Fascinación por el abismo. Notas sobre el acto de leer I

Para ver bien el mundo hace falta haberse soñado viéndolo, dice Bachelard. Aunque no todo lo que soñamos es recordado. No tengo memoria de ningún sueño en la biblioteca, sin embargo, el temor a verla ardiendo lo siento real.

Ningún libro no escrito desde las furias de la demencia me interesa.

Luciano Canfora ha estudiado el fenómeno de la bibliomanía. Apunta que las bibliotecas de los cultos atenienses anteriores a Aristóteles eran de pocos libros. Eurípides tenía bastantes libros y Aristófanes se burlaba de él por eso, sabiendo que así se ganaba el favor del público. En Roma ocurría lo mismo, al menos hasta que Emilio Paulo llevó a la ciudad la biblioteca de los reyes macedonios. El viejo Catón se había hecho él mismo los libros que consideraba estrictamente necesarios, que eran aquellos con los que había enseñado a leer a sus hijos. Por aquel entonces, los señores aún no se distinguían por poseer libros, bibliotecas privadas. Esto se convertirá en un símbolo de «rango» y hasta de «modernidad» en el siglo siguiente.

El que no lee novelas imagina un mundo sin novelas sin pensar que ese mundo es absolutamente novelesco.

Si es cierto que, como recuerda Susan Sontag, cada época debe reinventar para sí misma su proyecto de espiritualidad, la biblioteca vendría a ser la prolongación en el tiempo de una idea de cultura cimentada en una doble condición: conocimiento y placer estético.

Intento leer con cierto orden. Gasto tiempo manipulando los libros. Elaboro planes de lectura: novelas del siglo XX, autores del XIX, filosofía, poesía. Pero no leo para que un maestro apruebe lo que hago, no leo para hacer bien una tarea. La disciplina de un lector se desactiva en algún momento del día. No siempre es posible pensar que uno está haciendo los deberes. La angustia de leer no debe confundirse con la ansiedad por leer. ¿Leyó o no leyó Montaigne las Confesiones de San Agustín? Un investigador dice que no. Otro, un escritor, dice que sin esa lectura no hubiera existido un libro como los Ensayos. Uno, cuando madura, descubre con facilidad lo fácil que es detectar cuándo alguien miente sobre las lecturas. Nos pasa un poco como con la música. Al que no le gustaba un género determinado en su juventud, ¿por qué debería sentir vergüenza de su ignorancia cuando, viéndose en medio de un grupo de eruditos sobre, pongamos, la historia del rock, no puede aportar ni una interjección? No puedes hacer mucho con esa información sobre las pobres lecturas del otro. Habrá leído cosas que no has leído tú, habrá ganado cosas que no has podido ganar tú. Cuando uno tiene, digamos, cincuenta años, le gusta decir que ese libro lo leyó con veinte. Puede que sea cierto. Pero la pulsión por no quedar como un pobre ignorante en lecturas básicas puede acaso más y entonces se sale al paso de esa forma. Ya lo he dicho antes: entrar a la universidad cambió profundamente mi percepción de la vida. Comencé a leer, a leer en serio, y esa temporada dura hasta hoy. No he parado. He tenido estaciones vacías, de inseguridad y bruma total, como aquellos primeros meses tras salir de Cuba y llegar a Texas. Un estado de aturdimiento a la par que de develamiento, de descubrimiento y desconfianza que por suerte pasó muy pronto con el nacimiento de un hijo y el ingreso a estudios doctorales en una universidad.

Poseer una biblioteca es comenzar a mostrar fascinación por el abismo. La biblioteca es lo que vertebra no sólo un pensamiento, sino el orden/desorden de una vida, el laberinto en el que nos movemos.

¿Es la posesión un ejercicio narcisista? Sin narcisismo no hay la más mínima posibilidad de arte, dice Levrero. El todo es lo verdadero, dice Hegel.

Siempre hay algo irresuelto en leer, más incluso que en la escritura, pero aún más en las posesiones librescas. La perpetua búsqueda, el afán de completitud.

La ventaja del lector es que todo lo que está llegando ya lo había leído.

Andrés Trapiello: No se puede leer sin entusiasmo como no se puede escribir sin escepticismo.

Uno de los postulados de Euclides, el quinto, dice que por un punto exterior a una recta, pasa una y sólo una recta paralela. La biblioteca y el acto de leer son correspondientes en el sentido de que siempre va a haber un libro con lo que jamás te cruzas.

La biblioteca es la suspensión de toda escritura y es lo que acontece inmediatamente después del conocimiento, nunca al revés. Sólo se lee a partir del conocimiento.

La biblioteca no es tiempo recogido o acumulado, sino un salirse del tiempo.

En medio de tanto “espacio público” (es cierto que todo parece pertenecer a la categoría de lo público), la biblioteca privada se resiste a cumplir un rol de acceso y de participación de la colectividad. Como esos libreros y buquinistas que se resistían a vender sus libros más valiosos.

Una biblioteca es fruto de una insaciable curiosidad y también de una ambición a la que es difícil embridar.

No dejar anotaciones en los libros es pasar por ellos como un fantasma o una transparencia. Y aun así los he querido pulcros.

 


Foto: Martha Ma. Montejo, Raptis Rare Books (Palm Beach FL)

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