Las cartas del Boom: el mapa que no fue

I

En la portada de Escritores, su vida y sus obras, uno de esos «coffee table books» cuya producción cuesta un huevo, pero luego te los encuentras por ahí a precio de Dollar Tree, aparece García Márquez enfundado en un traje gris, camisa negra debajo, hablando por teléfono. Pensé que había dejado de ser un escritor para convertirse más en el icono perfecto para la portada de esos libros, el arquetipo del autor latinoamericano, metido en una cueva, haciendo escasa vida pública, desenfadadamente de izquierdas, no comportándose como un intelectual y publicando libros que se venden como chorizos gracias a un aparato publicitario que no desprecia ni las maniobras de las academias ni los ademanes de la política. Sus últimos libros dejaron de importar, pero la leyenda insiste en permanecer.

García Márquez es el Maradona del Boom, todos querían celebrarlo, pagarle el trago. Cien años de soledad es su Mundial de México. Vargas Llosa es el ciudadano del mundo, hablador de lenguas, columnista de los principales periódicos, todavía más que el glamouroso Carlos Fuentes, carne de embajadas y brindis nocturnos en azoteas vip. A Vargas Llosa no se le ofrecían embajadas: quería ser presidente del Perú y por suerte no lo consiguió, sólo los dioses saben qué habría sido de él si lo consigue.

El tiempo ha pasado y el “Boom” es hoy un conjunto de poderosas novelas y unos cuantos episodios de una biografía conjunta. No importa cuándo leas esto: va a haber gente intentando explicarlo, y hasta alguna novela reciente se ha propuesto narrar el puñetazo más famoso del mundillo literario en cualquier lengua.

Hace un par de años, cuatro editores elaboraron para la editorial Alfaguara un volumen que recoge la correspondencia entre los cuatro autores principales del Boom: por orden de nacimiento, Julio Cortázar (1914), Gabriel García Márquez (1927), Carlos Fuentes (1928) y Mario Vargas Llosa (1936), pero lo que podría ser un complemento magnífico para respondernos algunas preguntas, termina siendo un cruce a dos bandas: Fuentes y Cortázar, dos perfectos cabilderos cada cual en su rumbo y a su aire, terminan adueñándose de la escena ante el cansancio del colombiano y las renuencias y particulares ambiciones del peruano.

Aunque Xavi Ayén, en Aquellos años del boom, apunta que a García Márquez desde temprano le carcomía la pasión por la política, no es eso lo que encontramos en estas cartas. La primera parte, titulada “Pachanga de compadres” deja que percibamos el institucionalizado Boom como fiesta, banquete, carnaval y baile de máscaras. Es García Márquez quien más insiste en la necesidad de encontrarse para continuar la juerga y quien menos exhibe su lado más comprometido. El colombiano era quien mejor conocía la realidad cubana por su labor como reportero en los primeros años de la revolución castrista e incluso durante un viaje a Camagüey se había encontrado con Fidel Castro, a quien había intentado presentársele sin que al parecer el dictador le hiciera mucho caso.

A pesar de que el embajador del grupo por excelencia sea Carlos Fuentes, a García Márquez también le interesa mucho conservar la cofradía. En una carta, Fuentes le habla de “defender nuestro circulito de gente que sabe trabajar, querer y pensar” (p. 305), a pesar de sus dos intentos fallidos por sacar adelante dos proyectos que abrían la galería a casi una docena de autores. El primero de esos proyectos fue el ciclo de novelas de dictadores, del que llegaron a elaborar listas de escritores con sus dictadores correspondientes.

El segundo, todavía en 1970, fue un intento de Fuentes de crear una obra de teatro a varias manos, en este caso a partir de la historia de un puñal que, fraguado en España, llega a América y sirve lo mismo para el dominio y la revuelta que para la liberación y el crimen pasional. Menciona que quiere invitar a Carpentier (otra vez) a formar parte del proyecto, a pesar de los duros juicios estéticos que emite Cortázar sobre el estilo “copulador de las palabras” del cubano. Lo siento en mis antípodas porque el barroco tiene mínimo tres siglos de edad, le dice.

II

Quise extraer algunos momentos que aquí les comparto, con algo de “fisking”:

Una carta de Vargas Llosa a Fuentes de 1969: Le cuenta que habló por teléfono con Retamar, pero no se atrevió a preguntarle si era cierto el rumor de que Edmundo Desnoes estaba preso. Dice que aceptó un contrato para impartir un curso en la Universidad de Puerto Rico (Río Piedras), pero no le gusta la idea porque está trabajando en una novela y además le han dicho que «en la isla pululan los gusanos cubanos». Sobre Estados Unidos: “Aquí todo va a ir peor con Nixon”. Es una carta de una sensibilidad muy de izquierdas. Aunque ya se va notando una toma de distancia que no es ruptura todavía con el castrismo, cuando dice que no viajó a La Habana porque “tampoco tenía muchas ganas”. “Lo último que llegó a mis manos fueron los discursos de Lisandro Otero, que me produjeron escalofríos, casi tantos como los que tuve cuando leí las indecentes frivolidades contra la Revolución de nuestro amigo Guillermo”. (289-90)

Cortázar: El argentino menciona constantemente la radicalización de los cubanos (Fornet, Otero, Retamar…), pero nunca rompió con ellos, aunque se distanció mucho después, sin olvidar aquel panfleto lamentable titulado «Policrítica a la hora de los chacales». Se queja del maniqueísmo que introducen esas actitudes y sin embargo llama continuamente a no colaborar con el enemigo, entendido éste como todo aquello representado por Estados Unidos. Llega a reprocharle a Vargas Llosa que acepte trabajar para universidades norteamericanas. (297-301)

García Márquez: El colombiano le dice a Fuentes que los cubanos van “a terminar en luna de miel con los gringos muy pronto y entonces veremos quién le va a pedir explicaciones a quién”. (304) Cualquier cosa que te sugiera su fantasma para apostar, hazme caso, no lo escuches.

Cortázar sobre Carpentier: «Porque Alejo es un maravilloso caso de anacronismo literario, y su Siglo, mal que te pese, es un resplandeciente Victor Hugo streamlined (ya usé esa imagen aquel día porque ahorra muchas explicaciones). Tú podrás decirme (Vargas lo adelantó anoche, porque también él admira mucho a Alejo) que mucho de nuestra América es anacrónico en el campo de la literatura, es decir que quizá se pueda escribir en diferentes tiempos estéticos sin dejar por eso de ser «nuevo». De acuerdo, pero cuanto antes se agote el tiempo elegido por Carpentier, mejor será. ¿Tú puedes releer Salammbô? Yo, en 1964, encuentro que es un esfuerzo que supera mis posibilidades. Lo que debe ocurrir, y entonces tú tendrías razón, es que nuestra Salammbô nos llega con cien años de retraso, como tanta otra cosa. En ese sentido, Alejo merecerá la gratitud del futuro, porque con su obra queda liquidada una de las posibles paletas de la narrativa americana, y de manera tan magistral que los que vengan después tendrán forzosamente que buscar otros caminos. Carpentier ha llevado a la perfección lo que nuestro Leopoldo Lugones pretendió a su manera: fijar en la palabra el barroco americano. Pero el barroco ¿no era un estilo de hace tres siglos? (…) Y luego, Carlos, tendrás que reconocer que el hombre que escribió Rayuela no puede aceptar El Siglo de las Luces, que es absolutamente su polo opuesto en materia de actitud estética e incluso ética. (89) [Hasta aquí, muy bien, pero ¿no es cuando menos curioso que poco después rompiera lanzas por Paradiso?].

III

El lector va haciendo su propio trazado biográfico de cada uno de los cuatro escritores. El que aparece desde el inicio como el menos politizado y más cumbanchero es quien terminó de correveidile de un dictador caribeño, mientras el más miliciano de ellos, Cortázar, tan combativo, acaba autoexiliándose en un París que lo vería morir entre la nebulosa de una incierta enfermedad, aunque todavía con ciertas energías para cambiar de comando revolucionario: de las playas caribeñas a Solentiname. Es bastante absurda y tozuda su posición de apoyo a un estado de cosas que más evidente no podía ser.

Fuentes parecía siempre muy afiliado a la izquierda caviar, novio de actrices y celebridades y combativo a su manera. Crítico acérrimo del gobierno de Díaz Ordaz tras la matanza de Tlatelolco, aceptó poco después el puesto de embajador en París bajo la presidencia de Luis Echeverría. Mantuvo una posición firme ante el caso Padilla y no hizo concesiones ni titubeó como García Márquez y Cortázar, y le dio su apoyo al denostado Vargas Llosa. Se la pasa todo el tiempo hablando del «verdadero socialismo», pero lo tenía muy cerca.

El caso de Fuentes con la Revolución cubana es sintomático de las relaciones del castrismo con el campo cultural casi desde los mismos inicios. El siempre tan mediocre Ambrosio Fornet arremete contra él a propósito de la aparición de la revista Mundo Nuevo tildando sus artículos de frívolos porque aparecen también en la revista Life. Tanto Vargas Llosa como Cortázar consideraron inaceptable la agresividad y el tono peyorativo del artículo, que contó por supuesto con la aprobación de Fernández Retamar. La relación de Fuentes con Casa de las Américas y el régimen cubano nunca volvió a ser la misma después de ese incidente y no hay que culparlo. El desprecio hacia el mundo intelectual que no comulgara con las urgencias revolucionarias cubanas se ha mantenido prácticamente intacto hasta nuestros días.

En cuanto a Vargas Llosa, hay escasas cartas en este volumen y mientras no se cubra ese vacío el mapa del Boom estará incompleto. Pero una carta en particular revela algo del modo en que se relacionaron los cuatro, con ciertos ocultamientos y recelos no dichos cara a cara. En 1972, Cortázar le escribió a Vargas Llosa diciéndole que renunciaba a formar parte del equipo de redacción de la revista Libre. El peruano le agradeció la misiva porque era «franca y afectuosa», pero le aclara que su retirada le daría la razón a «la equivocación cubana». En una nota al pie, se revela lo que de verdad pensaba de ese incidente. En una carta a Jorge Edwards dice:

Cortázar me mandó una carta deplorable diciéndome que su permanencia en la revista constituía un obstáculo para su reconciliación con Cuba, la que, pese a su poema autocrítico (mi caimancito, mi buchecito), todavía no lo perdona. El pobre Julio, por esa pendiente, terminará haciendo cosas tristes. (372n)

Vargas Llosa confiesa en La trompeta de Deyá que cuando murió el argentino, en 1984, hacía tiempo que no sabía nada de él.

Al filo de la página 400, Cortázar le dice a Fuentes: «Perdóname este borroneo infame. ¡Pensar que yo era un escritor!». El trayecto del nacimiento al desbarajuste ha quedado certificado. Por el camino quedaron alabanzas, querencias, rupturas y reproches. También puñetazos. Y la noche de la política, que lo sigue enturbiando todo.

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