pero cierto: durante aquellos años de altísima participación negra en la lucha independentista se estrenó en la música bailable el mambrú, cuya letra, tan insolente como insolvente, rezaba: “Tú eres un negro bembón / y yo soy mejor que tú, / si te doy un bofetón / te hago bailar el mambrú”. Otro sí: aunque Martí había asegurado que en Cuba nunca habría guerra de razas, sí la hubo, en 1912.

Para conversar otra vez con Raúl soldaré episodios de continuidad que atañen a los Agramonte y los Chibás, que le hubieran interesado sobremanera, tanto por las conexiones, escasas desde el siglo pasado, como por la vigencia de su sangre en ellas.

Una de las hazañas más osadas de Agramonte, el rescate de Manuel Sanguily, causó asombro hasta en el enemigo vencido. Y rabia. Dirigidos por el camagüeyano, treinta y cinco criollos rescataron al prisionero que, uniformado como soldado español, iba conducido por ciento veinte enemigos. Al identificarse gritando ¡viva Cuba libre!, Sanguily fue herido de un balazo en una mano por el soldado que lo custodiaba. Cuando iba a rematarlo, el soldado fue degollado por un mambí.

Ese 8 de octubre de 1871 está vinculado a un noble episodio poco conocido: el 27 de noviembre de ese 71, cinco esclavos trataron de rescatar a sus amos, ocho estudiantes de medicina. Los esclavos fueron asesinados y sus cadáveres regados como escarmiento por La Habana; los amos fueron fusilados poco después ese mismo día. Se saben y recuerdan los nombres de los ocho estudiantes; solo se sabe y apenas se recuerda uno de los nombres de los cinco esclavos.

El intento fue ideado por Manuel Cañamazo, alias “Manita en el suelo”. Siempre he presentido una correspondencia entre el rescate de Sanguily y el de los estudiantes, entre el 8 de octubre y el 27 de noviembre, entre Agramonte y Manita. La fortuita relación entre dos manos, la herida y la de Cañamazo, tuvo que ver con mi presentimiento y con la generosa intentona de los abakuá: bien que el amo libere a los esclavos; también los esclavos deben liberar al amo.

Otra fortuita convergencia: el último discurso de Martí y el último aldabonazo de Eduardo Chibás.

Al caer herido en Dos Ríos, Martí fue reconocido por Antonio Oliva, un mulato cubano, práctico de los españoles. Antes de rematarlo, en tono burlón Oliva le preguntó:

—¿Usted por aquí, Martí?

Como respuesta el apóstol se mordió la lengua, dejando “materialmente los dientes clavados en ella”, según el testimonio del cabo sanitario Juan Trujillo.

Eso en 1895. En 1951 Eddy Chibás cumple con su programa radial, lamentando el destino escamoteado de Cuba. Pero le mordieron la lengua al pasarse la transmisión del tiempo acordado y no se escuchó el disparo suicida. El último discurso de Martí fue la lengua mordida. No menos callado y elocuente resultó el aldabonazo de plomo.

Aguijoneado por un interminable exilio sueldo estos hechos remotos o no tanto lanzando como dados mis presentimientos. Lo hago como homenaje a Raúl Chibás, con la esperanza de que se le dé volumen a su voz, releyendo el Manifiesto de la Sierra Maestra, donde él tuvo una decisiva participación y que fue redactado de puño y letra por Castro, aunque luego lo traicionara. Además, se debe publicar su carta a Fidel del 14 de julio del 91; así como su Diario de campaña, respaldado, este, por numerosas fotos, muchas tomadas por periodistas norteamericanos que subieron a la Sierra.

Hombre absolutamente excepcional, Raúl Chibás: un honor haberlo conocido bien y querido mucho.

 

(Eduardo Chibás e hijos en Viena)

 


Publicado originalmente en El Nacional de Caracas, 1 de noviembre de 2025. Se reproduce con autorización del autor.

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