En el Parque Central, donde termina la Sexta Avenida, hay una estatua ecuestre del poeta cubanoamericano José Martí.
En 1945, el alcalde Fiorello H. La Guardia y el ayuntamiento de Nueva York decidieron cambiar el nombre de la Sexta por el de «Avenida de las Américas» a fin de «promover los ideales y principios panamericanos» en la ciudad que acogía la nueva sede de las Naciones Unidas [i]. A caballo entre las dos Américas, la española y la anglosajona—lo que es decir: la «nuestra» y la «otra»—el jinete del parque personificaba la promesa y el conflicto de esos mismos ideales y principios [ii].
El nuevo nombre de la avenida no prendió en la imaginación de los neoyorkinos, que continuaron llamándola «la Sexta», y hoy quedan pocos de los escudos de las naciones americanas que adornaban los postes del alumbrado público. Tal vez el abandono indique que llegó la hora de relanzar la Sexta, para el nuevo siglo, con el nombre de uno de sus más insignes transeúntes, un inmigrante que celebró y padeció Nueva York, y dejó su huella en cada adoquín de Manhattan.
La estatua ecuestre es obra de la escultora Anne Hyatt Huntington, esposa del millonario Archer M. Huntington, el fundador de la Sociedad Hispánica de América [iii]. El conjunto mide 10 metros y pesa 5 toneladas, y fue colocado en su pedestal de granito en 1965, en medio de otra controversia entre los exiliados cubanos y el régimen de La Habana, que se disputaban—aún se disputan—el legado espiritual martiano. La figura de bronce se lleva la mano al pecho y hace una mueca de dolor. El azorado corcel, erguido sobre las patas traseras, indica que el jinete cayó en combate.
José Martí encontró la muerte en Dos Ríos, localidad de la región oriental de Cuba, el 19 de mayo de 1895. Hacía apenas seis semanas que había desembarcado en las costas de su país natal tras quince años de exilio neoyorkino. Su intención era unirse, como un combatiente más, a las tropas de los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo, que retomaban las armas en un nuevo intento por reavivar la guerra por la independencia de Cuba, que el mismo Martí organizara desde Nueva York.
Existen relatos contemporáneos que dan una idea del incidente de Dos Ríos [iv]. El soldado Pablo Raimundo Rodríguez García, un insurgente de Islas Canarias que militaba en el bando cubano, cuenta que en la mañana del 19 de mayo, «formados de dos en dos de fondo, fuimos arengados por el Delegado Martí, recorriendo éste los centros de todas las filas; acto seguido se dio la orden de avance…»
Poco después, «Martí, que montaba un fogoso y veloz caballo y por esta circunstancia y también por su ímpetu, se había adelantado cinco o seis varas a nosotros, cayó malherido del caballo, y aún manteniéndose revólver en mano…».
El momento que representa la escultura de la Avenida de las Américas es excepcional. José Martí era un pensador y un poeta, no un guerrero. La mayor parte de su vida había transcurrido en el destierro, inclinado sobre un escritorio, primero en Madrid y Zaragoza, como estudiante de Filosofía y Derecho, y luego en una oficina de la calle Front, en Manhattan, donde redactaba los despachos periodísticos sobre la realidad norteamericana con los que se ganaba la vida y que lo harían famoso.
Para ser fiel a su modelo, la estatua debió representar a un hombre de letras, no a un inexperto hombre de acción al que las balas enemigas alcanzaron a quemarropa. Además de un revólver apretado en el puño, llevaba en el bolsillo de su chaqueta un librito de la Vida de Cicerón, un reloj de oro y una carta sin terminar dirigida a un amigo mexicano [v].
El soldado español Maximiliano Loizaga, que integraba la tropa del coronel José Ximénez de Sandoval, con la que chocó Martí, describe la impresión que causó entre sus adversarios la figura del joven héroe:
«Nuestros soldados, todos los que contemplamos al caído, sentimos respetuoso impulso, el respeto que inspira a los valientes el que lo fue tanto. El cadáver, [iba] vestido con traje rayadillo gris obscuro con ligeras listas blancas, calzando botas de montar negras, con espuelas de acero…».
Loizaga olvidó mencionar el sombrero de castor que Martí llevaba ese día. En la manigua cubana cayó acribillado el clásico habitante de la jungla de asfalto neoyorkina.
La estatua ecuestre conmemora al patriota en el momento en que fue absolutamente fiel a sus principios y totalmente extraño a sí mismo. El más grande de los escritores hispanoamericanos modernos quedaba expuesto a la curiosidad de los transeúntes, como uno más de los pintorescos aventureros que pueblan las páginas de sus Escenas norteamericanas.
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José Julián Martí Pérez nació en la calle Paula, en La Habana intramuros, el 28 de enero de 1853. Su padre, Mariano Martí Navarro, sargento del Real Cuerpo de Artillería, era oriundo de Valencia, en España; su madre, Leonor Pérez Cabrera, de Santa Cruz de Tenerife, había emigrado a Cuba a la edad de trece años.
El poeta conoció íntimamente la tierra natal de sus progenitores. En 1857 la familia regresa a España y Martí reside dos años a orillas del mar Mediterráneo. Parte de su formación ocurrió en un ambiente español, y es probable que hablara castellano con acento canario. Todavía no era «latino», como es común clasificarlo en la actualidad, sino «hispano», elemento clave del crisol de razas de los Estados Unidos de finales del siglo XIX. El padre del cineasta George Romero [vi], creador de los zombis, fue un emigrante cubano de ascendencia hispánica, lo mismo que el padre adoptivo del novelista Truman Capote, el autor de Breakfast at Tiffany’s [vii]. La lista de padrastros cubanoamericanos llega hasta Jeff Bezos, fundador de la compañía Amazon [viii]. Por su parte, José Martí es el abuelo materno del actor César Romero [ix], el clásico Latin Lover de películas serie B de la época dorada de Hollywood [x].
Gracias a los constantes traslados que requería el oficio de su padre, el niño pudo conocer los hermosos paisajes del campo cubano. En 1860, viajan juntos a las provincias de Pinar del Río y Las Villas, donde abundan los ríos y las florestas tropicales. Con nueve años de edad, Martí va a Matanzas con Mariano, que había sido nombrado juez subalterno del término territorial Hanábana, y allí escribe su primera página conocida: la descripción de un caballo. El año siguiente, visitan la República de Honduras; y en 1868 están en Batabanó, localidad portuaria de la costa sur de La Habana, donde el padre es juez celador de la policía. Los escritos de madurez de José Martí revelan un conocimiento detallado de la geografía, la flora y la fauna de las regiones visitadas en su niñez.
Su adolescencia transcurrió en los tiempos de la Guerra de los Diez Años (1868–1878), el conflicto infructuoso por la independencia de su país natal [xi]. A los dieciséis, las autoridades coloniales lo acusan de haber escrito una carta en la que llamaba «traidor» a un compañero de clase alistado en las tropas de los Voluntarios, el cuerpo de milicia civil que daba apoyo al ejército español, por lo que Martí recibe una sentencia de seis años de prisión como «enemigo declarado de España». Una foto de la época lo muestra con grillete a la cintura y cadena al tobillo, trabajando en las canteras de San Lázaro.
En 1871 es enviado a la Isla de Pinos y, de allí, deportado a España. Entre el 1871 y el 1874, cursa en el destierro la carrera de Filosofía y Letras y obtiene el título de licenciado en Derecho. En un receso de los estudios, consigue viajar a Francia, donde conoce a Víctor Hugo, el autor de Les Miserábles. En enero de 1874, zarpa de Liverpool en un transatlántico y arriba por primera vez a los Estados Unidos.
Su estancia en Nueva York es breve. Un primer peregrinaje americano lo lleva a Mérida, Veracruz y, finalmente, Ciudad de México, donde lo espera su familia, que se ha mudado otra vez. En la capital mexicana publica sus primeros trabajos periodísticos y compone obras dramáticas que se estrenan con éxito. También conoce a su futura esposa, Carmen Zayas Bazán [xii].
En 1878 regresa a Cuba, amparado por una ley de amnistía. De los 25 a los 26 años vive en La Habana con su mujer y su hijo José Francisco, comienza a escribir los Versos libres—publicados póstumamente—y reincide en las actividades conspirativas, por lo que es detenido y deportado nuevamente a España en septiembre de 1879.
Gracias a la influencia de buenos amigos, consigue que lo envíen a Madrid, y no a la colonia penitenciaria de Ceuta, el territorio español del norte de África. Durante su estancia madrileña visita el Museo del Prado, estudia a los pintores clásicos y asiste a las corridas de toros. En diciembre, pasa clandestinamente a Francia, toma un barco en el puerto de Le Havre y llega a Nueva York el 3 de enero de 1880.
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Descontando su regreso a Cuba, donde fue a morir, y un breve intervalo en Venezuela, donde escribió Ismaelillo [xiii], el poema que lanza el movimiento literario conocido como Modernismo [xiv], José Martí residió en Nueva York el resto de su vida.
La fecha de su arribo a Manhattan es un hito en la historia de la literatura hispanoamericana. Para el crítico uruguayo Ángel Rama, «hay una circunstancia que divide (…) la obra de Martí en dos épocas precisas: su asimilación del pensamiento norteamericano a partir de 1880», y su escritura anterior que «carece de la sazonada claridad de pensamiento que adquiere a partir de esa fecha» [xv].
Los críticos hacen hincapié en la evolución y madurez del pensamiento—una palabra que comunica la idea de alta cultura—sin advertir que la «sazonada claridad» se debe también a que Martí asimiló de los Estados Unidos el saber y las prácticas de la cultura de masas.
Ángel Rama, como la mayoría de los comentaristas antes y después de él, cita la doctrina trascendentalista del filósofo Ralph Waldo Emerson como primera influencia en el pensamiento del joven inmigrante [xvi], sin acreditar el impacto moderno de lo folletinesco en la cultura martiana. La huella del comercialismo resulta menos evidente por tratarse del sustrato de una filosofía no tanto trascendental como barata.
En los 1880, ya las noticias sensacionales se ofertan con la etiqueta de «sucesos verdaderos» y el escándalo mediático se convierte en la mercancía exclusiva de los tabloides y «periódicos de dos centavos»: tal es el ambiente intelectual al que llegó Martí [xvii].
La revolución mediática coincide con la apertura de la tienda Woolworth, cuyo formato five-and-dime sirve de paradigma a las operaciones culturales del momento. «El patriota, si quiere bien a su patria, no empezará a leer el periódico por el editorial, que dice lo que se opina, sino por los anuncios, que dicen lo que se hace», es una frase que aclara el poco atendido positivismo de José Martí [xviii].
El poema El padre suizo, de 1882, que pertenece a sus Versos libres, está basado en la noticia de un suicidio colectivo en Arkansas, copiado y pegado directamente de la prensa amarilla; mientras que sus primeros despachos neoyorkinos reportan, detalladamente, la agonía y muerte del Presidente James Garfield, baleado en plena estación de trenes, y el proceso judicial contra el asesino, Charles Guiteau [xix]. No es casual, entonces, que el evento más publicitado del fin del siglo XIX, secuela espectacular de la muerte de José Martí en Dos Ríos, fuera la guerra hispano-cubana-estadounidense de 1898, de la que él había sido el autor intelectual[xx].
Tampoco es de extrañar que sus «Obras completas» fueran un museo de los más diversos tipos de literatura («Corríjasele la abundancia y Martí se nos disuelve», advierte la chilena Premio Nobel de Literatura Gabriela Mistral) [xxi]. En sus extensas galerías, hay cartas, novelas, cuentos infantiles, retratos de celebridades y de gente común al lado de viñetas, poemas, reportajes, diarios de campaña, traducciones, discursos y obras dramáticas. Un almacén abarrotado al que puede entrarse por cualquier puerta, sin perder el hilo y sin que el orden de los fragmentos altere el producto.
El atentado a un Presidente norteamericano; una carrera de caballos; una huelga; una pelea de ratas; una ejecución pública; los efectos benéficos de la luz eléctrica; la técnica de la fotografía a color; el origen de las especies; el descubrimiento de la clorofila; la pluma larga en la cola del quetzal o un domingo en Coney Island: el catálogo de temas parece infinito. Tocó al joven abogado Gonzalo de Quesada y Aróstegui la enorme tarea de colocar las piezas disímiles en un orden lógico[xxii]. Había sido secretario de Martí en Nueva York y, tras la muerte del héroe, su apoderado literario. Martí lo llamó «hijo», y Gonzalo fue el primero en tratarlo de «apóstol».
En carta del 1 de abril de 1895, escrita en Monte Cristi, República Dominicana, en ruta hacia Cuba para unirse a la guerra de independencia, el Apóstol le encarga al discípulo la publicación de su obra dispersa, advirtiéndole que «ni ordene los papeles, ni saque de ellos literaturas; todo eso está muerto, y no hay aquí nada digno de publicación, en prosa ni en verso: son meras notas» [xxiii].
Seguidamente, propone que «de lo impreso, en caso de necesidad… podría irse escogiendo el material de los seis volúmenes principales». El plan de publicación esbozado por Martí aparece en la misma epístola, que se considera su testamento literario:
«Si no vuelvo, y usted insiste en poner juntos mis papeles, hágame los tomos como pensábamos: I. Norteamericanos II. Norteamericanos III. Hispanoamericanos IV. Escenas norteamericanas V. Libros de América VI. Letras, Educación y Pintura».
El primero de los dieciséis volúmenes de la serie Martí, publicado por Gonzalo de Quesada y Aróstegui, apareció en Washington D.C., en 1900; el segundo y el tercero, en La Habana, en 1901 y 1902, respectivamente; el quinto, en Roma; el décimo, en Berlín. El número de tomos crecía a medida que los compiladores reciclaban la papelería que Martí había dado por muerta, hasta alcanzar la cifra de 74 volúmenes [xxiv] en la edición de 1936-1949.
En una carta dirigida a Néstor Carbonell y Rivero, otro comentarista y editor de la obra martiana, Gonzalo de Quesada se lamentaba:
«Muchos creen que estos volúmenes se hacen sacándolos de una gaveta donde están listos y ordenados, cuando es obra de titán y de paciencia, pidiendo a Buenos Aires un artículo, un folleto a Guatemala, y descubriendo en Venezuela, o en la misma Biblioteca Nacional de aquí́, algo notable y desconocido»[xxv].
Décadas más tarde, en su «Introducción» a las Obras Completas, de la Editora Nacional de Cuba (1963-1965), Gonzalo de Quesada y Miranda, el hijo de Quesada y Aróstegui, y continuador de la labor de su padre, explica cómo la colección se fue enriqueciendo con nuevos aportes:
«Celosamente guarda Gonzalo de Quesada y Aróstegui, en un pequeño baúl, los papeles preciados de Martí, sus manuscritos, sus cuadernos de apuntes. En sus viajes en servicio diplomático de la patria siempre le acompaña aquel cofre martiano. Enriquecer su valioso contenido no fue siempre fácil tarea…»[xxvi].
Concebidas como un serial, cada entrega de las «Obras» incorpora nuevas revelaciones y nuevos equívocos. El poeta que monta un corcel desbocado en el Parque Central, parece haber sabido que la ubicuidad—»Yo vengo de todas partes / y hacia todas partes voy»—no solo definiría su vida, sino también su posteridad.
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«Por alguna razón, Martí es relativamente desconocido y poco apreciado en los Estados Unidos. Su nombre no es extraño en Tampa, Cayo Hueso y Miami, en la Florida, donde se le honra en bustos de parques públicos, y resulta familiar a los estudiantes norteamericanos de historia y literatura latinoamericanas, a pesar de que, antes de la edición de 1965, la Enciclopedia Británica no recoge su biografía» [xxvii].
Así habló el profesor Richard B. Gray, de la Universidad Estatal de la Florida, a mediados del siglo pasado. Sesenta años más tarde, el problema persiste. El autor de Norteamericanos, sigue siendo un virtual desconocido para la misma cultura que protagoniza sus páginas más celebradas.
Por su parte, el profesor Roberto González Echevarría, de la Universidad de Yale, insiste en que «Martí no viaja bien… en inglés. He does not travel well«, algo que atribuye, en el caso de los Versos sencillos, al hecho de que «su poesía, traducida, pierde el encanto de su sencillez y suena banal». En cuanto a la prosa, el académico la juzga «tan retórica que, por lo menos en inglés, suena ampulosa y oratoria» [xxviii].
A pesar de todo, el discreto encanto de los Versos sencillos viajó sin muchos contratiempos en la letra de La guantanamera, un éxito del repertorio internacional, tanto en las voces del cantante cubano Joseíto Fernández y el trovador Pete Seeger [xxix], como de incontables karaokes del mundo entero. Para viajar entre dos lenguas solo necesitaba un vehículo idóneo: musicalizado, Martí does travel well.
A finales del siglo XIX, el medio de comunicación martiano había sido el papel periódico, cuya manufactura experimentó entonces una transformación radical. El papel de trapo, hecho con fibras de algodón, reemplazó al de pulpa de celulosa, lo que permitió a los diarios aumentar el tamaño de los pliegos y resistir mejor frecuentes manoseos[xxx].
A partir de 1866, los cables telegráficos comienzan a correr paralelos a las líneas de tren que habían servido para acarrear las noticias. Las prensas de vapor multiplicaron la capacidad de producción y de creación de nuevos periódicos—llegaron a ser tan numerosos, que compartían contenidos mediante el sistema de «cortar, copiar y pegar», que Martí adoptó en sus piezas mínimas de 1881-1882 para la Sección Constante del diario La Opinión Nacional de Caracas. El material de los retazos provenía, probablemente, de agencias noticiosas consolidadas [xxxi]. Era común que las notas rápidas no llevaran firma, y alguna vez Martí ocultó su identidad tras el avatar M. de Z.
El papel de trapo, el cable, la electricidad, la prensa rotativa, el avatar y el museo de las obras completas: distintos modos de llevar y traer la escritura martiana. Luego vendrían las ondas de radio, donde La guantanamera difunde sus versos hirsutos, camuflados en la crónica roja de los noticieros. En 1890, Martí era leído, simultáneamente, en Buenos Aires, Caracas, Madrid, Bogotá, Guatemala, Nueva York y Montevideo. Los medios de comunicación masiva se encargaron de introducirlo en todos los hogares de Nuestra América.
José Martí, el modernista, inventó un lenguaje nuevo para representar una actualidad cada vez más vertiginosa. Fue culterano y sensacionalista, melodramático y telegráfico, anticipando la banda ancha del internauta moderno. Sus maestros fueron Baltasar Gracián, Buffalo Bill y Oscar Wilde.
Lo mismo que su contemporáneo, Karl May, el autor alemán de novelas del Oeste [xxxii], Martí fue un influencery un creador de memes: estrellas, águilas, zapaticos de rosa, nenes traviesos, corazones, apaches, mariposas, amorcillos y revoluciones: lo que parecía banal, hoy es lengua franca virtual. En sus poemas y discursos, los lectores de todas las épocas encontraron el primer alfabeto de emoticonos.
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El estudiante de los textos martianos debe armarse de paciencia y un Wikcionario. Lo «retórico» a que alude el profesor González Echevarría puede ser simplificado de dos maneras: siguiendo el ritmo natural de las cláusulas y fusilando oraciones para analizar su estructura interna.
Una enorme cantidad de saber encuentra cabida en cada una de sus piezas. Por poner un ejemplo: cuando Martí escribe «mirada de hoja de Toledo», quiere decir «ojos que lanzan dagas», porque en Toledo, ciudad española a 70 kilómetros de Madrid, se fabrican las mejores espadas: Martí, el maestro, hubiera adorado Google Earth.
Debe tomarse en cuenta, asimismo, que el destinatario de su enseñanza fue un público virtual: la nación cubana concebida como obra en construcción, pues lo que lo que él llamaba «patria» (que fue también el nombre del periódico que fundó en Manhattan), solo existía en el papel, como utopía. Ni siquiera la idea de la independencia fue compartida por todos sus compatriotas. Según reportes de la época, tantos cubanos lucharon en las filas de los Voluntarios pro españoles como en el bando de los mambises, a las órdenes de los generales Maceo y Gómez [xxxiii].
La división llegaba hasta las más altas esferas de la jerarquía revolucionaria. En una página de su Diario de campaña, fechada en la hacienda La Mejorana, catorce días antes de morir, Martí escribe:
«Maceo y Gómez hablan bajo, cerca de mí: me llaman a poco, allí en el portal: que Maceo tiene otro pensamiento de gobierno: una junta de los generales con mando, por sus representantes—y una Secretaría General:—la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima al ejército, como secretaría del ejército» [xxxiv].
Las cuatro páginas que siguen, correspondientes al lunes 6 de mayo, fueron arrancadas en algún momento, y nunca aparecieron. Al final de la guerra, el cuaderno de notas quedó en manos del general Máximo Gómez, y más tarde, de su hijo Bernardo, que lo entregó a la imprenta [xxxv]. Ese vacío bibliográfico es tan elocuente como los 12,000 folios de las obras completas, pues nos permite vislumbrar, en el espacio en blanco, el destino de la república «que soñó Martí».
Para el hombre que leía a Cicerón, la guerra era un mal necesario. Las instituciones civiles debían prevalecer aun en lo profundo de la manigua. La revolución solo podía ser un medio para lograr la independencia, no un destino en sí misma. En cualquier otra circunstancia, Martí rechazó la rebelión—una y otra vez, en varios de los textos que recoge este libro—y repudió la anarquía.
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«Si no vuelvo…», escribe Martí en su testamento literario, refiriéndose al hogar lejos del hogar que Nueva York fue para él. Allí estaban sus libros, el círculo íntimo de sus partidarios y amigos, y la joven María Mantilla, su hija secreta [xxxvi]. Los Estados Unidos fueron su segunda patria, y el grueso de su obra escrita está dedicado a desentrañar, para los lectores de lengua española, el funcionamiento de la portentosa —a veces monstruosa— maquinaria democrática. Como el Jonás bíblico, había vivido en las entrañas del monstruo, y esa experiencia avala su condición de profeta.
Quienes lo conocieron y lo estudiaron, confirman su estatura de apóstol panamericano. La gran escritora chilena Gabriela Mistral dice de él: «Suelta una alegoría que relampaguea, y sigue con una frase de buena mujer, cuando no de niño; (…) abaja constantemente los vocablos suntuosos allegándoles un adjetivo de lindo sabor popular. Tal vez leía su Biblia saltando de un profeta a un evangelista, de Ezequiel a Lucas, o bien iba y venía de San Juan el Divino al San Pedro pescador» [xxxvii].
A lo que Ángel Rama añade: «Muchas veces, en sus cartas, en sus prólogos, en sus anotaciones personales no destinadas a la publicidad, Martí registró esta condición suya de visionario a la que debe los mejores momentos de su poesía. Su honradez intelectual da testimonio de la veracidad de su palabra. Son momentos generalmente breves, entrecortados, donde el poeta ve delante suyo, como si se tratara de cosas reales, a seres imaginarios o distantes. Esos momentos compensan su brevedad con una centuplicada intensidad y se parecen, por ello, a los raptos religiosos» [xxxviii].
El poeta nicaragüense Rubén Darío recuerda, a propósito de «aquellas kilométricas epístolas» que Martí enviaba a los diarios hispanoamericanos, que «allí aparecía Martí pensador, Martí filósofo, Martí pintor, Martí músico, Martí poeta siempre», y las describe como «espesas inundaciones de tinta» y «montaña de imágenes» [xxxix].
Tres de los seis volúmenes originales en los que Martí quiso encauzar las «inundaciones de tinta» estaban dedicados a personajes, eventos y costumbres de los Estados Unidos de su época, y al análisis de la cultura, historia e instituciones de una nueva civilización: la selección de textos de este libro sigue el mismo orden jerárquico, a fin de presentar sin estorbos la visión única del Martí inmigrante.
Los quince años de producción literaria norteamericana proporcionan una perspectiva que abarca, simultáneamente, el norte y el sur del hemisferio, y es desde el punto de vista del desterrado que Martí concibe la idea de «Nuestra América». La selección de textos de este volumen procura imprimir un giro moderno al significado de lo «nuestro», de manera que el pronombre posesivo abarque a la comunidad hispanoamericana de los Estados Unidos, un sector demográfico que, del siglo XIX a estas fechas, se ha transformado en una formidable fuerza económica, política y cultural al norte del Río Bravo. Lo que antes parecía divido e incompatible, hoy es amalgama de ambas Américas.
También al respecto fue Martí un precursor, y sus retratos, estudios y viñetas nos permiten comparar notas con el escritor que personifica la primera época de la diáspora hispanoamericana. Sus escritos estadounidenses fundan la otra América «nuestra», la nación de inmigrantes, múltiple y única, donde el José Martí neoyorkino reclama el sitio que le corresponde entre Emerson y Walt Whitman.
Por último, es justo advertir que, aun cuando existan incontables volúmenes de Martí al alcance de todos, no se trata de una lectura fácil; lo que tampoco quiere decir que sea para minorías, sino que su prosa demanda del lector una cierta medida de participación —y también de pasión, la requerida por los grandes escritores. Cada autor nos enseña cómo leerlo, y Martí es el escritor pedagógico por excelencia.
Los formatos que utilizó en su escritura fueron el despacho, la epístola y la escena; y la unidad de sentido de su «montaña de imágenes» son los «momentos breves, entrecortados» en estilo post[xl]. La fragmentación temática lo emparenta—saltándose un siglo y medio de historia— con el bloguero moderno. Por eso, en lugar de homogeneizarlo, preferí conservar el efecto de la pieza suelta.
A fin de dar una idea de cómo suena Martí en inglés, incluyo el artículo The Bull Fight (p.192) escrito para The Sun de Nueva York, con su correspondiente traducción al español. La nota sobre el Presidente George Washington (p.120), compuesta en un estilo conciso y bilingüe que anticipa el text speech, muestra el intenso trabajo preparatorio que requiere un texto martiano.
Estados Unidos en la prosa de un inmigrante está dividido en dos partes. La primera recoge los artículos principales que analizan y evalúan eventos contemporáneos y hechos de la historia de los Estados Unidos. La segunda es una muestra de la Sección Constante, la serie de artículos diarios sobre «historia, letras, biografía, curiosidades y ciencia» [xli] que José Martí escribió para La Nación de Caracas entre 1881 y 1882, entradas ágiles que familiarizarán al lector con el léxico martiano, además de ofrecerle un panorama global de la época y un muestrario de temas y personajes recurrentes en los trabajos de la primera parte. Tanto en las piezas mayores como en las mínimas, vemos a un Martí que aprende al mismo tiempo que instruye, que no solo enseña a pensar bien, sino a vivir una vida de autorrealización: Libertad y Cultura son los pilares que soportan su sistema del mundo. Ese doble propósito, expresado en una de sus frases más célebres, sirve de estímulo a la lectura de Martí en nuestro siglo: «Ser culto es el único modo de ser libre».
En una carta a su joven amigo Gonzalo de Quesada, Martí nos dejó la más bella imagen del escritor sorprendido en plena acción:
«¡Y yo, que a veces estoy, con toda mi abundancia, dando media hora vueltas a la pluma, y haciendo dibujos y puntos alrededor del vocablo que no viene, como atrayéndolo con conjuros y hechicerías, hasta que al fin surge la palabra coloreada y precisa!» [xlii].
De esas batallas íntimas trata este libro. De la lucha cuerpo a cuerpo consigo mismo en busca de lo bello y lo sincero, en las que el genio de José Martí siempre salió triunfador.
[i] Kessner, Thomas. Firorello H. La Guardia and the Making of Modern New York, McGraw Hill, 1989.
[ii] https://www.ny1.com/nyc/all-boroughs/news/2018/10/15/how-nyc-s-avenue-of-the-americas-got-its-name-
[iii] A history of The Hispanic Society of America, museum and library, The Hispanic Society of the Americas, 1954.
[iv] https://publicaciones.unirioja.es/ojs/index.php/brocar/article/viewFile/1788/1683
[v] Martí, José. Obras Completas, volumen 19, pp.218-219, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
[vi] Williams, Tony. George A. Romero: Interviews, Universuty of Mississippi Press, 2011.
[vii] https://www.findagrave.com/memorial/109731687/jos_-garcia-capote
[viii] Reynolds, Elliot. Jeff Bezos: Biography of a Billionaire Business Titan, Independently Published, 2019
[ix] Ferández Levy, Delvis. A Human Legacy of José Martí, Wise Media Group, 2018
[x] http://www.latinamericanstudies.org/marti/maria-mantilla-1935.pdf
[xi] Guerra Sánchez, Ramiro. La Guerra de los Diez Años, 1968-1878, Cultural S.A. La Habana, 1950.
[xii] Acevedo y Fonseca, Mirtha Luisa. Bautismo en la soledad. Biografía de Carmen Zayas Bazán, esposa de José Martí, Editorial Ácana, Camagüey, 2016.
[xiii] Schulman, Iván A. Ismaelillo/Versos sencillos/Versos libres. Ediciones Cátedra, Madrid, 2001.
[xiv] Schulman, Ivan; González, Manuel Pedro. Martí, Darío y el modernismo, Editorial Gredos, Madrid, 1969.
[xv] Rama, Ángel; Selección de Julio Ramos y Fernanda Pampín. Martí, modernidad y latinoamericanismo, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2015.
[xvi] Schwarzmann, Georg. The Influence of Emerson and Whitman on the Cuban Poet José Martí, The Edwin Mellen Press, New York, 2010.
[xvii] Knight, Charles. “The Commercial History of a Penny Magazine–No. I.” Penny Magazine 31 Sept. 1833: 377–384. Web. http://wayback.archive-it.org/4530/20150917234717/http://english.umn.edu/PM/CommHist.html
[xviii] Martí, José. Obras completas, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975. Tomo 12, p. 433
[xix] Millar, Candice. Destiny of the Republic: A Tale of Madness, Medicine and the Murder of a President, Anchor Books, New York, 2012.
[xx] Teddy Roosevelt. The Rough Riders, Red and Black Publishers, St. Petersburg, Florida, 2009.
[xxi] Mistral, Gabriela. En verso y prosa: Antología, R. A. E., Madrid, 2019.
[xxii] Gray, Richard B. The Quesadas of Cuba: Biographers and Editors of José Martí, The Americas, vol. 22, No. 4, Abril 1966.
[xxiii] Martí, José. Obras Completas, volumen 20, Epistolario, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1991.
[xxiv] Obras completas de Martí, ed. Gonzalo de Qusada y Miranda (74 vols.; La Habana, 1936-1949).
[xxv] Martí, José. Obras Completas, volumen 1, Introducción de Gonzalo de Quesada y Miranda, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975
[xxvi] Ibid.
[xxvii] Richard B. Gray, Op.cit, p. 389-403.
[xxviii] González Echevarría, Roberto, Oye mi son. Ensayos y testimonios sobre literatura hispanoamericana, Editorial Renacimiento, Sevilla, 2018.
[xxix] https://youtu.be/X5JLCAIJLJ8
[xxx] Dodd, George. “A Day at a Printing-Office.” Days at the Factories; or, The Manufacturing Industry of Great Britain Described, and Illustrated by Numerous Engravings of Machines and Processes. Series I.- London. London: Charles Knight & Co., 1843. 326-62. Web. https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=uc1.b3143000;view=1up;seq=340
[xxxi] Savage, William. A Dictionary of the Art of Printing. London: Longman, Brown, Green, & Longmans, 1841. Web. http://hdl.handle.net/2027/hvd.32044014812614
[xxxii] May, Karl, Mein Leben und Streben, Hofenberg, 2014.
[xxxiii] https://www.abc.es/historia/abci-verdad-incomoda-1898-lucharon-mas-cubanos-espana-independencia-201811120204_noticia.html
[xxxiv] Martí, José. Obras Completas, volumen 19, pp.228-229, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
[xxxv] http://blogs.monografias.com/cultura-cuba/2016/04/05/%C2%BFquien-arranco-las-paginas-del-diario-de-campana-de-jose-marti/
[xxxvi] https://www.infonews.com/newsweek/la-misteriosa-paternidad-marti-n127442
[xxxvii] Calderón, Alfonso. Prosa de Gabriela Mistral, Santiago de Chile: Editora Universitaria, 1989.
[xxxviii] Rama, Ángel, Op.cit. p. 101.
[xxxix] Darío, Rubén. Los raros, Madrid: Editorial Mundo Latino, 1920.
[xl] Ver «Apuntes sobre George Washington», p.115.
[xli] Martí, José. Obras Completas, volumen 23, pp.61-311, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
[xlii] Carta a Gonzalo de Quesada y Aróstegui, 20 de octubre de 1887.
[Prólogo a Estados Unidos en la prosa de un inmigrante, © Vintage Español, Nueva York, 2021]
Texto muy bueno sobre el más relevante de los cubanos… Una lástima el título baratico, parodia de la novelita policiaca de Graham Greene: Nuestro hombre en La Habana.
Sí, Pepe, tienes razón. Título flojo. Pero este volumen de Random House estaba hecho para un público escolar en una colección de clásicos y debía introducir el personaje en los términos más familiares ya que, en todo lo demás, mi Martí contrarrevolucionario se apartaba de la norma. Get the book!