León XIV, una genealogía en clave de jazz

Como salido de un manuscrito perdido entre las estanterías altas de una biblioteca barroca —esas donde las escaleras tienen ruedas y los secretos están encuadernados en piel de cabra—, se ha revelado que el Papa León XIV, o Robert Francis Prevost en sus ediciones anteriores, tiene raíces criollas profundamente ligadas al Séptimo Distrito de Nueva Orleans. Lo cual lo convierte, entre otras cosas, en el primer Papa con linaje capaz de improvisar un Ave María en compás de 5/4.

La revelación fue descubierta por Jari Honora, historiador local y, según rumores de archivo, una especie de bibliotecario aventurero con alma de saxofonista de marching band. Honora desempolvó actas de matrimonio, censos decimonónicos y certificados de nacimiento como quien desentierra primeras ediciones de autores prohibidos. Y lo que encontró fue oro puro: el linaje materno del Papa remonta a Joseph Martínez y Louise Baquié, una pareja que vivió —o más bien narró su existencia— en el Séptimo Distrito, ese rincón donde la historia católica y la cultura criolla comparten banco en el coro.

La pareja se casó en 1887 en una iglesia que, si uno la pronuncia con la voz adecuada, parece el título de una novela de misticismo decimonónico: Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Según los registros, residieron en la North Prieur Street —una dirección que suena más a título de capítulo que a calle— y posteriormente emigraron a Chicago, como tantos personajes de novela posgótica que intentan reinventarse lejos del calor y el clarinete.

Mildred Martínez, hija de aquella unión, nació en 1912 y, como muchos protagonistas de historias olvidadas, heredó una identidad criolla cuidadosamente disimulada entre páginas arrancadas. En una edición alternativa de la historia familiar, su hermano —y tío del Papa— declaró que la familia “no se identificaba como de color”. Una negación que resuena como un acorde suspendido, disonante, flotando en el aire antes del inevitable resolutio documental.

Los documentos, sin embargo, no improvisan. Ellos tocan las notas como fueron escritas: en tinta negra, sobre papel desgastado, con anotaciones al margen como comentarios de un Dios editor. Según Honora, es probable que el abuelo del Papa naciera en Haití o República Dominicana, lo cual agrega otra línea melódica a este solo genealógico. Un contrapunto criollo que resuena desde el Caribe hasta los pasillos vaticanos.

Este linaje convierte al Papa León XIV en una suerte de personaje salido de una novela histórica con banda sonora de jazz modal: mitad pontífice, mitad narrador silencioso de una tradición católica de color, que durante siglos tocó desde la esquina, entre el incienso y el humo del cigarro.

Y así, el papado se enriquece con un pie en la Biblioteca Apostólica y otro en el Preservation Hall. Como si entre los códices iluminados de los Padres de la Iglesia y los vinilos de Louis Armstrong hubiera más conexión de la que Roma estaba dispuesta a admitir.

Por ahora, Su Santidad no ha comentado públicamente sobre su ascendencia criolla. Pero no nos sorprendería que algún día, entre encíclica y encíclica, deslice una frase que no esté en latín, sino en la clave secreta de todos los iniciados: “Todo lo que sé de la gracia, lo aprendí escuchando a mi abuela tararear ritmos de Nueva Orleans en su cocina”.

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