Tánger según Shoemake

En la primavera de 2019, Chienfa y yo visitamos Tánger por primera vez y nos hospedamos en el maravilloso, aunque un poco dilapidado por aquel entonces, Hotel Continental, con una vista privilegiada de la ciudad y del Mar Mediterráneo. Fue en este hotel donde Bertolucci filmó parte de The Sheltering Sky en 1990, película en la que el propio autor de la novela, Paul Bowles, hace un cameo. Recuerdo la llegada después de tomar un taxi desde el aeropuerto y comunicarnos con el taxista a través de Google Translate, algo raro en Tánger, ya que allí no importa el idioma que hablas, ellos lo hablan. Hay que recordar que, por varios años en el siglo XX, Tánger fue una ciudad internacional (“El Interzone”, le decía el escritor William Burroughs). 

Cuando descendimos del taxi, nos acosaron varios muchachos ofreciéndonos darnos una gira de la ciudad y mostrarnos los secretos de la Medina. Medio aturdidos, quizás medio jetlagged, aceptamos la propuesta de uno de estos guías improvisados que nos dio un tour de la Medina, nos llevó a un diminuto restaurante que ya no existe donde probamos tajín por primera vez y almorzamos como Dios manda o Alá dispone. 

Después continuamos el recorrido por los estrechos callejones de la Medina, donde caminar no es avanzar sino dejarse perder, un laberinto que te absorbe y termina en la Place de Kasbah, el punto más elevado de la ciudad desde donde puedes de nuevo observar el Mediterráneo y en días claros incluso ver el Estrecho de Gibraltar. 

La gira también incluyó la visita a una tienda de alfombras, donde pude experimentar el regateo, un arte casi obligatorio en Tánger, donde el precio real de las mercancías nunca es el primero en mencionarse. Recuerdo la amabilidad inicial del vendedor, sus palabras abrumadoras y mi rechazo a comprar nada que él entendió como regateo. Recuerdo que, frustrado, miró a Chienfa y le dijo: “¿De dónde has sacado a este hombre tan tacaño?”. Finalmente terminé comprando una pequeña alfombra naranja que trajimos a Miami y usamos un tiempo en el apartamento de la Calle Ocho donde vivimos varios años.

 “Puedes ser quien quieras en Tánger. Puedes reinventarte, reescribir tu pasado, transformarte o deformarte, dar rienda suelta a tu subconsciente, cultivar némesis o simplemente comenzar de cero. Es una ciudad fronteriza, suspendida entre mundos, en el borde entre oriente y occidente, entre norte y sur”.

Así empieza Tánger, la fascinante guía literaria de Josh Shoemake sobre la ciudad. Desde 1996, Shoemake vive en Marruecos, donde ha enseñado literatura y trabó amistad con Paul Bowles en los últimos años de la vida del escritor. En preparación para un viaje que tenemos planeado, Chienfa, como hace con frecuencia, compró varios libros, incluyendo este de Shoemake. Escrito con una prosa deliciosa que fluye con frescura y humor (me he reído en voz alta varias veces durante la lectura del libro, por ejemplo, con la historia del predicador inglés que daba un sermón en el mercado El Gran Socco y Walter Harris, un escritor inglés que vivió y murió en Tánger, preocupado por la seguridad del hombre, se acercó y notó que el traductor marroquí, en su inmensa sabiduría, no estaba repitiendo el mensaje de salvación del predicador sino que contaba un cuento fantástico, con un toque de fábula y magia que nada tenía que ver con el fervor religioso del inglés). 

El libro es un compendio extraordinario de historias y anécdotas sobre los escritores que han vivido o visitado Tánger. Organizado en capítulos que llevan los nombres de diferentes lugares de la ciudad, Shoemake va tejiendo relatos sobre una larga lista de autores tocados por este lugar mágico: Paul Bowles y William Burroughs, que aparecen en casi todo el libro, pero también Truman Capote, Ian Fleming, Jack Kerouac, Mark Twain, Gore Vidal, Brion Gysin, Walter Harris, Juan Goytisolo y Allen Ginsberg, entre otros. 

Sobre este último hay una anécdota deliciosa en el libro:

“Aunque (Paul) Bowles nunca apreció especialmente la poesía de (Allen) Ginsberg, se sentía atraído por los personajes y, al menos, valoraba la energía y el empuje del joven. Sin embargo, el autor de Howl tenía una desafortunada tendencia a declamar. En 1959, la Biblioteca del Congreso le pidió a Bowles que viajara por todo Marruecos grabando música tradicional de cada región. En aquel momento, en Tánger quedaba un último muecín que aún cantaba desde lo alto de su mezquita sin ayuda de un amplificador moderno, aunque había decidido comenzar a usar uno también, para hacerse oír por encima del clamor de sus rivales. Para capturar esa ocasión memorable —el último llamado a la oración sin amplificación en la historia de Tánger—, Bowles decidió utilizar la sofisticada grabadora portátil que había adquirido para sus viajes por encargo del Congreso. Invitó a Ginsberg, que volvía a visitar la ciudad ese año, a acompañarlo a un café junto a la mezquita donde se entonaría la última llamada, y colocó la máquina sobre la mesa. Cuando el muecín comenzó a cantar, el momento fue a la vez hermoso y agridulce… sobre lo cual Ginsberg no pudo evitar comentar, largamente, dejando a Bowles con una grabación en la que el único sonido audible era la voz declamante de Allen Ginsberg”.

Leí este libro como caminé por Tánger: perdiéndome en la Medina. Sus historias siguen el mapa confuso de los callejones, y descubren cosas nuevas en cada esquina.​​​​​​​​​​​​​​​​

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