En 1947, un pastor beduino llamado Mohamed ed-Dhib buscaba una cabra perdida y dio con una cueva repleta de manuscritos. Eso dice la primera leyenda. En la segunda ya no hay un pastor, sino tres —Khalil, Jum‘a y Mohamed— que emergen de la cueva dando gritos y cargando jarras llenas de rollos. El tesoro acaba en manos de dos anticuarios improvisados de Belén, Jalil Iskandar Shalim y Faidi Salahi, y luego de un archimandrita siro-ortodoxo de Jerusalén, Athanasius. A partir de ahí la historia sufre ramificaciones imposibles de recrear. Para resumirlas basta decir una suerte de contraseña: Qumrán.
Qumrán es sinónimo de documento antiguo, de interminables horas tratando de descifrar un símbolo en el papiro, de escritura sagrada y apocalíptica, de creación y destrucción del cosmos, de ángeles, arcángeles y diablos, de hijos de la luz e hijos de las tinieblas, aunque, en sentido estricto, Qumrán es solo el nombre de una región de Judea, sembrada de manuscritos que una comunidad disidente judía escondió antes de desaparecer en el año 70 d. C.
Al cabo de casi ocho décadas de trabajo sobre estos textos —los beduinos y los investigadores han desenterrado casi mil manuscritos—, llamados también del mar Muerto, se conoce un poco más a esta secta, que se separó del judaísmo oficial para vivir de acuerdo a una regla muy parecida a la que luego adoptaron los monjes cristianos.
En español, la mejor edición de estos manuscritos es la de Florentino García Martínez, publicada por Trotta como Textos del Qumrán. Escritos en hebrero y arameo, los documentos de esta antología —que excluye los libros bíblicos encontrados en las cuevas— dan la medida del rigor y el deseo de purificación total que predominaban en Qumrán. García Martínez los clasifica en varias categorías, desde las reglas protomonásticas hasta la literatura exegética y apocalíptica. También figuran los calendarios que regulaban la vida de la comunidad, los horóscopos e indicaciones rituales, y la poesía del grupo.
En las distintas versiones de la regla, el autor deja entrever qué llevó al grupo a distanciarse de las corrientes religiosas oficiales de Jerusalén y retirarse al desierto. Para ellos, el templo había sido profanado, los sacerdotes vivían como paganos y la esperanza en la llegada del mesías se había perdido. Sus paralelismos con el cristianismo primitivo y con otros grupos de creyentes «puros», como los esenios, han sido comentados hasta el cansancio.
El lenguaje qumránico es tajante y agresivo. Alude a los «hombres de la fosa» para referirse a los que viven fuera de la comunidad, en el dominio de Belial —el diablo— y lejos de Dios. Enoc, el patriarca bíblico predilecto de la secta, exclama en uno de los manuscritos: «No hablaré para esta generación sino para una generación futura». Advierten que «es oscuro en extremo el Gran Abismo». En otro se dice que «ya nadie comprende las cosas antiguas».
Los textos que recrean o completan la Biblia son algunos de los más seductores de la colección. En el Génesis Apócrifo, Lamec, uno de los descendientes de Caín, pierde el sueño por no saber si su mujer se acostó o no con un gigante. En otro fragmento se explica que Adán y Eva concibieron otros nueve hijos después de Abel y Caín, y aunque fueron originalmente vegetarianos, empezaron a comer carnes porque la violencia los corrompió.
En un pasaje, los ángeles se quejan ante Dios de que otros ángeles (llamados Vigilantes) enseñaron a los hombres «los misterios eternos», es decir, conocimientos de botánica y artesanía, la escritura y el lenguaje, la fabricación de espadas y la joyería, la astronomía y el mejor tiempo para cada cultivo, los secretos del maquillaje, además de «brujerías, magia y habilidades». Por llevarle al hombre —o más precisamente, a las mujeres que tomaron— lo que solo debe saber Dios, estos ángeles fueron encadenados hasta que llegue el fin del mundo.
El texto más enigmático de la recopilación es el llamado Rollo de Cobre. Se trata de dos planchas metálicas enrolladas que hubo que diseccionar cuidadosamente para poder leer su contenido: una serie de instrucciones para localizar grandes cantidades de dinero entre las cuevas de Judea. Si el lector comprende las instrucciones podrá encontrar, en primer lugar, otro libro que explica las inscripciones en clave escritas en el Rollo de Cobre, y luego el tesoro.
Hoy día, la mayor parte de los manuscritos está en el Santuario del Libro, una cúpula futurista construida cerca de Jerusalén. Su arquitectura juega con las ideas de Qumrán y por eso la cúpula es blanca y se ubica frente a un muro de basalto negro. Ningún rollo es exhibido durante mucho tiempo y hay un sistema de rotación para protegerlos de la luz. Tras el ataque de Hamás el 7 de octubre de 2023, los rollos del mar Muerto fueron protegidos a toda velocidad, como hace dos mil años, y colocados en otra «cueva» hasta que acabe el peligro.
Imagen: Fragmento del rollo de ‘Habacuc’. Santuario del Libro, Jerusalén.




