Has olvidado la lección de Beckett, aún te enfrascas en “narrar la historia”.
Has olvidado la lección de Infante, destruir toda reputación del sujeto; es decir: del sujeto-lenguaje. La contradicción que grita su agonía, existe sólo para aquel.
Has olvidado la lección de Borges, la invención supera la mera anécdota, aun si la anécdota fuese el origen del texto.
Has olvidado la lección de Piñera, narrar un personaje nacido de la mente de Franz Kafka, narrar una construcción. Adherirse a la indefinición y Artaud: absurdo es lo real de un corte surreal en los pedazos del tiempo, etc. Negar la canonización de la obra, de ahí su pathos autodestructivo. Lo enfermo prescrito por lo lúdico: Lo lúdico determinado por lo sádico. Urgencia de responder ante el problema con la parodia del problema. Lo cual comporta, no su solución, su apología. Un encomio del dolor no sería suficiente, tampoco mimesis. La simulación trafica —ínclitos—— preceptos de una realidad que representa, narrar es teatrar.
Has olvidado la lección de Cortázar (The Shōgun): el camarógrafo también puede ser el personaje que se desintegra en el lector.
Olvidas cosas que no aprendiste, o no te fueron destinadas.
Escribidor que cosechas premios, oficias de jurado, coleccionas jóvenes prometedores (espejos de tú propio estilo) y (aún) fosilizas la mala narrativa como “Regla del arte de narrar”.
Te lo dice tu lector más fiel, a quien traicionan tus cordales libros… typographicum mendum: “cordiales”.
[…]
(1) Del propósito. Referir, contraponer (sucintamente) las estéticas oblicuas de “alguna” narrativa post beckettiana contra (sobre) la regencia de una maquinaria formativa, de corte nacionalista y duro. O, dicho de otro modo, de “cierto” material (¿pedagógico?) que acaparaba el volumen Los desafíos de la ficción: técnicas narrativas (compilatorio), Casa Editora Abril, La Habana, Cuba. 2001. Libro que en posteriores ediciones “decidió” flexibilizar sus contenidos; aunque aún se regía por preceptos que habían caducado. Los de una preceptiva del narrar que privilegiaba lo lineal y predecible, sobre cualquier perspectiva vanguardista o “rara”. Así, el “Centro de formación para escritores Onelio Jorge Cardoso” —bajo la égida de López Sacha, Heras León y otros ideólogos mediocres; y para otorgar constancia de sus cátedras— promovía a quienes consideraba los jóvenes narradores del estrellatocubensis. Todas figuras “prometedoras”, y todos adoctrinados por la misma estética. Provincianismo al poder. Una didáctica donde se excluía, ante todo, aquel arte de no-narrar(sic), implícito en las escrituras multi-diagonales de Beckett, Lispector y Guimarães Rosa; escritores que fueron ignorados por aquellos que aún se empeñaban en “contar la historia”, estrictamente bajo el arbitrio y modelos de la narrativa del boom. Por supuesto, la mayoría de aquellos egresados de las aulas del Cardoso —y cuando el colapso del sistema se hizo más que incuestionable— emigraron y se dedicaron a escribir artículos y relatos contra el sistema político bajo el cual se habían formado. Autores que no por haberse “vuelto” constestarios (metamorfosis predecible) parecían haber extirpado la dolorosa y hueca enseñanza de aquella pedagogía; estancados (aún) en un arte de narrar la historia, cuando lo que demandaba la modernidad era ‘narrar la narración’ y desde un contra lenguaje.
Por ende, “contranarradores”, junto a cualquier otro escritor no-predecible, o incla-sificable, enrolaban en aquellos días la lista de autores no deseados por la Fundación. Escritores “equívocos” o inequívocamente sospechosos —no sólo para el Estado en su ficción controladora del sujeto— también para la Crítica como institución, en su papel regente; en su magisterio de “cómo había que escribir en Cuba”. Variante de la masacre ideológica (sic) y no menos autocrática, con implementación de un pensamiento de escritura que autorizaba qué era literario y qué debía ser execrado del mausoleo.
Bajo aquel rótulo dictaminaba la ortodoxia (aun dividida en oficialistas y origenistas) de qué modo y bajo qué patrones estilísticos se permitía abordar el texto. Pronto los esquemas devinieron clichés, un arte del fango. No ya un secuestro de la narrativa; un magisterio fallido que se arrogaba (aún lo hace) en nombre de un canon —más estrecho que canon— y con ‘regla de oro’ incluida, el derecho a “asistir”, excluir e incluir, en pos de un absoluto de escritura; justificado teóricamente, aunque obsoleto. La prueba irrefutable de aquel dogma era el resultado de concursos y publicaciones; su culmen, la feria del libro nacional, como indicaban las ‘exitosas’ entrevistas de radio y televisión.
De este modo, antes de concretarse finalmente aquel volumen, se imprimía y adjuntaba a la compra de libros, una suerte de vademécum de la ‘narrativa correcta’, donde se (nos) indicaba qué volúmenes y autores leer. En ninguno —me refiero estrictamente a esos primeros años— aparecía Beckett, Jünger, Broch, Cabrera Infante, Calvert Casey, Montenegro, Piñera; o autores recientes como RSM, quien ya había publicado Escrituras (un facsímil híbrido, en las fronteras mismas de todo género).
Recuerdo, lo recuerdo aún. A todo escritor que estéticamente no se correspondiera con las directrices del Centro-Onelio, se le otorgaba —desde el ninguneo y el silencio— el cartel de parias, o peor, de espectros de “nuestras” letras como en su día a Padilla o Cabrera infante; pese a no haber sido nunca funcionarios de una cultura “administrativa” (no olvidar que GCI y HP fueron alguna vez “niños mimados” del oficialismo) ni haberse exiliado en Londres porque, además, no había ningún Londres, sólo guaraperas y zapatos rotos.
Imagen: Carátula del libro Los desafíos de la ficción: técnicas narrativas (compilatorio), Casa Editora Abril, La Habana, Cuba. 2001.





Lo de guaraperas y zapatos rotos es una delicia. Dinamiza el cierre. Tapa cierta preceptiva que no parece funcionar contra las narrativas; pero sí contra la mediocridad de aquella centrífuga –Heras-Sacha– con lo peor de Onelio Jorge Cardoso.
Gracias, se le admira y aprecia. Observo mucho sus comentarios.
No incluía, no incluyo, a Borges en este sistema de no-narrar que refiero. En su caso específico, me refería a algunos de sus procedimientos: esa concentración/atención sobre el lenguaje que parece devorar la historia, o relegarla; y que es lo que finalmente hace sus narraciones tan magistrales. Sin embargo, sí veo mucho de este sistema en Beckett, por supuesto; en la apoteosis lingüística de Grande Sertão: Veredas de Rosas; y en algunos cuentos y pedazos de las novelas de Lispector, donde todo se vuelve lenguaje autofágico que también devora al hablante y hace de la historia algo amorfo, irrepetible. Nada de eso, o muy poco, está en la narrativa cubana.