‘Historia de Mayta’: el ‘otro yo’ de Vargas Llosa

La Cátedra Vargas Llosa PUCP me pregunta cuál es mi libro favorito de Vargas Llosa y esta es mi respuesta: Hay por lo menos doce novelas de Mario Vargas Llosa y varios libros de ensayos suyos que me resultan imprescindibles —muchas de mis novelas favoritas son de él: La casa verde, Conversación en La Catedral, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo, por ejemplo—, de modo que, para no volver sobre ninguno de los textos más consensualmente admirados, me voy a detener en uno de mis favoritos más improbables, con frecuencia ninguneado: Historia de Mayta.

Esa novela, publicada en el año orwelliano de 1984, parece, como 1984, un libro del futuro. Es autoficcional de una manera infinitamente más interesante que cualquier autoficción de hoy y es tan metarreferencial que habría dejado boquiabierto a Fredric Jameson —admirador, por otra parte, de La tía Julia—. Historia de Mayta  no solo reproduce hasta el abismo la imagen de su autor en el momento mismo de escribir el libro, sino que propone un «otro yo» de Vargas Llosa que deliberadamente confunde las fronteras de la crónica y la fabulación, se pregunta sobre la legitimidad de distorsionar la realidad en la ficción, y contrasta la figura del historiador que trabaja con información precaria —¿cómo historiar lo no documentado?— con la del novelista que se complace en esa precariedad —¿cómo no novelar lo indocumentado?—, porque puede suplementarla con la imaginación.

El último capítulo de Historia de Mayta, cuando súbitamente la narración se revela artificio y, sin embargo, al mismo tiempo se revela más real, más patética, más personal, más trágica y más monstruosamente humana, debe de ser el final de ficción más sorprendente y más intelectualmente original en la historia de la novela peruana. Historia de Mayta, escrita inmediatamente después de su gran novela total, La guerra del fin del mundo, es ya un desmontaje agudísimo del mecanismo de la novela total, y el primer ejemplo de la novela-debate que Vargas Llosa iría depurando en libros posteriores como El hablador, La fiesta del chivo o Tiempos recios: la novela que no elude la tesis, sino que la multiplica, que contrapone dos o tres o cuatro teorías de la realidad y da un paso atrás y espera que el lector las descifre o las abandone todas, como si el autor de pronto ya no fuera ni un Flaubert ni un Henry James, sino muchos.

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