La cercanía de lo ausente: eros, memoria y libertad

Nel suo aspetto tal dentro mi fei,

qual si fé Glauco nel gustar de l’erba

che ‘l fé consorto in mar degli altri dèi.

Dante, Paraíso

 

El pensamiento moderno tiende a confundir la distancia con el mero espacio: una cuestión de pasos, millas o el alcance de nuestras manos extendidas. El dominio científico-tecnológico. La experiencia general nos ha enseñado que separación física significa desencuentro y distanciación, mientras que cercanía implica lo convenientemente tangible y, por tanto, realmente “presente.” Sin embargo, según Heidegger, la verdadera naturaleza de la cercanía y la lejanía, es decir, del espacio, no pertenece en primer lugar a las métricas físicas sino a la estructura misma del ser tal como se revela al Dasein. El espacio está esencialmente estructurado con la forma de ser del Dasein como “ahí” en la apertura y la interrelacionalidad el mundo. No experimentamos a los otros o al mundo primeramente mediante frías mediciones, sino a través de las estructuras existenciales del cuidado (Sorge), el “ser-con” (Mitsein) y el sentido (Sinn). Lo que importa se acerca, des-distanciándose, incluso cuando el tiempo “objetivo” o la muerte misma se interponen.

En Ser y Tiempo, Heidegger introduce la noción de Ent-fernung, comúnmente traducida como des-distanciación (División 1, Capítulo 3, Secciones 22 y 23). Este concepto replantea nuestra comprensión de la presencia. Des-distanciar no es colapsar físicamente el espacio. Es permitir que aquello por lo que nos preocupamos se acerque existencialmente a través de la estructura de nuestra preocupación, de nuestro cuidado como estructura primaria de existencia. El ser amado, incluso en la muerte o el exilio, puede estar más cercano a nuestro ser que un extraño junto a nosotros. La des-distanciación no es un simple juego semántico: es el modo mismo en que los seres se despliegan en nuestra existencia como aletheia, el “desocultamiento de la verdad”.

Aquí podría objetarse: ¿No es esto simplemente memoria envuelta en jerga filosófica? ¿Es la des-distanciación algo más que la mente aferrándose a un pasado que ya no existe? Es una pregunta legítima, pero que malinterpreta la profundidad de lo que se describe. La memoria archiva el pasado, almacena y recuerda experiencias como instantáneas de lo que fue. La des-distanciación, sin embargo, no pertenece al dominio psicológico del recuerdo, sino a la estructura ontológica misma de la existencia: es un modo fundamental del ser de Dasein, esencialmente relacionado con la estructura de la espacialidad y la mundanidad.

En la des-distanciación como estructura y modo de ser del Dasein, lo que importa sigue revelándose como existencialmente cercano, o como cercanía existencial, independientemente de la separación espacial o temporal físicas. De hecho, la noción newtoniana de espacio “físico” y objetivo, medible en términos matemáticos y describible mediante las “leyes de la física”, tuvo que ser adquirida a través del razonamiento abstracto y la representación calculadora. Así, la des-distanciación no es la mente repitiendo la historia; es el ser del otro que se abre y persiste en nuestro mundo de sentido, reuniendo ausencia y presencia en un campo unificado a través del cuidado y el significado. La memoria recuerda; la des-distanciación reúne. La memoria registra; la des-distanciación revela. No hablamos aquí de nostalgia, sino de la arquitectura viva de la cura; de la fidelidad del cuidado por nuestro ser y nuestro mundo que se niega a reducir las presencias significativas a simples “hechos históricos”, es decir, a una intrincada red lingüística de discurso y memoria. Sin dudas, el verbo alemán “sich erinnern” nos recuerda que memoria y de-distanciamiento comparten una esencia común: el reunir propio del morar en un mundo.

Si buscamos una encarnación mítica de esta realidad, ninguna brilla de modo más trágico que Orfeo y Eurídice. Su historia no es simplemente una de pérdida, sino de cercanía agudizada por una distancia imposible: un retrato viviente de la des-distanciación en su forma más trágica. Orfeo, cuya música podía conmover piedras y encantar bestias, se aventura en el inframundo para recuperar a Eurídice, la esposa arrebatada por una muerte prematura. Gracias a la belleza dolorosa de su canto, conmueve incluso los fríos corazones de Hades y Perséfone. Ellos le conceden una misericordia condicional: Eurídice podrá seguirlo de vuelta a la vida, pero Orfeo no debe mirarla hasta que ambos hayan cruzado el umbral del mundo de los vivos.

Aquí se despliega la forma más pura de des-distanciación: Eurídice está cerca, su presencia presionando en la conciencia de Orfeo. Está cerca; no espacialmente, no mesurablemente, sino existencialmente. En torno a ella se abre un mundo para Orfeo. Ella existe en ese espacio que exige confianza, entre la certeza y la duda, entre la presencia y la ausencia: ya está presente como significado en unidad fenoménica con el modo de ser del Dasein: cuidado (Sorge) y ser-con (Mitsein).

La tragedia de Orfeo no es la falta de amor. Radica en que la exigencia de presencia empírica que acompaña al eros vulgar hizo insoportable la cercanía des-distanciante. Así, Eurídice se perdió nuevamente. No porque el inframundo fuera más fuerte que el amor, sino porque Orfeo, enfrentado al peso insoportable de la cercanía ontológica, sucumbió a la tentación de la posesión. Al volverse a mirar a Eurídice, no buscó testimoniar su presencia libremente otorgada en el claro de la revelación, sino capturarla dentro de la enmarcación de la certeza calculadora.

Lo que debía permanecer como desocultamiento —como aletheia— quedó encerrado por su duda y su necesidad de prueba tangible. Intentó convertir el evento de presencia en un objeto de posesión, colapsando la des-distanciación en el Gestell (el “enmarcamiento”), aniquilando la libertad de su aparición. La tragedia radica no sólo en la fragilidad humana, sino en la violencia profunda contra la naturaleza misma del amor: el rechazo a dejar que el ser se revele sin ser dominado por el enmarcamiento reificador. Así, la des-distanciación abre un doble horizonte de posibilidad ontológica: la apertura y cercanía del dejar-ser en libertad, y la clausura y lejanía del enmarcamiento, donde los seres son forzados a la objetualidad y el claro se oculta en estructuras de dominación.

En Construir, Habitar, Pensar, Heidegger profundiza este pensamiento: muestra cómo el verdadero «espacio» no es una extensión vacía, sino un reunir de significados. Habitar no es simplemente ocupar una estructura; es permitir que seres, memorias, presencias y futuros se reúnan en un claro significativo a nuestro alrededor. Orfeo habitaba con Eurídice, compartía su mundo, incluso cuando no podía verla. Su cuidado la reunía tan plenamente en su mundo que el espacio entre ambos vibraba de presencia. Su giro, su desesperado intento de alcanzarla, fue la prueba final de que la cercanía existencial se había vuelto insoportable sin la corporalidad tangible.

Este fenómeno de la distancia que intensifica la presencia no está confinado al mito. Resuena poderosamente en la estructura misma del amor que corona las vidas más sublimes. No hay ejemplo más claro que la relación de Dante con Beatriz. En la Divina Comedia, Beatriz no es meramente un recuerdo. Es la luz que guía a través del Paraíso, la fuerza que ancla el alma de Dante incluso mientras atraviesa los paisajes aterradores del Infierno y el Purgatorio. Beatriz, habiendo muerto joven, ya no pertenece al mundo en un sentido físico. Sin embargo, su ausencia no diluye su cercanía: la intensifica, modificando la significatividad (Bedeutsamkeit) del mundo de su amado.

La muerte de Beatriz inicia una profunda transformación: se convierte en manifestación de sabiduría y gracia divina, impulsando a Dante hacia la salvación. Todo el viaje de Dante es, en cierto sentido, una peregrinación de des-distanciación: una odisea donde el ser amado, inalcanzable y trascendente, se convierte en el eje más claro en torno al cual puede girar el alma.

Ciertamente, esta estructura existencial de la des-distanciación encuentra también una expresión especial en la relación entre Martin Heidegger y Hannah Arendt. Su amor, complicado por la traición, la política, el exilio y décadas de separación física, persistió a través del claro de la ausencia. Aunque su relación amorosa terminó, y aunque la propia historia impuso vastas distancias entre ellos, su correspondencia revela una verdad más profunda: la distancia física no borró la cercanía existencial. Más bien, la vigorizó, porque las estructuras de cuidado y ser-con tienen preeminencia óntico-ontológica frente a la autoconsciencia y al pensamiento cuantificador.

El significado de su vínculo no se preservó mediante una presencia continua o una vida compartida, sino a través de la reunión mutua dentro de la apertura del cuidado. Sus cartas, llenas de reflexión filosófica y de una callada añoranza, revelan el fenómeno vivido de la des-distanciación: la forma en que un ser, una vez encontrado de manera significativa, permanece cercano gracias a la fidelidad del cuidado, incluso a través del espacio, el silencio y la catástrofe histórica.

Heidegger habla de dejar acontecer el develamiento del Ser de los entes, de habitar dentro de la apertura de un mundo configurado por el cuidado y la relación como forma primordial del ser-en-el-mundo. En Arendt, Heidegger no encontró un objeto que poseer, ni una certeza que controlar. Encontró una presencia que sólo podía ser honrada a través de la aletheia: el desocultamiento libre del significado del ser que se desoculta sin ser retenido en la demarcación de la cercanía de lo “a la mano” como posesión y, por tanto, sin desaparecer en la lejanía inevitable de lo físico.

La relación fracturada pero perdurable de Heidegger y Arendt refleja el doble horizonte de la des-distanciación: el riesgo de enmarcar el amor en un objeto a ser capturado, y la posibilidad más elevada de permitir que el amor permanezca libremente, a través de distancias que ningún mapa puede medir. La esencia del espacio es l interrelación y la reunión de lo aparentemente disperso. El mundo es un sistema poblado por seres cuya esencia se revela y se oculta en el horizonte del tiempo. La historia de Heidegger y Arendt no es una simple curiosidad biográfica; es la ontología vivida de la cercanía sin posesión, la fidelidad resoluta que es determinada por el significado del Ser en un mundo que el Ser mismo revela, al cual el Dasein es arrojado, y donde se enfrenta a una doble posibilidad: ser auténtico en la resolución y la angustia, o ser inauténtico en la determinación general del “Uno” (das Man).

El eros está esencialmente entrelazado con las estructuras existenciales del cuidado, el ser-con, y de la des-distanciación. Cuando «extrañamos» a alguien—cuando la presencia de alguien se desoculta para nosotros como sentido en la temporalidad del Dasein—no estamos simplemente aferrándonos a un ídolo, como Paris a la sombra de Helena. Estamos participando en la emergencia de un mundo que interrelaciona y reúne porque su “mundanidad” está esencialmente unida al modo de ser del Dasein. Estamos dando testimonio de la forma en que el eros como forma del cuidado y el ser-con esculpe la cercanía en el espacio vital a partir de la ausencia física. Cuando experimentamos la presencia de otro, cuando los contornos de su ser presionan contra el vacío que han dejado, cuando nos extendemos hacia los espacios vacíos que aún vibran con su significado, no estamos sucumbiendo a la locura de Ofelia. Estamos realizando la estructura fundamental del habitar. Estamos habitando el claro donde el amor reúne ausencia y presencia, amante y amado, en una unidad de sentido, no como cosa o instrumento, sino como Ereignis (acontecimiento).

Aprehender la ausencia de alguien en la cercanía de la des-distanciación no es simplemente un acto de memoria, sino un modo de ser. El espacio es la comprensión vital del significado de las cosas para el Dasein. El espacio cartesiano-newtoniano es sólo una posibilidad de representación intelectual de la mundanidad como ser-con. Sin embargo, el espacio existencial como espacialidad significativa precede al espacio físico-matemático cuantificable, porque existir es estar-ahí, habitar en el lugar donde podemos construir alrededor un mundo de significado que reúne al Dasein y a los entes y lo expone a su modo más propio de ser: cuidado, mundanidad como ser-con, apertura como ser-posible, y ser-para-la-muerte.

En Orfeo y Eurídice, así como en Dante y Beatriz, el amor a través de la distancia no es un eco desvanecido. Es, a menudo, la forma más aguda y verdadera de presencia. La des-distanciación no «arregla» la ausencia eliminándola. Reúne la ausencia dentro del significado: un mundo en el cual el Dasein habita.

Y es aquí donde los dos caminos del amor a través de la distancia divergen. Orfeo, confrontado con la presencia no vista de Eurídice, se volvió hacia la confirmación empírica y traicionó la libertad de su revelación: la cercanía existencial fue forzada a mostrarse como lejanía empírica. Dante, en contraste, permaneció fiel a la aletheia de Beatriz. Honró su presencia no a través de la captura o el cálculo, sino habitando en el claro abierto donde su ausencia reunía más profundamente que cualquier presencia visible podría hacerlo. Para el Dasein, la esencia del espacio es su significado ontológico.

Amar a través de la distancia no es una distorsión de la realidad. Es una profundización de la realidad: el espacio donde la finitud de los seres se revela a través del cuidado. La des-distanciación, entonces, no es un defecto que deba ser corregido. Es una marca de la gravedad del cuidado y del modo en que el Dasein se apropia de su ser-hacia-la-muerte en un mundo que emerge primordialmente como significado y ser-con.

Y quizás —si somos pacientes— podamos llegar a entender que la des-distanciación está fundamentalmente ligada a la angustia (Angst) y la autenticidad: es, en su esencia más profunda, una forma de permanecer fiel a la estructura misma de nuestro ser más propio. Es fidelidad al hecho de que el cuidado es lo que propiamente ontologiza el espacio como espacialidad vital para el Dasein.

El espacio matemático, con sus coordenadas formales, sólo aparece a posteriori. Primordialmente, no somos puntos espaciales dispersos en una extensión vacía (res extensa); somos Dasein, seres cuyo modo de ser es existencial antes que mensurable, reunidos en la cercanía por la gravedad misma del cuidado.

Orfeo se volvió y perdió a Eurídice, obstruyendo el claro y violando la libertad intrínseca del aletheuein, el evento mismo del desocultamiento. Dante, en contraste, siguió a Beatriz hasta la eternidad, honrando la verdad y la libertad de su auto-revelación. La diferencia entre Orfeo y Dante no es la naturaleza de su eros, sino la profundidad de su fidelidad a la naturaleza misma de la presencia. La condición óntica del des-distanciar nos permite llevar a los otros dentro de nosotros a través de separaciones infinitas, pero también asegura que la ausencia física se inscribirá en nosotros con la nitidez del desocultamiento.

Heidegger permaneció más cerca de Hannah Arendt que los académicos que abarrotaron su carrera pública sin jamás captar su esencia: aquellos que llevamos en la presencia-ausente de la des-distanciación, moran más profundamente en la cercanía de lo que cualquier simple contacto podría abarcar, ya sea dentro del espacio newtoniano de los cuerpos materiales o de la lejanía abstracta de los fantasmas matemáticos.

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