Hilarotragoedia (Siruela, 2006) fue uno de los debuts más singulares de la narrativa italiana del siglo XX. Publicado originalmente en 1964, este primer libro de Giorgio Manganelli no responde a las formas habituales del relato, sino que construye un recorrido verbal y alegórico a través de un descenso infernal. En lugar de un argumento lineal, el texto propone una progresión conceptual en la que un ser —mitad hombre, mitad ciervo— atraviesa umbrales metafísicos que remiten más a estructuras retóricas que a espacios concretos. La narración adopta formas múltiples: catálogo, informe, glosario, convirtiéndose así en un dispositivo que interroga el lenguaje mismo, no como instrumento de representación, sino como materia y límite de toda experiencia posible.
Este procedimiento sitúa a Manganelli en una estirpe literaria que privilegia la operación formal sobre la anécdota. Su prosa, compleja y autorreferencial, evita deliberadamente la mímesis y se lanza a una exploración sistemática de las posibilidades del discurso. Lejos de los convencionalismos del realismo o de la narrativa fantástica tradicional, su escritura opera como una máquina crítica que se analiza a sí misma en tiempo real. En Hilarotragoedia, cada oración parece diseñar un universo autónomo, desdoblando sentidos y minando la idea de una trama subyacente. En ese gesto, se advierte una voluntad experimental cercana a ciertas prácticas estructuralistas y formales, como las del grupo Oulipo, aunque con una orientación menos lúdica y más especulativa.
Esa singularidad no es casual. Manganelli, nacido en Milán en 1922, comenzó a publicar en la madurez, luego de haber desarrollado una intensa actividad como editor, traductor y ensayista. Este recorrido no solo retrasó su ingreso al campo literario, sino que lo dotó de una erudición excepcional, construida sobre una vastísima red de lecturas filosóficas, religiosas, literarias y filológicas. Esa experiencia se traduce en una escritura saturada de referencias, que articula voces provenientes de fuentes heterogéneas: tratados teológicos, enciclopedias decimonónicas, glosas escolásticas, literatura apócrifa. En lugar de citar, Manganelli absorbe y reconfigura esas tradiciones, convirtiendo cada párrafo en una suerte de palimpsesto. Su condición de editor le permitió disponer de un archivo vivo, un reservorio simbólico desde el cual elaborar una forma de ficción ensayística, en la que cada palabra lleva consigo un peso histórico y retórico.
En el contexto de la literatura italiana de posguerra, Hilarotragoedia aparece como una anomalía deliberada. Su cercanía con el Gruppo 63 —movimiento que incluyó a autores como Edoardo Sanguinetti o Nanni Balestrini— se da más por afinidad conceptual que por una pertenencia explícita. Mientras el grupo promovía una ruptura con el realismo burgués y el uso crítico del lenguaje, Manganelli radicaliza esa propuesta desde una posición solitaria. Su relación con Italo Calvino fue crucial: ambos compartían el interés por las estructuras autorreferenciales y la literatura como artificio, aunque Manganelli se inclinó por una vía más oscura y conceptual. Comparado con los juegos combinatorios de Raymond Queneau o Georges Perec, su trabajo revela menos entusiasmo por la permutación matemática que por la densidad filosófica del signo. En ese sentido, su prosa puede considerarse afín al Oulipo, pero también a una tradición hermética donde el texto es más oráculo que juego.
Finalmente, Hilarotragoedia se ubica en una zona intermedia entre la literatura fantástica y el ensayo metafísico, donde el viaje al Infierno no remite a una geografía sobrenatural sino a una estructura del pensamiento. La obra no representa el descenso, sino que lo encarna en su forma misma: el lector desciende a través de capas de lenguaje, se enfrenta a una proliferación de sentidos que no busca resolución, sino intensificación. Esa estrategia anticipa preocupaciones que Manganelli desarrollaría más adelante en títulos como Del infierno o Centuria, donde la microficción y la meditación especulativa convergen en una misma lógica constructiva. En todos los casos, se impone la idea de que el lenguaje no representa al mundo, sino que lo produce, lo interrumpe y lo reorganiza. Desde esta perspectiva, Hilarotragoedia no solo es una obra inaugural, sino un manifiesto radical de una poética que, desde su aparición, continúa operando como excepción y modelo. La traducción es de Carlos Gumpert. Las notas son de Italo Calvino.