Cuestionario Jonathan Edax: Enrique del Risco

¿Qué libro arruinó para siempre tu capacidad de disfrutar literatura «ligera»?

No entiendo bien lo de literatura ligera. Si se refiere a la mala, comercial, el único best seller  que me he leído fue El código Da Vinci  y bastó para no volver a intentarlo. Cuando te has leído Las mil y una noches y el Decamerón con diez años es difícil conformarse luego con algo que pretenda ser entretenido y apenas pase de pretencioso y fofo.

¿Qué autor/a te gustaría invitar a cenar, solo para llevarle la contraria durante tres horas?

A Foucault, por querer convertir cualquier escuela en un Gulag. ¡Y mira que no soporto las escuelas! O a Cioran, un cascarrabias que sospecho divertido. Me habría encantado buscarle la lengua por tres horas. (De hecho, lo hago cada vez que puedo con José Abreu Felippe, gran novelista y cascarrabias de cuidado. ¡Y vaya si me divierto!)

¿Qué libro fingiste haber leído con más convicción?

Soy pésimo fingiendo.

¿Qué personaje literario matarías tú mismo?

Cualquier personaje cubano de Padura. Siento que les estaría haciendo un favor. Pero son tan poco creíbles que no sé si considerarlos personajes.

¿Qué libro «clásico» consideras un castigo de lectura y aun así lo defiendes en público?

Defendería Paradiso, supongo, que rara vez te enteras de lo que está pasando, pero a la que hay que leer si quieres enterarte de lo que ha pasado con la literatura cubana desde entonces. O la Ética de Baruch Spinoza, con sus continuas demostraciones geométricas. Cualquiera comprende que son grandes libros, aunque se dejen disfrutar solo a ratos, pero lo cierto es que no he sentido la necesidad de defenderlos públicamente.

¿Cuál es tu placer culpable literario, ese que escondes detrás de una falsa copia de Proust?

Leo por placer, no por culpa.

¿Qué libro tratas como objeto sagrado, pero cuya primera página sigue más virgen que tu Kindle nuevo?

Tengo una relación rara con los libros: solo considero sagrados los que manoseo. Y diré algo que sonará a herejía en este cuestionario: mi Kindle es más promiscuo que el Conde de Casanova.

¿Con qué autor intercambiarías vidas, aunque sea solo para tener una beca en la Sorbona?

Diría que la de Hemingway, que de fuera parece divertida y variada, pero luego recuerdo que termino suicidándome y se me pasa. Pero si pienso en decencia, elegancia y coraje intelectual me quedo con la de Albert Camus, con accidente final y todo y sin necesidad de Nobel.

¿Cuál es la librería que más dinero te ha robado con tu consentimiento?

La extinta Altamira, en Coral Gables. En cada visita me dejaba un pastón. En menor medida Laberinto en San Juan. Eso pensando en gastos por visitas. Pero si pienso en la acumulación a lo largo del tiempo sería Strand, la famosa librería de New York.

¿Qué libros has empezado más de tres veces sin pasar de la página 40?

Por el camino de Swann. He pasado de la 40 más de una vez, pero no lo he terminado. No es que renuncie a leerla, pero supongo que no me ha llegado el momento de disfrutarla como merece. En cambio, hay una novela de un paisano que no me ha dejado pasar de la página sesenta tres veces, pero, estando vivo el autor, prefiero callarme. Pero en ese caso sí me siento derrotado.

¿Qué frase en latín usas para sonar profundo, aunque ni sepas bien qué significa?

Evito sonar profundo. Con bastante éxito, por cierto.

¿A qué personaje literario querrías como terapeuta, sabiendo que te arruinaría emocionalmente?

Joseph K. obviamente. Un tipo así, tan maleable, pero que se cree durísimo debería entender a cualquiera. Y al mismo tiempo no te serviría de mucho que te entienda.

¿Cuál es la edición más absurda que compraste solo por estética?

No compro los libros por la carátula. Empiezo a sospechar que este cuestionario no se hizo para mí.

¿Qué género literario finges despreciar porque tus amigos intelectuales lo hacen?

Mis desprecios suelen ser auténticos, aunque no estén justificados. Nunca leí a Tolkien el rey de la fantasía heroica cuando todo el mundo lo leía. Supongo que no lo hice por puro esnobismo personal. Y ahora me parece demasiado tarde para meterme en ese mundo. Y lo lamento.

¿Por qué autor contemporáneo finges desinterés, pero desearías secretamente haber escrito sus libros?

Este cuestionario me ha hecho caer en cuenta de lo sanas que son mis relaciones literarias. De literatura solo hablo intensamente con mi mujer, bastante mejor lectora que yo y que la mayoría de la gente que conozco. Y en ese caso, ¿qué sentido tiene fingir frente a tu mujer? Y ya me gustaría que mis libros le gustaran tanto como los de Paul Auster que a mí solo me atrapan a ratos, sobre todo en las primeras páginas.

¿Cuántos libros tienes pendientes de leer y cuántos sigues comprando igual al mes?

Seguramente tengo muchos más libros pendientes que los que he leído. Ahora compro muy pocos libros. Apenas me caben en la casa, que no es pequeña. Pero pirateo una veintena de libros digitales al mes, si no más.

¿Qué escena literaria te hizo cerrar el libro y mirar al techo como si hubieras vivido algo?

Ahora no recuerdo ninguna. Las que sí recuerdo son escenas que te hicieron cambiar el modo en que miras el mundo. El tambor de hojalata  está lleno de escenas memorables, de las que te retuercen la percepción, empezando por la pesca de anguilas con una cabeza de caballo que termina repugnando tanto a la madre de Oskar que esta se enferma y muere. Los cuentos de Carver están llenos de escenas tremendas. Como aquella en que el narrador trata de explicarle a un ciego lo que es una catedral. O en la que unos padres encuentran consuelo por la muerte de su hijo con el repostero que le había hecho el pastel de cumpleaños. O el camarero presuntuoso que en medio de la agonía de Chéjov se queda pensando si sería conveniente recoger el corcho de la botella de champán que ha caído al piso. Y de los Nueve cuentos de Salinger te puedo referir un montón de escenas. A la edad a la que los leí era muy impresionable.

¿Qué libro regalarías solo para poner a prueba si alguien es digno de ti?

Conozco a unas cuantas personas que son mucho más dignos que yo y al mismo tiempo son perfectamente iletrados. ¿Para qué arruinar una buena amistad? Pero si se trata de iniciar a alguien en el evangelio de la lectura, le daría cualquier cosa de Borges o Pessoa. Le abren el apetito a cualquiera.

¿Cuál es el crimen literario más atroz? ¿Doblar las páginas, subrayar los libros, o no leer?

No leer y encima opinar.

¿Lees la solapa del autor antes de empezar un libro, o prefieres arruinarte la experiencia después?

Antes, pero solo a veces.

¿Qué biblioteca ficticia mereces según tu nivel de neurosis literaria?

Hubo una biblioteca real, la que le entregó Abraham Moritz Warburg a Ernst Cassirer que, en lugar de la distribución habitual, se clasificaba en cuatro secciones (Orientación, Imagen, Palabra, Acción). La mía se clasificaría en Libertad (o la falta profunda de ella, que es literariamente lo mismo como lo demuestra Archipiélago Gulag), Historia, Risa y Música (para melómanos como yo, de los que no saben leer música, pero la adoran).

¿Has robado un libro alguna vez? ¿Cuál(es)?

Unos cuantos, pero todos en la feria del libro de La Habana, en la época en que solo exhibían libros, no los vendían y uno se babeaba por llevárselos a casa. Uno de esos libros era de Emir Rodríguez Monegal, publicado por Monte Ávila Editores. Allí descubrí que había un escritor llamado Reinaldo Arenas.

¿Cuál es tu mayor logro como lector: sobrevivir a Ulises o terminar El Quijote?

No he sobrevivido al Ulises, pero El Quijote sí lo he leído varias veces y con gusto. Moby Dick es muy desigual, pero afuera estaba la pandemia y lo leí sin mayores dificultades.

¿Qué libro te habría gustado escribir solo para poder firmarlo y presumirlo?

Menos que uno, de Joseph Brodsky.

¿A qué edad te diste cuenta de que leer no te hacía mejor persona, solo más insoportable?

Todavía soy muy joven: sigo creyendo que a la gente como yo gente física y socialmente torpe pero intelectualmente curiosa— leer los mejora.

¿Qué personaje secundario merecía más protagonismo que el principal?

Todos los personajes secundarios de la saga de Sandokán  son más interesantes que el propio Sandokán, empezando por Yáñez de Gomera. Julia de 1984 es más sólida que Winston Smith. El cinismo de ella es bastante más creíble que la ingenuidad de él. Y, en La montaña mágica, Settembrini es más atractivo que Hans Castorp. De lejos. Muchas veces los protagonistas son personajes que hacen cosas o les pasan cosas para sostener la trama, pero esos acontecimientos no definen mejor su personalidad o esta simplemente nos resulta un poco repelente. Los personajes secundarios en cambio, se asoman a las páginas cuando quieren, tienen más libertad, por así decirlo, y para enamorarnos les basta con una frase o un gesto.

¿Cuántos marcapáginas posees, y cuántos usas realmente (más allá del ticket de lotería que, por supuesto, no ganaste)?

Tengo montones de marcapáginas, pero al final lo que más uso son pedazos de papel sanitario. Eso te da una idea de mis hábitos de lectura.

¿Qué autor te parece brillante, pero preferirías no tener cerca en una cena?

Son legión, aunque luego de intimar con ellos lectura mediante uno piense que, en condiciones ideales, podría intimar con ellos a un nivel muy personal, como solo lo hacen sus mejores amigos. Pero, puesto a escoger, no invitaría a León Tolstói, un tipo dado a pontificar y, encima, vegano. Para mí Ana Karenina es la novela más completa que existe (junto a Los hermanos Karamázov  y El Quijote), pero a la hora de comer no me gustaría tener cerca a alguien que me arruine la digestión. Tampoco Nabokov sería un gran compañero de cena, sospecho.

¿Qué frase usas para justificar que no terminas los libros que empiezas?

Creo que la dije antes: leo por placer, no para presumir.

Si tu vida fuera un libro, ¿en qué estante de la librería la encontraríamos: «drama innecesario», «ficción pretenciosa», o «ensayo sobre la decepción»?

Mi vida la pondría en el estante de literatura infantil, sin dudas. Al lado de Tom Sawyer, cuyo protagonista vivió en su infancia lo que yo he tratado de emular toda mi vida. Lo que no entiendo es por qué me empeño en escribir libros que pertenecen a un estante totalmente distinto.

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