Sobre las apostillas al capitalismo (Adversus)

Contra la noción de capitalismo, Julio Lorente se niega a validar su ideologización desde el comercio antiguo; pero esta ideologización, que es además moderna, no se refiere a ese mercantilismo antiguo, sino a su teologización. La referencia al comercio antiguo es al mercantilismo, y eso como determinación de toda la estructura cultural; por eso no se trata de una organización ideológica, proyectada luego en una teleología, sino a una naturaleza; que es precisamente lo que se ignora con el proceso de ideologización, cuando se le describe como virtud incluso teleologal.

En tanto moderna, la cuestión ideológica tiene los defectos del pensamiento neoclásico, incluido la idea de nación; a la que también responde ese proceso de ideologización del capitalismo, como se observa en el Adam Smith que la arma. Precisamente, la expansión del comercio renacentista —en Italia y los países bajos— responde a su relativa anarquía política; en una situación recurrente, que reproduce la del comercio fenicio en el área micénica, luego del cataclismo minoico.

La repetición de ese cataclismo no es gratuita, se debe a su ejemplaridad, como organización de dinámicas culturales; que incluso se repiten en otras estructuras, como la desorganización y reorganización imperial en China (Zhou); o el control de Luis XIV sobre la nobleza francesa, al contraerla con la eliminación de su autonomía económica. La función del mercado como economía, estriba en la reflexión de las determinaciones formales de la realidad; es por eso que falla en su proceso ideológico desde Smith, retomado luego por Max Weber en el mismo sentido teológico.

Por supuesto, el problema es la crítica ideológica de la ideología, que crea el mismo bucle lógico de los universales; haciendo que el conflicto sea irresoluble, porque en última sus argumentos devienen morales, como trascendentalistas. No hay dudas de que el problema original proviene de atribuirle un objeto a la realidad, incluso si en cuanto humana; ya que en este caso, como cultura, no deja de ser la realización actual de ciertas funciones relacionales, sin objeto.

Es por supuesto la objetividad lo que impone carácter humano a lo real, pero siempre como una naturaleza artificial; que es en lo que la cultura se hace susceptible de distorsión como realidad, por esta reflexión formal suya. De hecho, las misma definición de la economía como capitalista —o socialista— es reductiva e ideológica; siendo por eso que desde Smith propicia— la aparición del modelo socialista en los utópicos, como su mayor contradicción.

Como tal, en su propia factualidad, la economía moderna es industrial, y su organización ideológica es sólo esa proyección; que al asignarle un objeto —sea el capital o la sociedad— la hace teleológica, con su tergiversación proporcional. Eso es también natural y lógico, en tanto la objetividad de lo humano es también la parcialización de lo real; mientras que la pretensión de universalidad es lo que introduce las contradicciones, como en el conflicto medieval.

Eso tampoco es gratuito, sino que se debe al carácter local —puntual y excepcional— de lo real, incluso como naturaleza; que se realiza siempre en fenómenos concretos, como epifenómenos de las relaciones en que se estructura esa naturaleza. Por eso, estas referencias no son sobre fenómenos episódicos, sino de las funciones sistémicas en que se estructura lo real; para resultar así —por su carácter formal— en una naturaleza artificial, como realidad de valor estrictamente humano.

En ese sentido, dada la puntualidad de esos fenómenos, estos se organizan históricamente en procesos singulares; que permiten diferenciarlos entre sí, como desarrollos de función diacrónica —no sincrónica—, en colisión eventual. Tal es el desarrollo ejemplar del capitalismo inglés, que redirecciona la flexibilidad política del mercantilismo renacentista; cuando ya ha habido toda una transferencia de volumen de valor desde el nuevo al viejo mundo, propiciando esa expansión.

Esa es otra peculiaridad obviada del capitalismo moderno, en su definición como mercantilista y no justo industrial; que es la que pone el énfasis en el capital, permitiendo su posterior distorsión ideológica, como en el ejemplo de Smith. Esto explica el impulso de la productividad moderna, en su industrialización, por la presión de la capacidad de consumo; debido a esa transferencia de volumen de valor, incluso si distribuido desigualmente en la estructura cultural.

Sería en esta última contradicción —de hecho marginal— que se produzcan las contradicciones de la sociedad; que devienen estructurales, justo en la medida en que el comercio se apropia de la función super estructural de la religión. Sin embargo, eso último no ocurre en el proceso de ideologización del capitalismo, sino en su realidad práctica e inmediata; dado el carácter oligárquico de la estructura democrática, también desde su origen el mercantilismo fenicio… y veneciano.

 


Imagen: The Ridotto in Venice  (c. 1750), de Pietro Longhi.

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