¿Cuál fue el libro que destruyó tu inocencia literaria y te dejó emocionalmente disponible solo para personajes ficticios?
Lolita, de Vladimir Nabokov —sobre todo cuando leí esa novela en inglés—, y Pale Fire, del mismo autor.
¿Qué autor/a te gustaría besar o abrazar y luego golpear con una edición de 800 páginas por arruinarte emocionalmente?
Emily Brontë. La besaría mucho y la azotaría. No puedo prescindir ya de Heathcliff, y para colmo necesitaré, en algún momento del tiempo que me quede de vida, escribir novelescamente sobre esos años que estuvo ausente de Wuthering Heights.
¿Cuál es el libro que dices que «te marcó», pero en realidad solo lo leíste por presión estética?
Ulises, de James Joyce.
¿Qué personaje literario querrías como pareja, aunque sabes que terminarías llorando en una librería con jazz de fondo?
Connie Chatterley.
¿Qué libro consideras «un clásico necesario» pero solo porque te da ansiedad admitir que te aburrió como misa en latín?
El proceso, de Franz Kafka. Prefiero sus cuentos. O El castillo.
¿Cuál es tu lectura secreta de vergüenza?
No estoy seguro. Quizás los cuentos de Anaïs Nin.
¿Qué autor moderno te resulta tan brillante que lo detestas como se detesta un/a ex?
Creo que ese sería Thomas Pynchon. O quizás Jérôme Ferrari.
¿En qué momento de tu vida descubriste que subrayar frases no significa que las entiendas?
Hace años fui a dar una conferencia sobre lenguaje, pornografía y simulación en Paradiso, de José Lezama Lima, y quise improvisar, no leer. Sólo llevaba la novela y un conjunto abundante de frases subrayadas. Fue un caos, aunque salió muy bien.
¿Cuál es la palabra más pretenciosa que has usado para hablar de un libro y así sonar más intelectual?
Rotundo, rotunda.
¿Qué edición de un libro compraste solo porque tenía cantos dorados y parecía un objeto de brujería victoriana?
Bueno, realmente fue así, pero sin el componente de brujería. Una edición finísima, hecha por Mary Wollstonecraft Shelley, de los poemas de P. B. Shelley, anotados y prologados por ella misma. En el exterior del libro todo era oro y piel. De hecho, me hice años después una foto desnudo, y en erección, leyendo el libro. Un caso genuino de idolatría sensitiva.
¿Qué personaje literario usarías para que le diga verdades a tu ego?
Como mi ego cambia mucho de tamaño y de forma, usaría a las Tres Hermanas Fatídicas de Macbeth, de Shakespeare.
¿Qué libro te obligaron a leer en la escuela y ahora finges que amas por trauma y costumbre?
Métrica española, de Tomás Navarro Tomás. En la Universidad, durante la carrera de Licenciatura en Filología. Es muy útil, muy sañudo y me enseñó cuestiones de eufonía estilística. Lo digo en serio.
¿Qué librería física es tu ruina financiera y tu capilla emocional?
¿Aquí, en Cuba? Uff, ninguna. Y creo que fuera de Cuba tampoco hallaría algo semejante. Desde 2020 sólo leo ediciones electrónicas en un Ipad de buen formato. Ahí tengo lo que podría llamar mi biblioteca.
¿Cuál fue la última frase literaria que te hizo decir: «maldito genio»?
Fue un libro: La soledad del lector, de David Markson.
¿Has tenido una relación que terminó por diferencias librescas irreconciliables?
No, realmente no. Entiendo (y puedo estar muy equivocado, por supuesto) que lo primero que sobrevive en una relación es esa singular refulgencia adquirida por el primer plano del sexo, que también alcanza a convertirse en el último asidero antes de la disolución. Aunque, ciertamente, las diferencias librescas serían un indicio de que algo anda mal en mí o en la otra persona. No podría tener algo (fuera lo que fuera en términos erótico-sentimentales) con alguien que leyera, devotamente, a Mario Benedetti o Pablo Neruda.
¿Cuál es tu lugar favorito para leer como si fueras un personaje de Murakami? ¿Café hípster, ventana lluviosa, cama existencialista? ¿Algún otro?
La cama es lo mejor para mí, con una almohada alta. Puedo ir de Lovecraft a xvideos.com, por ejemplo. Y viceversa. O abandonar, aburrido, un videochat erótico de Telegram, y entrar en las saludables páginas de Clive Barker.
¿Cuál es el libro que usas para impresionar a gente culta y que jamás has terminado?
Alguna vez, joven entonces, hice eso con la Fenomenología del espíritu, de Hegel.
¿A qué personaje literario le confiarías tu diario?
A Franz Kafka, que es, también, un personaje literario.
¿Qué autor muerto invitarías a tu funeral solo para que lea algo devastador y elegante sobre tu mediocridad redimida por el amor a los libros?
Si el doctor Samuel Johnson me considerara un mediocre, me gustaría que fuera él. Otra posibilidad: George Steiner.
¿Cuál fue la peor traición literaria que sufriste? ¿Un mal final, una adaptación atroz, o que tu autor favorito profesara una ideología incompatible con tus principios?
Aunque pasar de la literatura al cine ha sido siempre un asunto lleno de tirantez, hay buenas adaptaciones. Claro, también hay adaptaciones que no aprovechan (o no saben aprovechar) el centelleo de ciertas obras. Es el caso de Descansa en paz, de John Ajvide Lindqvist, un novelista sueco muy recomendable. La película resultante se titula Handling the Undead, de Thea Hvistendahl.
¿Cuál es el insulto más refinado que has pensado hacia alguien que dice “no me gusta leer”?
“¡Ah, ya lo comprendo a usted!”. Pero dicho como si lo dijera Oscar Wilde mirando el rostro fruncido del marqués de Queensberry.
Tienes una pila de libros por leer tan alta que si se cae podría matarte. Aun así, ¿cuál(es) compraste ayer?
Bueno, entre ayer y antier “compré” La bomba número 6 y otros relatos, de Paolo Bacigalupi, y Disclaimer, de Renée Knight. (Con respecto a Disclaimer, sospecho que la serie homónima, con Cate Blanchet y Kevin Kline, es superior a la novela).
¿Qué libro «profundo» te pareció un fraude elegante lleno de humo, citas sueltas y pseudomística de librería hípster?
Entre La vida sexual de las palabras, de Julián Ríos, y La cabaña del fin del mundo, de Paul Tremblay, no sé cuál escoger.
¿Cuál es la última vez que leíste algo tan hermoso que reveló algo de ti mismo y quisiste arrancarte los ojos como Edipo?
Cuando volteé la última página de Pregúntale al polvo, de John Fante.
¿Cuál es tu edición de “libro fetiche”, esa que no prestas, aunque la otra persona te prometa su alma?
Presté a largo plazo, como en una especie de regalo sentimental, una vieja edición (año 1930 y tantos) de las cuartetas (los Rubaiyat), de Omar Khayyam. Y perdí el libro.
¿Cuál es tu ritual de lectura secreto que te hace sentir que el mundo tiene sentido, aunque sea por diez páginas?
Los momentos finales del cuento “Los muertos”, de James Joyce (leído en inglés, o en la traducción que hizo Guillermo Cabrera Infante).
¿Qué frase literaria usas para justificar tu adicción a leer en lugar de resolver tus problemas reales?
Puede que no sea literaria en el sentido de que procede de un libro (y, en este caso, no procede de un libro). Aun así, diría esto: “La realidad real y sus problemas es más sólida en los libros que en la inmediatez. Frente a la inmediatez hay un velo de Maya, no así frente a los libros”.
¿Qué libro quema lentamente tu conciencia porque nunca lo terminaste y aun así opinas de él como si fueras crítico del Paris Review?
El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell.
Si fueras un libro olvidado en una estantería polvorienta, ¿qué frase pondrías en tu contratapa para que alguien, por fin, te elija?
“Este libro es, en suma, una llave maestra. La identidad de quien lo lea no importa. La llave siempre funciona”.