Cuestionario Jonathan Edax: Waldo Pérez Cino

¿Cuál fue el libro que destruyó tu inocencia literaria y te dejó emocionalmente disponible solo para personajes ficticios?

Muy probablemente no estoy contestando la pregunta, sobre todo porque la formularía de otro modo —quiero decir, cuando empezamos a leer todo es sólo ficción, no más que relato y personajes-ficticios-arrojados-al-Dasein del relato, extensiones de su peripecia. A eso no se llega, como sugiere la pregunta: de eso se sale. Así se lee de niño, por ejemplo, todo Salgari o todo Verne o cierto Defoe o cierto Stevenson. De modo que si la pregunta fuera qué libro me hizo percatarme de algo más allá de lo ficticio, consciencia de lenguaje extrañado a fin de cuentas, el primero que, el Kálevala. Para ser exactos, el Kálevala en una edición de bolsillo de Losada —recuerdo mucho mejor la edición y el descubrimiento de esa otra cosa que cualquier peripecia del relato, lo cual debería decir algo—, contigua en el librero a Esenin y otros poetas favoritos de mi madre (contigua a lo que los niños no leen o no les interesa leer, supongo). Pero esa consciencia debe haber sido más bien vislumbre, así que poco después Vidas imaginarias de Schwob debe haberla puesto en su lugar, o llegó a ser en puridad consciencia ahí, entonces, con Schwob.

¿Qué autor/a te gustaría besar o abrazar y luego golpear con una edición de 800 páginas por arruinarte emocionalmente?

A Littel, por Les Bienveillantes. 

¿Cuál es el libro que dices que «te marcó», pero en realidad solo lo leíste por presión estética?

Probablemente, El hombre sin atributos de Musil. De hecho, nunca lo he leído de corrido a pesar de habérmelo propuesto no sé cuántas veces. La primera vez, en una edición en varios tomos creo que mexicana —¿de Aldus México, tal vez, de Siglo XXI?–, esos libros intonsos donde uno puede cortar las páginas. No sé cuántos tomos tendría pero yo no los tenía todos así que fue lectura a saltos, y para colmo El hombre sin atributos nunca me convenció o funcionó del todo y es curioso —me doy cuenta ahora—, pero decir o haber dicho que me marcó (no) leerlo no me sabe falso, cuando menos algo de verdad hay ahí.

¿Qué personaje literario querrías como pareja, aunque sabes que terminarías llorando en una librería con jazz de fondo?

¿Pueden ser dos? A riesgo de trigamia: Katje Borgesius, de Gravity’s Rainbow, Snæfríður Íslandssól, de La campana de Islandia, Ariane Deume, de Belle du Seigneur. Sin orden de preferencia, qué le vamos a hacer. Y ya de paso: tanto en Cohen como Laxness como en Pynchon hay donde escoger personajes y libros, pero ellas tres o esos tres son, definitivamente, otra dimensión del asunto. Ada van Veen, de Ada or ardor, enarca incrédula la ceja izquierda mientras me lee traicionarla.

¿Qué libro consideras «un clásico necesario» pero solo porque te da ansiedad admitir que te aburrió como misa en latín?

La Summa Theologica de Aquino y la Crítica del juicio de Kant. La mar de aburridos y la mar de necesarios, supongo. Los dos.

¿Cuál es tu lectura secreta de vergüenza? 

Por lo general, la de libros que sé que nadie o casi nadie va a leer ahora, cuya lectura además uno probablemente vaya a ocultar en cualquier conversación —o que cuando menos no va a traer a cuento ni  mucho menos usar como argumento de autoridad— pero que por una u otra razón aprecia y disfruta y tiene en lugar muy especial. Dos ejemplos: De Genesi ad litteram, de Agustín; Quod nihil scitur, de Sánchez. En otro orden de cosas mucho más trivial o más frívolo, pero donde también asoma —la siente uno consigo— alguna aprensión vergonzosa: esas veces que uno busca un determinado pasaje narrativo sólo por el placer de releer ese pasaje, y no otro. Libros con los que me pasa lo segundo, esos pasajes adonde uno a veces acude casi como se mira de soslayo alguna parte de un cuerpo (y que tengan poco que ver entre sí supongo es elocuente al respecto): los hay por ejemplo en Terra nostra de Fuentes, en La reprise de Robbe-Grillet, en 2666 de Bolaño, en Tristram Shandy de Sterne.

¿Qué autor moderno te resulta tan brillante que lo detestas como se detesta un/a ex?

Si brillante quiere decir aquí mucho ruido y pocas nueces, esto es, sobrevalorado y aplaudido sin razón pero con quien uno tuvo al menos un affaire por la razón que fuere, Robbe-Grillet. Si brillante quiere decir ingenioso, tremendamente ingenioso y tremendamente disfrutable por eso pero no más, el Boris Vian de L’écume des jours. Si brillante quiere decir magnífico de una manera que no seguirías, porque en algún momento la separación se hace necesaria o cae por su propio peso, Borges.

¿En qué momento de tu vida descubriste que subrayar frases no significa que las entiendas?

La primera vez que subrayé una que no entendía, por supuesto (dicho sea de paso, cualquiera que haya leído en una lengua que no sea la suya sabe que no entender del todo es la mejor y primera razón para subrayar algo). Pero más allá de eso, lo cierto es que marcar o subrayar frases, al menos en mi caso, suele obedecer a dos razones: o bien algo hay ahí que no entiendo y que me interesa entender mejor; o bien hay algo ahí cuya formulación resulta tan plena de sentido, funciona o cuaja tan bien que me interesa entender cómo se llegó a ella, qué la hace posible.

¿Cuál es la palabra más pretenciosa que has usado para hablar de un libro y así sonar más intelectual?

Entimemático, que no sé si pretenciosa pero seguro se lo parece a media humanidad. Conste que designa algo muy preciso, pero ese algo se puede nombrar o describir de otras maneras, por supuesto.

¿Qué edición de un libro compraste solo porque tenía cantos dorados y parecía un objeto de brujería victoriana?

Los cantos dorados ni fú ni fá, pero en general las ediciones facsimilares  —incluso de libros que sé que no voy a leer, o cuando menos no en esa edición o esa lengua— me fascinan, particularmente las del XVI-XVII y especialmente las de los impresores clásicos del XVI-XVII, Manuzio o Plantin-Moretus, por ejemplo. Puede ser incluso sencillamente por la disposición de página o la tipografía, da lo mismo de quién el libro. Si incluyen grabados o capitulares interesantes, pasamos ya directamente a la zona del fetiche.

¿Qué personaje literario usarías para que le diga verdades a tu ego?

A Katje, Snæfríður y Ariane estoy dispuesto a escucharles cualquier cosa, faltaría más. Pero si se trata de cierta interlocución mayeútica, quién mejor que Sócrates. 

¿Qué libro te obligaron a leer en la escuela y ahora finges que amas por trauma y costumbre?

De esos creo que no hay, al menos en sentido literal —aquel libro concreto, que en la escuela, y que ahora, etcétera—. Pero me pregunto hasta qué punto la relación con la prosa de Martí, por ejemplo, tiene algo o mucho de eso. De aceptación por querencia aprendida, digamos rápido y mal.

¿Qué librería física es tu ruina financiera y tu capilla emocional?

Cualquiera con los libros por orden alfabético y espacio razonablemente acogedor —si además tiene papelería, grave. Si para colmo papel —no papelería sino papel, pliegos de papel ordenados por fabricante y gramaje— ahí ya estamos perdidos.

¿Cuál fue la última frase literaria que te hizo decir: «maldito genio»?

No hay tal cosa —suelo ser agradecido con el genio.

¿Has tenido una relación que terminó por diferencias librescas irreconciliables?

No, pero algunas debo haber tenido que no empezaron o no llegaron a serlo quizá por eso.

¿Cuál es tu lugar favorito para leer como si fueras un personaje de Murakami? ¿Café hípster, ventana lluviosa, cama existencialista? ¿Algún otro?

La lluvia bienvenida siempre, hace buena compañía. Los trenes —desplazarse leyendo tiene un encanto muy particular y probablemente difícil de explicar, pero sin duda existe y debería tener nombre, y una vez que lo descubres no puedes dejar de percibirlo—, del mismo modo que leer en un sitio donde haya paisaje en lontananza —algo que de cuando en cuando uno puede mirar de lejos, sea la playa o aquel valle allá abajo. En la cama uno lee sólo cuando sabe que va a dormirse en cualquier momento o al menos pronto, nunca he entendido qué le encuentra la gente a leer en la cama salvo esa cautela práctica, quedarse dormido en sitio cómodo.

¿Cuál es el libro que usas para impresionar a gente culta y que jamás has terminado?

¿Hablamos ya de El hombre sin atributos? 

¿A qué personaje literario le confiarías tu diario? 

A ninguno —nunca se sabe. 

¿Qué autor muerto invitarías a tu funeral solo para que lea algo devastador y elegante sobre tu mediocridad redimida por el amor a los libros?

A Sterne o a Rabelais, por supuesto. Quizá —pero sólo quizá— a Kundera.

¿Cuál fue la peor traición literaria que sufriste? ¿Un mal final, una adaptación atroz, o que tu autor favorito profesara una ideología incompatible con tus principios?

Lo único que podría decir que siento como traición literaria (los malos finales o las adaptaciones pésimas o la ideología de un autor son su problema, no el mío: no hay nada ahí donde se pueda sentir traición, porque no hay vínculo previo) es la impostura: un autor escribe muy bien y muestra determinado universo con cierta lógica propia o ciertos valores, etcétera. Luego se da el caso de que lo conoces en persona —si se trata de autor vivo, claro— o lo lees en textos que desdicen aquel otro y ese universo se derrumba porque se descubre impostado o prestado o sencillamente oportunista, una suerte de fachada propicia para ganar el favor de quien lee. Es traición con cierto plus, además, porque sigue aconteciendo, no cesa: el texto que te pareció bueno te lo sigue pareciendo sin remedio, a pesar de no sentirlo ya auténtico. Y viceversa, la impostura te sigue chirriando porque en cambio aquel texto continúa siendo convincente, aun cuando etcétera. 

¿Cuál es el insulto más refinado que has pensado hacia alguien que dice «no me gusta leer»?

—No me gusta leer.

—Se entiende, incapaz yo de dudarlo.

Tienes una pila de libros por leer tan alta que si se cae podría matarte. Aun así, ¿cuál(es) compraste ayer?

The books of Jacob, de Tokarczuk. Es lo primero que leo suyo —recién comienzo, pero promete y mucho.

¿Qué libro «profundo» te pareció un fraude elegante lleno de humo, citas sueltas y pseudomística de librería hípster?

Salvo Juego de los abalorios, todos los de Hesse ya en la primera lectura y durante —de hecho, tendría que releer Juego de los abalorios a ver si la salvedad se mantiene, o si hay que pasar a la otra modalidad, la de la segunda lectura donde al descubierto el fraude. En segunda lectura, cuando uno lo descubre ya después (lo que lo hace peor, porque uno se siente irremediablemente ingenuo en la primera, asiste por así decir al fraude de la primera como si se viera a sí mismo en una cinta) Rayuela y La consagración de la primavera.

¿Cuál es la última vez que leíste algo tan hermoso que reveló algo de ti mismo y quisiste arrancarte los ojos como Edipo?

Hace poco, algunas anotaciones sueltas en los diarios de Serraud, la parte de los Cuadernos de Munich —no lo son, pero se leen como versos.

¿Cuál es tu edición de “libro fetiche”, esa que no prestas, aunque la otra persona te prometa su alma?

La edición ahí es secundaria, se trata más bien de algunos libros que conservo desde la adolescencia o que tienen por alguna razón valor afectivo añadido —no literario per se, sino asociado a alguien o algo.

¿Qué autor invocarías en una sesión espiritista para preguntarle por qué te dejó con ese final?

A unos cuantos, pero si hay que elegir uno, Flaubert porque en su caso por partida doble: por Bouvard et Pécuchet —por lo inconcluso, por lo poco convincente de cómo se supone o pretende que habría terminado— y por Salammbô —por lo concluso así. Todo preguntas, en ambos casos. Aunque debo decir que quizá cambiaría a Flaubert por Poe, siempre y cuando me dijera toda la verdad de por qué Arthur Gordon Pym termina como termina.

¿Cuál es tu ritual de lectura secreto que te hace sentir que el mundo tiene sentido, aunque sea por diez páginas?

Tiempo y silencio. Tiempo —cuánto sea da un poco lo mismo— que en ese momento quede fuera del tiempo cronológico. Ese tiempo que no es expropiable, disponible para otra dimensión de las cosas.

¿Qué frase literaria usas para justificar tu adicción a leer en lugar de resolver tus problemas reales?

¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño, y los sueños sueños son. 

Esa, o I would prefer not to. Cualquiera de las dos vale.

¿Qué libro quema lentamente tu conciencia porque nunca lo terminaste y aun así opinas de él como si fueras crítico del Paris Review?

Prometo terminar El hombre sin atributos, vaya. Y releer Das Glasperlenspiel. No, no lo haré más.

Si fueras un libro olvidado en una estantería polvorienta, ¿qué frase pondrías en tu contratapa para que alguien, por fin, te elija?

Tolle, lege. Nec spe nec metu. Vale para cualquier interpelación de lectura y para cualquier lectura que valga la pena, también. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio