Byung-Chul Han, o cómo la filosofía se volvió un best-seller de aeropuerto

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. El jurado, evidentemente impresionado por su capacidad de convertir conceptos filosóficos en citas dignas de Instagram y títulos irresistibles para cualquier mesa de novedades editoriales, ha decidido premiar una obra que, según los entendidos (o al menos los que la hojean en el tren), ha cambiado el modo en que “pensamos la sociedad contemporánea”. 
Han, radicado en Alemania y conocido por libros con nombres tan seductores como La sociedad del cansancio o La expulsión de lo distinto, ha logrado lo impensable: ser leído por quienes normalmente confunden a Heidegger con un mueble sueco. Con un estilo que mezcla aforismo con queja existencial y diagnósticos fulminantes como “vivimos en el infierno de lo igual” (lo que sea que eso signifique), Han ha erigido una carrera entera sobre el arte de detectar enfermedades del alma occidental desde la comodidad de una cátedra en Berlín.
Mientras tanto, pensadores como Giorgio Agamben —sí, ese que escribe como si aún creyera que pensar es una actividad que requiere algo más que un tuit largo, pero que incomodó a las buenas conciencias con sus pandémicas declaraciones sobre el Covid— siguen relegados al rincón polvoriento de las bibliotecas universitarias. El pobre Agamben, con sus tediosos análisis sobre la biopolítica y el estado de excepción, no logra entender cómo alguien que escribe cosas como “el sujeto neoliberal se explota a sí mismo y cree que se realiza” puede ganar premios internacionales, contratos editoriales millonarios y convertirse en el nuevo gurú espiritual de la clase creativa urbana.
Quizá el secreto de Han esté en haber entendido algo que los filósofos de verdad no se han atrevido a asumir: que el éxito contemporáneo en humanidades no se mide por la profundidad del pensamiento, sino por su potencial para convertirse en fondo de pantalla con tipografía minimalista. Mientras Agamben sigue rumiando conceptos densos que apenas caben en una enciclopedia, Han mete el “panóptico digital” y la “positividad tóxica” en una frase y te lo vende en tapa dura.
Pero no seamos injustos. Tal vez el premio se lo dieron no tanto por lo que dice, sino por lo que representa: la transformación del filósofo en influencer. Ya no hace falta comprender el Ser para triunfar; basta con decir que está en crisis. Y si es en alemán, mejor.
Enhorabuena, maestro Han. Ha igualado usted a Habermas con un galardón otorgado por una familia monárquica del país de Ortega y Gasset, el mismo que una vez escribió: “Alemania ha cometido todos los errores posibles y algunos imposibles”, aunque no creo que anticipara que su filósofo más popular en el siglo XXI era uno no nacido precisamente a orillas del Rhin. Ahí tendrá tela para fatigarnos con nuevo libro. 

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