Un diablo llamado Ambrose Bierce

Quizás el mayor mérito de Ambrose Bierce es que sus pesadillas son absolutamente límpidas, lúcidamente atroces. Bierce (…) es un maestro del cuento corto: supera en lo horrífico a Poe, en lo fantasmagórico a Lovecraft, en lo macabro a Algernon Blackwood, en lo sarcástico a Mark Twain.
Alberto Manguel

 

Acaso cuando el lector ya ha leído a Mark Twain, Herman Melville, Edgar Allan Poe, Walt Whitman e incluso a Nathaniel Hawthorne, advierte, por saber de oídas —si no lo ha leído ya—, que se excluye a un autor raro y legítimo, tan difícil de destronar como clásico. Es el escritor de Lo que pasó en el puente de Owl Creek, Un habitante de Carcosa, El caso del desfiladero de Coulter  y otras tantas invenciones de terror, misterio y picardía. No solo al publicar en 1911 el Diccionario del diablo, Ambrose Bierce (1842-1914) se convirtió en una tentación.

Fue el benjamín de su familia—compuesta por una madre estricta, un padre aficionado a las lecturas bíblicas que alternaba con la poesía de Lord Byron (tenía una excelente biblioteca) y nueve hijos cuyos nombres empezaban con A—, Bierce convivió con prejuicios y limitaciones de la época. Toleró hasta donde pudo la tiranía hogareña. Aunque pronto empezó a experimentar la libertad personal al conocer a una señora con quien compartió cama y libros. El placer puede estar más cerca de cuanto se cree.

Aún adolescente entró en la escuela militar. Participó en el bando del norte (La Unión) en la Guerra de Secesión  (1861-1865). Solo tenía 17 años cuando se desempeñó como oficial topógrafo. Durante la batalla de Kenesay Mountain fue herido y es así como salió de la contienda. Al llegar a San Francisco se convirtió en periodista. Desde entonces, Bierce mostró su recelo con todas las posturas políticas.

Contrajo matrimonio con Mary Ellen (Molly) Day y tuvieron tres hijos. Luego de vivir en Londres entre 1872 y 1875 regresó a San Francisco. Allí retomó el periodismo y la escritura de relatos. Pero su primera narración es The Haunted Valley, publicada en 1871 en el periódico Overland Monthly. A partir de ese año empezó a labrarse un nombre como escritor hasta que llegÓ a ser el más respetado de la costa oeste de los Estados Unidos. Con más de setenta años se fue a México y se unió como observador y acaso como corresponsal en la tropa de Pancho Villa. Se dice que murió en 1914. Nunca fue hallado su cadáver. Partió como uno de sus personajes literarios, pero regresó su obra a través de la televisión y el cine. Carlos Fuentes lo consideró en su novela Gringo viejo  (1985), llevada al cine en 1989 por el director argentino Luis Puenzo.

En su célebre ensayo El horror sobrenatural en la literatura, H. P. Lovecraft dice de su conterráneo:

La obra de Bierce es, en general, despareja. Muchos de los cuentos son obviamente mecánicos, y dañados por un estilo vulgar y artificioso derivado  de  modelos  periodísticos;  pero  la  amarga  malevolencia que merodea  a través  de  todos  ellos  es  inconfundible,  y  algunos  resaltan como  permanentes  cumbres  de  la  narrativa  de  terror  norteamericana.

El Diccionario del diablo  apareció por primera vez en 1906. Lo publicó Doubleday, Page and Company en forma de libro bajo el título El libro de las palabras cínicas, un título que no le gustó al autor («nombre —dice Bierce— que no tuve el poder de rechazar ni la alegría de aprobar».), pero se le impuso por prejuicios religiosos. Se compiló lo que Bierce había dado a conocer en el semanario La avispa  desde 1881 hasta 1886. Del mismo modo se incluyeron las que aparecieron en El examinador  de 1887 a 1906. En 1911 dio a conocer la versión definitiva. En el volumen séptimo de sus Obras Completas (catorce tomos), Bierce mostró incrementado el diccionario de 1906 (contenía quinientas palabras A-L) con quinientas palabras más (M-Z). Ahora sí se apoyó en la libertad editorial y tituló el libro como siempre quiso: Diccionario del diablo.

El Diccionario… se compone de 998 definiciones satíricas escritas. Aprovechó Bierce su experiencia en la narración corta y el estilo picante, libre y claro que aprendió de Mark Twain —su admirado amigo—, pero no olvidó su primera vocación: la de periodista. Con todo lo anterior no le fue difícil concebir de manera personalísima otros significados de palabras conocidas. Aunque lo exclusivo de Bierce no se busque únicamente en las ocurrencias de sus explicaciones, sino en el tono burlesco y agresivo de las mismas.

¿Qué pretende con la escritura de este diccionario «el amargo Bierce»? ¿Acaso ilustrar? No se dude. Eso sí, no impone un solo modo de conducta. Pues de comportamientos observados previene. Quiso Bierce llegar a los lectores y para ello no pudo aislarse totalmente de la sociedad. Necesitó si no interactuar con otros, al menos ser testigo de cómo eran las relaciones entre las personas. Con gusto reveló una de sus manías evidentes: observar. Por ello el contenido de muchas de las definiciones rinde homenaje indirecto y no expreso a quienes contribuyeron al estudio de caracteres frecuentes. De este modo concibe sus plan(t)eamientos que desnudan conductas apreciadas.

No obstante, entre y tras cada definición es como si reprochara: antes de saber qué te fastidia de los demás, analiza qué puede fastidiar de ti. Tiene que ser así en alguien tan escéptico como mordaz para con los suyos. No en vano goza entretenerse, además de contrariar lo establecido: el poder de las instituciones sociales y de los estatutos, la confianza en los roles. Es su manera cínica de combatir la hipocresía del hombre en favor de la libertad ¿Del hombre y la libertad según las definiciones de Ambrose Bierce? Acudamos a su Diccionario…

Hombre, s. Animal tan sumergido en la extática contemplación de lo que cree ser, que olvida lo que indudablemente debería ser. Su principal ocupación es el exterminio de otros animales y de su propia especie que, a pesar de eso, se multiplica con tanta rapidez que ha infestado todo el mundo habitable, además del Canadá.

Libertad, s. Uno de los bienes más preciosos de la Imaginación, que permite eludir cinco o seis entre los infinitos métodos de coerción con que se ejerce la autoridad. Condición política de la que cada nación cree tener un virtual monopolio. Independencia. La distinción entre libertad e independencia es más bien vaga, los naturalistas no han encontrado especímenes vivos de ninguna de las dos.

Razón le asiste a Alberto Garrandés cuando expresó:

Bierce no escribió un libro bienintencionado. De hecho, ni siquiera tuvo el propósito de escribir un libro. Las diversas urgencias de su vida determinaron, como dije, que esta, su obra maestra, naciera y se expandiera, tras su sonora llegada a los lectores, como esa masa crítica que está a unos nanosegundos de transformarse en el hongo de una explosión atómica.

Queda ahora lo de la autoría referida a Satán. ¿Alude Bierce a sí mismo o a ese conjunto que retrata? Campea de nuevo la ironía con toda intención. Si bien este escritor desdice de la condición humana, al mismo tiempo muestra el tirante pero continuo vínculo con ella: «Porque las obras maestras no son nacimientos singulares y solitarios; son el resultado de muchos años de penar en común, de penar por el cuerpo de la gente, de modo que la experiencia de las masas está detrás de la voz singular». Desconozco si Virginia Woolf, la autora de la cita, tiene una referencia directa sobre el hombre que caricaturiza asimismo la supuesta retaguardia de las mujeres con respecto a los hombres.

Ha pasado el tiempo desde la publicación completa en 1911 del Diccionario del diablo. Pese a sus escasos localismos, es una obra que continúa retratando, con traviesa maestría, a seres humanos tal cuales son.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio