Un Pulitzer por eliminación

En una de las decisiones más gloriosamente accidentales de la historia reciente de la literatura, James, de Percival Everett, ha ganado el premio Pulitzer. No por ser la mejor, ni la más elogiada, ni siquiera la más votada. Ha ganado por defecto. Porque los jurados, ese selecto comité de indecisos profesionales, no consiguieron ponerse de acuerdo sobre ninguna de las tres finalistas. Así que, como quien se rinde y lanza una moneda al aire, eligieron la cuarta. Una novela que no estaba en la pole position, ni en el podio, ni en el radar.

La cosa sería cómica si no fuera tan reveladora: ¿en serio el premio literario más prestigioso de Estados unidos se otorga como si estuviéramos decidiendo la pizza del grupo en una despedida de soltero? Lo mejor de todo: las tres novelas finalistas —las que sí pasaron el filtro de calidad del jurado— eran de autoras. Todas mujeres. Pero claro, elegir una habría significado excluir a las otras dos, y eso, en ciertos círculos, ya se considera un crimen de lesa sensibilidad. Mejor evitar el dilema moral y premiar a un señor que pasaba por ahí con una novela reciclada de Twain.

Porque James, no nos engañemos, es eso: una relectura de Huckleberry Finn desde el punto de vista del esclavo Jim. Una idea que no es nueva, no es especialmente provocadora en 2025 y, en manos de Everett, no parece haber entusiasmado más que a un puñado de críticos demasiado ocupados justificando su frenesí con notas al pie. En España, al menos, alguien tuvo el valor de decirlo: Alberto Olmos, en su columna titulada con puntería quirúrgica “¿Por qué la novela del año en Estados Unidos aquí nos da totalmente igual?”. Olmos se leyó James entera y vivió para contarlo. Lo que encontró fue “una novela no muy larga, pero bastante soporífera”, con “una prosa deliberadamente sencilla y, a veces, torpe”.

Pero el jurado del Pulitzer, claro, no se deja llevar por trivialidades como el estilo o la emoción. Ellos trabajan con otros parámetros: equilibrio identitario, consensos delicados, equilibrios internos, auto-imposición de corrección. No premian la mejor novela, sino la menos polémica. Y en este caso, la menos polémica fue la que nadie esperaba ni discutía, porque nadie pensaba en ella en primer lugar.

En resumen, James ha ganado porque las otras tres se anularon mutuamente en un combate pírrico. Es como si en unas elecciones presidenciales, los tres candidatos principales empataran a cero votos y el presidente fuera el cartero simplemente porque el día 6 de noviembre llevó el correo a la Casa Blanca.

Así que enhorabuena, Everett: te ha tocado la lotería sin comprar el boleto. Y enhorabuena al jurado, por demostrarnos que incluso el Pulitzer puede ser una parodia de sí mismo. La próxima vez, que tiren un dado y nos ahorren el simulacro de deliberación. O que directamente premien a la novela menos leída del año, como forma de protesta existencial.

En cualquier caso, que alguien le diga a Twain que no sólo ha resucitado, sino que además lo han premiado con una versión descafeinada de su propia obra. Probablemente se partiría de risa.

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