En un sorpresivo giro entre lo poético y lo desesperado, Brasil ha decidido que la solución a su crisis penitenciaria no está en nuevas cárceles, sino en bibliotecas. A partir de ahora, los presos que logren leer doce libros al año y escribir reseñas convincentes podrán salir 48 días antes por cada año de condena. A falta de milagros judiciales, bienvenidos sean los literarios.
Cada obra —literaria, filosófica o científica, por si pensabas que con Paulo Coelho te librabas— deberá ser leída en un plazo de 30 días, y acompañada por un informe digno de al menos un seis raspando. Las reseñas serán evaluadas por autoridades penitenciarias, que ahora pasarán a ser críticos literarios de oficio. ¿Quién dijo que la justicia no tiene sensibilidad artística?
La ley, publicada oficialmente, ya es tendencia en el inframundo carcelario. Se rumorea que los libros de autoayuda están agotados y que los talleres de análisis literario en prisión están más concurridos que las visitas conyugales. Algunos ya especulan con mafias de reseñas falsas, pero eso no lo dijeron en voz alta —o sí, pero entre rejas.
Con más de 500.000 presos y un sistema penitenciario saturado, la jugada parece brillante: transformar celdas en aulas, a falta de reformas reales. Después de todo, si el conocimiento es poder, ahora también es libertad con fecha de vencimiento.
Por supuesto, este programa es voluntario, porque obligar a leer en prisión sería cruel e inhumano. Como si estar preso no fuera ya bastante castigo, ahora también tienen que enfrentarse a Kant. En Brasil, ahora más que nunca, el crimen no paga, a menos que escribas una buena reseña de Crimen y castigo.
He aquí un trío de casos destacados dentro de la reja intelectual, devoradores de libros como si no hubiera mañana (ni próxima audiencia judicial):
- Edson Reinehr, quien empezó leyendo para reducir tiempo y terminó describiéndose como alguien cuyo “programa ayudó a estimular su mente y prevenir que se enfocara en pensamientos negativos”. Entre sus lecturas se cuentan El arte de la guerra, Cómo ganar amigos e influir sobre las personas (ideal para negociar con el celador), y Los miserables, que claramente ya era autobiográfico.
- En Mato Grosso do Sul, un tal André, sentado en una celda, pero con más reseñas que muchos influencers: tras completar títulos como El Principito, 1984 y Cómo ser un líder carismático sin salir de prisión, pasó de no entender mucho a ayudar a otros internos a leerlos. Su club de lectura informal ahora incluye discusiones intensas sobre qué personaje de Dostoievski sería el mejor compañero de celda.
- Y no podía faltar una dama del encierro ilustrado: Marilene dos Santos, condenada por estafa piramidal, que desde su ingreso ha leído más que muchos congresistas en toda su vida. Entre sus selecciones figuran El capital, Manual de persuasión para tontos, y Mujer bonita (la novela, no la película, porque la realidad no siempre viene con final feliz). Marilene dice que ahora prefiere estafar con palabras, porque “la ficción no paga impuestos”.
En resumen, leer salva. No del crimen ni de la pobreza estructural, aunque sí de algunos días encerrado. Así que ya saben, futuros delincuentes: preparen su lista de lectura antes de planear el próximo robo, ya que en Brasil el nuevo cómplice de la fuga se llama “Biblioteca”. O, como diría Borges, todo atraco representa el “comienzo de la eternidad”.




