La última vez que vi a un booktuber estaba hablando pestes de Mario Levrero porque a quién se le ocurre ponerse a escribir un libro como La novela luminosa sin tener nada que contar.
Me surgió entonces la pregunta de quién es el público de los booktubers, pero ahí sólo podría emitir algunas conjeturas. Varios de esos videos tienen centenares de comentarios en los que la mayoría expresa sus experiencias sobre el libro comentado o lo que opina sobre el video en particular, también recomiendan otros libros.
Hay booktubers con más de un millón de seguidores, sobre todo en inglés y, sorpresa, en árabe. En español, no conozco a ninguno de los que sobrepasa los cien mil seguidores, excepción hecha del canal «El librero de Valentina».
Por lo general me asomo a algunos de ellos para ver qué dicen de lo que a uno le interesa y a veces también para tener una idea del mapa editorial de los países de origen. Pero pronto me di cuenta de que muchos de ellos en realidad comentan los libros que todo el mundo lee, que no son precisamente las piezas olvidadas en el fondo de un arca, las excéntricas o extrañas a una tradición.
El grado de dificultad de un libro es directamente proporcional al desinterés del booktuber. Esto se cumple de un modo bastante general. Tomemos por caso la novela Klaus y Lucas. La booktuber la destrozaba porque no era capaz de comprender qué era lo que realmente estaba sucediendo en la historia.
Recordé que es una novela hasta cierto punto exigente, conformada por tres historias en las que la siguiente reescribe la anterior. Pero todo se narra a partir de los usos del viejo totalitarismo centroeuropeo surgido de la posguerra. No debería ser tan complicado, pero ténganlo en cuenta para cuando deban hablar sobre la importancia de los referentes.
El caso de La novela luminosa fue todavía más interesante. No cuenta nada, dice el booktuber. Es lo que han venido haciendo ciertas novelas de un tiempo a esta parte: reformular aquel canon que impuso la peripecia como valor narrativo, el profuso arco que va de La Odisea al Quijote y de ahí al Tristram Shandy, Balzac, Dickens, Dumas, Verne, Tolstoi y La montaña mágica.
Luego llegó todo el cansancio del tener que contar algo. Quiero narrar, pero no se me ocurre nada: cuente un sueño o cuente lo que hace usted en el día, que se asoma por la ventana y ve los restos de una paloma descomponiéndose sobre el asfalto, como hace el narrador en La novela luminosa. Contar para qué y sobre todo para quiénes. De aquellas aguas, estos lodos. ¿No te gustan las novelas que no cuentan nada? Perfecto, échale un vistazo a un día de tu vida y ponte a narrarlo.
Estoy diciendo todo esto y pensando que el fenómeno booktuber puede ser la mayor revolución en términos lectores desde la aparición de las pantallas táctiles. Se ha articulado a partir de leer. Y en muchos casos de leer mal, que tiene su mérito. Porque, en propiedad, asumida la absoluta irrelevancia del papel del crítico en estos tiempos, ¿a quién le puede interesar lo que opine un booktuber sobre un libro que acabamos de leer? Pues, parece que a muchos.
Debo confesar que, cuando en 2020, durante el confinamiento, Martha y yo nos pusimos a hacer videos sobre libros desde nuestra antigua casa en Fayetteville (Arkansas), no teníamos otra idea que la de intentar contagiar un entusiasmo por algunos libros. Imagino que muchos booktubers estén en lo mismo. Al principio yo mostraba los libros que iban llegando a casa, diría que por puro aburrimiento un poco hijo de la perplejidad por aquello tan insólito que estábamos viviendo, o sea, la pandemia. Luego la cosa fue derivando a comentarios sobre las lecturas que íbamos haciendo. Yo en esos tiempos leía novelas de Faulkner, y esos videos han sido los más vistos del canal, junto con el de La montaña mágica. Al cabo de unos setenta videos, lo dejamos y hasta hoy, nunca más.
Ese último dato nos dice que hay lectores de Faulkner y Mann entre los usuarios de YouTube. Y también que hay booktubers para todos los gustos. Un experimento curioso es el del escritor argentino Hernán Casciari: hace videos a dos bandas sobre los libros que lee su hija adolescente, él en Buenos Aires (donde dice que ya no lee nada), y ella en Barcelona (es una lectora voraz en tres idiomas: español, catalán e inglés).
Haciendo un muy incipiente trabajo de campo, es cierto que abundan los booktubers que leen y comentan libros juveniles a un ritmo de vértigo. Es gente hiperactiva que sabe conectar con su público, que hace wrap-ups de lo leído hasta convertir el acto de leer en un gesto trivial más. Puede resultar desconcertante recomendar diez libros en cinco minutos. Y tan falso como esos decorados de cartón con la imagen de estantes con libros que alguien imaginó durante el confinamiento para el background de tus videos caseros. Son booktubers como podrían ser gamers. Nadie necesita tampoco darle cuatro estrellas a La metamorfosis y es lo que hacemos en Goodreads todo el rato.
¿Forman parte los booktubers de algún mecanismo de la así llamada «promoción de la lectura»? Tengo mis prevenciones sobre eso y entiendo que es complejo el asunto. El movimiento booktuber se articula a partir de impulsos individuales o de algún grupo. Hasta ahí ningún reproche. En Continuación de ideas diversas, César Aira dice que se opone a la promoción de la lectura porque la mayoría de los libros son muy malos y están en general llenos de vulgaridad, prejuicios, estereotipos y falsedades. Los buenos libros quedan excluidos de tal caracterización, pero esos son leídos por gente que no necesita campañas de promoción.
Lo que soy yo ni me opongo ni me presto para programas ni campañas. Sigo comentando y hablando de libros porque leer es lo que más hago en un día normal y todavía intento ser coherente con lo que me gustaba hacer cuando era un joven lector. Pero reconozco que parte de la complejidad del asunto reside en que hay gobiernos, como los totalitarios tipo Cuba, a los que les encanta lanzar programas de promoción de la lectura mientras sostienen listas crecientes de libros prohibidos. Y en cuanto alguien se pone a leerlos y elogiarlos los reprimen y expulsan de la ciudad letrada. Es una práctica dolosa e hipócrita. Ya lo dijo el propio Aira en su ensayo sobre el viaje a La Habana: analfabetismo deliberado.
Leer puede ser una aventura del conocimiento o simplemente ocio. Lo que no va a hacer uno es ponerse demasiado estupendo excluyendo a nadie de la conversación sobre libros ni recordando aquello de que “no se puede leer sin exponerse a una infección”. No podría asegurar si lo dijo Cioran o Mesonero Romanos, lo que sí sé es que Susan Sontag ya alertó sobre el uso de la enfermedad como metáfora. De cualquier manera, si así fuera, la cura no está en YouTube.





