Si el Realismo Trascendental fuera una flor china, nacería en el suelo daoísta de Laozi,
pero florecería con la mirada directa del Chan;
porque el Chan lleva la intuición metafísica del Dao a la inmediatez viva de la conciencia,
poniendo al Realismo como eje de la reflexividad, sin Dios ni ideología.
El Realismo Trascendental se enraíza en una estética que no trata de representar el mundo, sino de comprenderlo; y esto como forma activa e inmanente, como función, no simbólica ni representacional en modo alguno. Este ascendiente encuentra su intuición en el Pragmatismo de Charles Sanders Peirce, por su fundamento estético; porque la verdad no se corresponde con una adecuación al objeto, sino con una experiencia, cuya belleza radica en su lógica relacional. Esta es la intuición de los trascendentalistas norteamericanos, fusionando espiritualidad y naturaleza inmediata; pero es en José Lezama Lima que esta experiencia estética alcanza su máximo valor ontológico, como relacional. Lezama no es un poeta que represente la realidad, sino un arquitecto que la entiende y despliega como drama; su mundo no está compuesto por objetos, sino por relaciones intensivas que, al desplegarse, disuelven toda dialéctica. Frente a la estructura dualista —como se expresa en Herman Hesse—, Lezama propone una forma tricotómica; en la que toda oposición genera una tercera instancia de integración, que la revierte en una realización trialéctica.
Así, en El juego de abalorios, Joseph Knecht encarna una tensión racional, entre contemplación y compromiso; y Plinio Designori podría haber solucionado esa dicotomía, pero la obra opta por una clausura trágica, y Knecht muere ahogado; porque la contradicción no encuentra una vía de síntesis, y se frustra en su misma potencia. En cambio, en Paradiso y Oppiano Licario, Lezama ofrece una solución ontológica, no narrativa sino reflectiva; Cemí, arquetipo de la conciencia, se resuelve en Fronesis cuando acoge en sí a Foción, su opuesto como complementario. No se trata de una imposible síntesis hegeliana, sino de una realización trialéctica, desde su determinación tricotómica; no A versus B igual a C, sino A en B como función relacional, que los incluye y transfigura en esta relación. Esta es la epifanía estética que funda al Realismo Trascendental, comprendiendo lo real como estructura dramática; en la que cada oposición es ya el umbral de una función, no representación sino emergencia, ni ideología sino experiencia.
Esto no se construye sobre la lógica binaria, que estructura tanto la metafísica clásica como sus reacciones modernas; proponiendo una función tricotómica, como inteligibilidad en la que toda oposición se resuelve relacionalmente; subsumiendo la contradicción, pero sin cancelarla, respetando su propia naturaleza, en tanto funcional. Esta estructura no media entre opuestos, los opera dramáticamente, sin que la diferencia sea superada; sino que se la experimenta como transfiguración, en el tránsito de la Potencia al Acto en que se realiza el Ser.
Este principio lo hereda el Realismo Trascendental de Lezama Lima, cuyas novelas no narran hechos, sino epifanías; describiendo la integración, en que cada figura poética despliega una red de relaciones ontológicas. En esta ontología no hay individuo y mundo, ni espíritu y materia, sino fenómenos que se configuran mutuamente; como en la aceptación de Foción por Cemí, que no lo niega ni lo anula, sino lo integra en Fronesis, como posibilidad.
Esto trasciende a Peirce en su terceridad, pues no sólo hay la primeridad de lo cualitativo y secundidad de lo reactivo; sino una instancia relacional que genera sentido, sin ser reducible nunca a sus componentes, porque se da en la relación. Lo que en Peirce es una intuición semiótica, en Lezama es ontología, porque la imagen es ya la presencia de esa relación terciaria; no como símbolo, sino como cuerpo dramático, y en ello real y suficiente, en esa consistencia de su relacionalidad.
En otro ejemplo, la tensión de Hesse entre Sinclair y Demian permanece abierta, mediada por Eva como tercer símbolo; pero sin integración ontológica real, porque la realidad —que es Eva— es secundaria, y se frustra siempre en su potencia. En cambio, en Lezama Lima, el padre, el hijo y el lenguaje (Oppiano) no forman una triada teológica, sino una mutualidad; que se reconfigura como drama creador, y por eso se revierte en el potencial de Cemí, que es la tensión de Fronesis y Foción.
Ynaca Eco Licario también recibe a Ignacio en París. Llega de la mano de Yoyi y Manolo, a releer a Platón…
jajajaja…. that’s a good one!