Italia se ha convertido en el inesperado escenario de una guerra cultural sin balas: una revolución de bibliófilos que, en lugar de quemar libros como antaño, prefieren convertir las librerías en sus propias ametralladoras económicas. Bajo el lema Svuota la vetrina (Vacía los anaqueles), un puñado de idealistas está comprando literalmente todo lo que hay en los anaqueles de librerías para luego repartir los volúmenes entre el populacho. Quieren demostrar que leer importa, o al menos que estar rodeados de libros califica como postureo cultural.
La primera chispa de esta insólita revuelta llegó en agosto de 2024, cuando una pareja, supuestamente compuesta por un hombre extranjero y una dama local, se gastó la suma de 10,000 euros en un solo escaparate de la mítica librería Hoepli de Milán. En 40 minutos vaciaron el anaquel de novedades, al modo de un saqueo civilizado. Francesca Mancini, dependienta estupefacta, describió el episodio como “surrealista”, como si hubiera presenciado un mercado negro de enciclopedias raras.
Inspirada por este acto tan cinematográfico, la editora milanesa Daniela Nicoló decidió replicarlo de forma menos opulenta pero más viral. Compró todo el escaparate de I Baffi —una librería modesta—, se sacó una selfie junto a él y montó la cuenta de Instagram #Svuotalavetrina. Desde entonces, y con la emoción de quien descubre que los humanos aún pueden actuar sin Netflix, han sido ya 28 las librerías italianas “afectadas”, abarcando desde Milán hasta Bari, Nápoles, Génova, Bolonia y otros encantadores rincones provincianos.
El movimiento se presenta como un acto noble: “reivindicar el poder de la lectura” y “apoyar económicamente a los libreros”, aducen los protagonistas. Todo suena muy elevado, como si estuvieran montando la resistencia civil cultural en plena era TikTok. Eso sí, mientras celebran su “militancia”, el 60% de las librerías italianas —unas 3 706 en total— siguen colgando el cartel Cerrado por falta de ventas o por crisis del sector.
Se han destapado ejemplos casi sacados de una película de Paolo Sorrentino: profesores que invierten su propio dinero, un lector anónimo que compra 155 libros infantiles para donarlos a bibliotecas, una pareja que vacía la vitrina de una librería LGBTIQ+ “por militancia”… Incluso han repetido acción en el mismo escaparate en días diferentes (“¡otra vez me lo compro todo!”), como si coleccionaran estanterías vacías.
Por supuesto, la crítica ya ha llegado: ¿es esto cultura o es ostentación de que tienes suficiente dinero para gastar sin criterio? Algunos han acusado a Nicoló de esnobismo: “¿Quién compra libros sin saber títulos o autores?”, se preguntan. A lo que ella responde con altura: “La polémica online me da igual: comprar libros es una aventura y si no te interesa uno, lo regalas”. Solidaridad, pues, con los libreros, sumado a un poco de postureo bondadoso.
La iniciativa ha logrado una gran visibilidad mediática, pero nada garantiza que cambie las cifras alarmantes: en 2023 sólo el 40% de los italianosleyó al menos un libro, según datos oficiales. El gobierno de Giorgia Meloni no pretende rescatar librerías y parece que las autoridades locales tampoco, así que le tocará hacer la revolución a esos “lectores” que encuentran lecciones de democracia en cajas de cartón con tapas ajenas.
¿Es este un acto de rebelión literaria? ¿Un cinismo envuelto en alfombra roja literaria? Sea lo que sea, la Svuota la vetrinaha logrado algo impensable: que los libros salgan de sus vitrinas y se cuelen en manos de gente normal. Así, mientras vacían anaqueles, quizá también se vacían prejuicios: ¿tal vez ser lector no significa acumular cultura, sino compartirla? Y si eso es ideología, aquí tienen su revolución civilizada con olor a tinta y altruismo impostado.
Se rumora que el movimiento Svuota la vetrina ha llegado a la librería de 17 y H, sede de la UNEAC. Pero la intención difiere de la italiana.