Sobre el Capitalismo

Hay un problema en la comprensión del capitalismo como sistema político, y no naturaleza propia de la economía; que reproduce en su propia función artificial —como tecnología— la violencia propia de lo real, ahora con sentido humano. Lo humano aquí no sería el carácter moral como político, sino el reflexivo y artificial con que se determina y realiza; y por el que simplemente se resuelve en formas convencionales, pero en busca de la misma eficiencia y propósito; que es el mantenimiento y desarrollo de la estructura en sí, no como sistema dado sino en su funcionalidad estructural.

Desde esta perspectiva, la asunción de que el capitalismo esté en mejor o peor estado, puede ser errónea de principio; ya que como sistema no tendría nunca consistencia propia, reduciéndose a la proyección formal de la economía. Esta economía será siempre industrial en tanto moderna, refiriéndose a la tecnología que usa y no a su objetivo; y será su reflexión crítica (ideológica) la que le atribuya un objeto propio, sea este el capital en sí o la sociedad como fin.

Aquí, sería erróneo reducir el capitalismo moderno, al referirlo al mercantilismo italiano de los siglos XV y XVI; cuando en realidad es la naturaleza misma de la cultura occidental, ya desde su transición del período arcaico al clásico. En ese momento, la determinación de la estructura social en su expresión política dejó de ser la tradición religiosa; desmembrada por el cataclismo minoico, que dragó a la debilidad relativa de Micenas la expansión del comercio fenicio.

Producto de eso, esa determinación habría pasado de ser religiosa a económica, dependiendo de ese mercantilismo; afectando a las estructuras centrales, legitimadas trascendentalmente, con la emergencia de la burguesía comercial. Ese desarrollo habría sido natural, como se podría ver —por ejemplo— en la misma expansión fenicia hacia esa área; pero en ese caso por la falta de centralidad de esa cultura, que es excepcional por sus propias circunstancias históricas; y ahora acelerado por esta decadencia de esos poderes centrales, con la relativa debilidad del militarismo micénico.

Como principio, esto conseguiría moderar el crecimiento de esas estructuras centrales, en su proyecciones imperiales; contrario a los casos ejemplares del extremo Oriente, en que el comercio no consiguió nunca ese nivel de emergencia. Este es el proceso que se estanca en Roma, hacia la crisis de la república, por las contradicciones de la oligarquía; y termina de estancarse con la solución absolutista del imperio, hasta la contracción económica del alto medioevo; que vuelve a entrar en apoteosis bajo la nueva proyección de la usurpación carolingia, en la transición al bajo medioevo.

Esto resultaría no sólo en una recuperación del mercantilismo clásico del período arcaico, sino también su renovación; ya que ahora cuenta con el poder inflacionario de la excesiva producción suntuaria, proveniente de la expansión europea; pasando a sustentarse en una cultura de consumo, que hará su apoteosis con la crisis de la aristocracia francesa. La centralidad del mercantilismo italiano y flamenco es aquí instrumental, pero también circunstancial, no básica; porque lo importante habría la redefinición general de la cultura, ahora centrada en el consumo y no en la producción.

La misma definición del capitalismo, como la del socialismo, es propia de un segmento intelectualmente especializado; que por tanto tiene su propio objeto de clase, no importa si lo legitima en su proyección social, como trascendente. Esa es en definitiva la función que cumple el elitismo intelectual moderno, al desplazar al religioso tradicional; con la revolución francesa, como apoteosis de la clase media, desde su emergencia en la usurpación carolingia.

De hecho, el socialismo sería sólo la contradicción última y apoteósica del capitalismo, dada esa naturaleza formal; por la que se determina mutuamente en la función corporativa de la economía, en detrimento del desarrollo de la estructura. Esto será de suyo un fenómeno onto-antropológico, como estructural, y no sólo político como su expresión dialéctica; en tanto de esa determinación estructural como trialéctica, al resolver tricotomías culturales y no dicotomías políticas.

 


Imagen: Boceto de Le Serment du Jeu de paume, por Jacques-Louis David (circa 1791-92).

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